Hasta el tercer día los habitantes de la capital no se dieron cuenta de que el frío había salvado a la ciudad y a las vastas comarcas que gobernaba y que habían sido el escenario de la terrible catástrofe.

La caballería de Mozhaisk había perdido tres cuartos de sus hombres y estaba al borde mismo del agotamiento, y los escuadrones de gas no habían podido detener el avance de los repugnantes reptiles, que cercaban Moscú por el oeste, sudoeste y sur, en un semicírculo cada vez más próximo. Los reptiles debieron ser, pues, aniquilados por la helada.

Y, en efecto, dos días y dos noches a 18° bajo cero fueron demasiado para las abominables manadas. Cuando la helada levantó, no dejando más que charcos y barro sobre la tierra, húmeda la atmósfera y toda la cosecha perdida por el súbito helor, ya no quedaba, de hecho, nadie para luchar. Pero la catástrofe había concluido.

Durante mucho tiempo vastas extensiones de tierra estuvieron putrefactas por los innumerables cadáveres de cocodrilos y serpientes, llamados a la vida por el misterioso rayo que había nacido bajo los ojos del genio de la calle Herzen. Pero ya no eran peligrosos; las criaturas de las exuberantes y cálidas marismas tropicales habían perecido en dos días, dejando en el territorio de las tres provincias la terrible huella de su recién terminada existencia.

14

EN la primavera de 1929 Moscú vibraba otra vez con gran cantidad de luces. De nuevo se oía el crujir de carruajes mecánicos sobre el pavimento mientras que la luna, en cuarto creciente, colgaba, como suspendida de un hilo de araña, sobre la torre de la catedral. En el lugar del Instituto que había sido quemado en agosto de 1928 se elevaba ahora un nuevo palacio zoológico. Su director era el antiguo profesor asistente Ivanov. Persikov ya no estaba allí. El rayo y la catástrofe del año anterior fueron largamente discutidos en todo el mundo, pero, gradualmente, el nombre del profesor Persikov pasó a segundo plano y acabó hundiéndose en la oscuridad, como lo hiciera el rayo escarlata descubierto por él en una noche de abril.

A pesar de lo simple que había sido la combinación de las lentes y los reflejados haces de luz, nadie consiguió volver a obtenerlo, no obstante los esfuerzos de Ivanov. Evidentemente, se requería algo especial además del conocimiento; algo sólo poseído por un hombre en el mundo: el fallecido profesor Vladimir Ipatievich Persikov.


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