Si hoy los condujera a la parte trasera de la casa y corriera la pesada mampara para permitirles contemplar los restos del corredor ajardinado de Sugimura, podrían hacerse una idea de lo pintoresco que fue en otro tiempo pero, sin duda, también repararían en las telarañas y en las manchas de moho que no he podido quitar, así como en los boquetes del techo, que sólo unas telas enceradas resguardan de la intemperie. A veces, a primera hora de la mañana corro la mampara para contemplar la luz del sol que se filtra por las telas enceradas, formando columnas de variados colores, y que pone de manifiesto nubes de polvo suspendidas en el aire, como si el techo se hubiese acabado de derrumbar en aquel instante.

Además del corredor y del ala este, la parte más seriamente dañada era la terraza. A mi familia, y especialmente a mis dos hijas, siempre les ha gustado mucho sentarse fuera para charlar y contemplar el jardín; por eso, cuando Setsuko, mi hija casada, vino a hacernos una visita después de la rendición, no me sorprendió que se entristeciera al ver el estado de la terraza. Por aquella época ya había reparado los daños más graves, pero los tablones del suelo aún seguían abombados y agrietados en el extremo de la terraza donde el impacto de la explosión había sido más fuerte. El tejado también estaba afectado, por lo que cuando llovía teníamos que llenar el suelo con recipientes para recoger el agua de las goteras.

Durante el pasado año, no obstante, pude hacer importantes progresos, de modo que cuando Setsuko vino a visitarnos de nuevo, el mes pasado, la terraza estaba más o menos restaurada. Noriko se había tomado unos días de permiso para atender a su hermana y, como hacía muy buen tiempo, las dos se pasaron muchas horas afuera como en otras épocas. Yo solía acompañarlas a menudo y, a veces, nos parecía haber vuelto a años atrás, cuando aprovechando los días de sol la familia se reunía en la terraza para conversar tranquilamente, casi siempre de temas sin importancia. Cierto día del mes pasado -probablemente a la mañana siguiente de la llegada de Setsuko-, después de haber desayunado los tres en la terraza, Noriko dijo:

– Me alegra mucho que por fin hayas venido, Setsuko. Así me quitarás a padre un poco de encima.

– Noriko, realmente…

Su hermana mayor se movió incómoda en el cojín.

– Ahora que padre se ha jubilado hay que estar constantemente pendiente de él -prosiguió Noriko sonriendo con malicia-. Hay que tenerlo ocupado; si no, se deprime.

– Realmente… -Setsuko sonrió nerviosa, después se volvió hacia el jardín suspirando-. El arce parece haberse recuperado del todo. Tiene un aspecto espléndido.

– Se nota que Setsuko no sabe cómo se encuentra usted ahora, padre. Aún le ve como el tirano que estaba siempre dando órdenes. En los últimos tiempos es usted mucho más benévolo, ¿verdad?

Yo me reí para hacerle comprender a Setsuko que su hermana no hablaba con mala intención, pero siguió sintiéndose incómoda. Noriko se volvió hacia ella y añadió:

– Necesita que lo cuiden muchísimo más. Se pasa el día deprimido dando vueltas por la casa.

– No le hagas caso -intervine yo-. Si me pasara el día deprimido, ¿quién habría hecho todas estas reparaciones?

– Sí -dijo Setsuko, volviéndose hacia mí sonriente-. La casa tiene un aspecto espléndido. Habrá trabajado usted mucho, padre.

– Hizo venir a unos hombres que le ayudaron en las tareas difíciles -dijo Noriko-. Créeme, Setsuko. Padre ha cambiado mucho. Ya no hay que tenerle miedo. Ahora es mucho más amable y hogareño.

– Realmente, Noriko…

– De vez en cuando hasta hace la comida. ¿No es increíble? Últimamente cocina mucho mejor.

– Noriko, creo que ya está bien por hoy -dijo Setsuko conciliadora.

– ¿No es cierto, padre? Ha hecho usted muchos progresos.

Yo volví a sonreír y meneé la cabeza, cansado. Recuerdo que en ese preciso momento Noriko se volvió hacia el jardín y, entornando los ojos por el sol, dijo:

– No puede estar pendiente de que yo venga a hacerle la comida una vez que me haya casado. Ya tendré bastante con mis cosas.

Setsuko, que hasta ese momento había mantenido la mirada perdida con expresión preocupada, después de oír a su hermana se volvió hacia mí con breve gesto interrogante, pero enseguida apartó los ojos sintiéndose obligada a devolverle la sonrisa a su hermana. Sin embargo, una profunda intranquilidad se había apoderado ya de Setsuko, y fue para ella un alivio que su hijo pasara corriendo frente a nosotros permitiéndonos así cambiar de tema.

– Por favor, Ichiro, estáte quieto -le gritó.

Sin duda, Ichiro, acostumbrado al reducido piso de sus padres, estaba fascinado por la amplitud de espacio que había en nuestra casa. De todas formas no parecía compartir el placer de estar sentados en la terraza y prefería recorrerla de un extremo a otro, patinando incluso sobre los pulidos tablones del suelo. Estuvo varias veces a punto de volcar la bandeja del té. Los ruegos de su madre para que se sentase habían sido inútiles. También esa vez su madre le había dicho que cogiese un cojín y se sentara, pero prefirió quedarse malhumorado al fondo de la terraza.

– Vamos, Ichiro -le grité-, ya estoy cansado de hablar sólo con mujeres. Ven a sentarte a mi lado, hablaremos de cosas de hombres.

Se acercó enseguida. Puso un cojín a mi lado y, al sentarse, adoptó una postura muy digna, con las manos en las caderas y los hombros bien echados hacia atrás.

– Oji -me dijo muy serio-, quiero preguntarle algo.

– ¿Qué quieres saber, Ichiro?

– Quiero que me hable del monstruo.

– ¿El monstruo?

– ¿Es un monstruo prehistórico?

– ¿Prehistórico? ¿Ya conoces esas palabras? ¡Qué chico más listo!

Al parecer, el cumplido hizo que Ichiro olvidara los buenos modales, porque se echó hacia atrás y empezó a lanzar vigorosas pataletas al aire.

– ¡Ichiro! -le riñó Setsuko en voz baja- ¡Qué modales son ésos, y delante de tu abuelo! ¡Siéntate bien!

La única respuesta de Ichiro fue ir bajando los pies poco a poco hasta dejarlos inertes en el suelo. Después cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos.

– Oji -dijo con voz dormida-, ¿es un monstruo prehistórico?

– Pero ¿de qué monstruo me hablas, Ichiro?

– Discúlpele, por favor -dijo Setsuko con una sonrisa nerviosa-. Ayer, al llegar a la estación, vio el cartel anunciador de una película. Estuvo incomodando al taxista con un montón de preguntas. Ojalá hubiera visto yo el cartel.

– Oji, el monstruo ¿es prehistórico? ¡Dígame sí o no! ¡Quiero una respuesta!

– ¡Ichiro!

Su madre lo miraba horrorizada.

– No sabría decirte, Ichiro. Creo que tendremos que ver la película para saberlo.

– ¿Y cuándo vamos a ver la película?

– Hum…, mejor que hables con tu madre. Quizá sea una película demasiado aterradora para un niño, nunca se sabe. Mi intención no había sido provocar a mi nieto. Sin embargo, el efecto de mis palabras fue asombroso. Volvió a sentarse y me gritó con rabia:

– ¡Cómo se atreve! ¡Qué quiere decir!

– ¡Ichiro! -exclamó Setsuko consternada. Pero Ichiro siguió mirándome furioso y su madre tuvo que levantarse del cojín para acercarse a nosotros-. ¡Ichiro! -le susurró sacudiéndole el brazo-, ¡deja de mirar a tu abuelo de esa forma!

Volvió a tumbarse de espaldas y a sacudir los pies en el aire. Su madre volvió a sonreírme nerviosa.

– Pero ¡qué modales! -dijo. Al parecer, no supo qué más decir y volvió a sonreír.

– Ichiro-san -dijo Noriko, poniéndose en pie-, ¿por qué no me ayudas a retirar las cosas del desayuno?

– Eso es cosa de mujeres -dijo Ichiro, que seguía pataleando.

– ¿Entonces no vas a ayudarme? A mí sola me va a costar mucho. No soy fuerte y la mesa es muy pesada. Veamos, ¿quién me ayuda?

Ichiro se levantó bruscamente y dando zancadas se metió en casa sin volverse a mirarnos. Noriko sonrió y entró tras él.

Setsuko los siguió con la mirada y, levantando la tetera, volvió a llenarme la taza.

– No tenía la menor idea de que las cosas fuesen tan deprisa -dijo en voz baja-. Me refiero a la boda de Noriko.

– Las cosas no van tan deprisa -dije meneando la cabeza-. La verdad es que aún no se ha decidido nada. Seguimos en una primerísima fase.

– Perdóneme, pero por lo que ha dicho Noriko hace un momento, pensaba que las cosas estaban más o menos… -Fue bajando la voz pero añadió enseguida-: Perdóneme. -Y lo dijo de tal modo que la pregunta se quedó flotando en el aire.

– El problema es que no es la primera vez que Noriko habla así -contesté-. Se ha estado comportando de un modo muy raro desde que empezamos las conversaciones para su boda. La semana pasada, el señor Mori nos hizo una visita, ¿te acuerdas de él?

– Claro. ¿Cómo se encuentra?

– Bastante bien. Pasaba por aquí y llamó para presentar sus respetos. Entonces Noriko empezó a hablar sobre su boda delante de él, con la misma actitud que ahora, como si todo estuviese resuelto. Fue una situación muy violenta. El señor Mori hasta me felicitó al irse, y me preguntó a qué se dedicaba el novio.

– Realmente -dijo Setsuko pensativa-, debió ser una situación embarazosa.

– Pero el señor Mori no tuvo ninguna culpa. Tú misma la acabas de oír. ¿Qué quieres que piense un extraño?

Mi hija no respondió y, durante unos instantes, nos quedamos sentados en silencio. Una de las veces en que dirigí mi mirada hacia ella, contemplaba el jardín, con la taza de té en las manos, aunque parecía haberse olvidado de ella. Fue ésa una de las ocasiones, durante su visita del mes pasado -quizá por la manera como le daba la luz-, en las que me di cuenta de pronto de que la estaba mirando embelesado; y es que, sin duda alguna, Setsuko es de esas personas que con el paso del tiempo se vuelven más hermosas. Cuando era más joven, a su madre y a mí nos preocupaba que su falta de atractivo le impidiese encontrar un buen marido. De niña, sus rasgos ya eran más bien masculinos, y en la adolescencia parecieron acentuársele aún más; tanto es así, que cada vez que mis hijas se peleaban, Noriko salía victoriosa con sólo gritarle a su hermana: «¡Eres un chico! ¡Eres un chico!» Y claro, nadie sabe qué efectos pueden tener esas cosas en la personalidad de alguien. No es casualidad que Noriko tenga un carácter fuerte y Setsuko sea tímida y retraída. Pues bien, parece que ahora, casi a los treinta años, Setsuko tiene cada día un aspecto más distinguido. Recuerdo que ya lo decía su madre: «Nuestra hija florecerá en verano.» Entonces yo no veía en sus palabras más que un modo de consolarse, pero durante el mes pasado varias veces me sorprendió comprobar cuánta razón tenía.


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