– Los videntes ven que, al tener un hijo, el fulgor de la conciencia de los padres disminuye mientras que el de la criatura aumenta. En algunos padres débiles y nerviosos, ese fulgor desaparece casi por completo. Conforme los niños ensanchan su conciencia, crece también en el capullo luminoso de los padres una mancha oscura, en el mismo lugar de donde se desprendió el fulgor que dio vida a esos niños. Generalmente está en la parte media del capullo. A veces, esas manchas incluso pueden verse como si estuvieran pegadas al cuerpo.
Le pregunté si había algo que se pudiera hacer para darle a la gente común y corriente una comprensión más equilibrada de lo que es el fulgor de la conciencia.
– No se puede hacer nada -dijo-. Por lo menos, no hay nada que los videntes puedan hacer. Los videntes aspiran a ser libres, a ser testigos sin prejuicios, testigos incapaces de juzgar; de lo contrario tendrían la responsabilidad de implantar un nuevo ciclo más ajustado. Nadie puede hacer eso. Un nuevo ciclo, si hubiera de surgir, tendría que surgir por sí mismo.
V. LA PRIMERA ATENCIÓN
Al día siguiente desayunamos al amanecer, después don Juan me hizo cambiar niveles de conciencia.
– Vayamos hoy día a uno de esos sitios originales -le dijo don Juan a Genaro.
– Pues, ándale -dijo Genaro con acento grave. Me miró y entonces agregó en voz baja, como si no quisiera que yo lo escuchara:- Crees que él debe… a lo mejor es mucho…
En cosa de segundos, mi terror y mis sospechas escalaron alturas insoportables. Empecé a sudar y a jadear involuntariamente. Don Juan vino a mi lado y, con una expresión de risa contenida, me aseguró que Genaro simplemente se estaba divirtiendo conmigo, y que nos íbamos a un lugar adonde los antiguos videntes habían vivido hacía miles de años.
Mientras don Juan me hablaba, miré brevemente a Genaro. Con lentitud, movió la cabeza de un lado a otro. Era un gesto casi imperceptible, como si me hiciera saber que don Juan no decía la verdad. Entré en un estado de frenesí nervioso, casi de histeria, y sólo reaccioné cuando Genaro comenzó a carcajearse.
Me maravillé de la facilidad con la que mis emociones subían hasta ser casi incontrolables o se apagaban totalmente.
Don Juan, Genaro y yo caminamos una corta distancia hacia las erosionadas colinas aledañas. Nos sentamos en una enorme roca plana, sobre una ladera de tierra cultivable. El maíz había sido recientemente cosechado.
– Este es un sitio original -me dijo don Juan-. Volveremos aquí, o a otro sitio muy parecido, un par de veces más, durante el curso de mi explicación.
– De noche aquí pasan cosas muy raras -dijo Genaro-. El nagual Julián, de verdad, se consiguió un aliado aquí. O más bien, el aliado…
Don Juan hizo un gesto visible con las cejas y Genaro se detuvo a media oración. Me sonrió.
– Es todavía muy de mañana para contar cuentos de horror -dijo Genaro-. Esperemos a que oscurezca.
Se puso de pie y comenzó a andar a hurtadillas alrededor de la roca, en puntas de pie, con la espina dorsal arqueada hacia atrás.
– ¿Es verdad que su benefactor se consiguió un aliado aquí? -le pregunté a don Juan.
No me contestó al momento. Miraba extático las contorsiones de Genaro.
– Genaro se refería a una manera muy compleja de usar la conciencia de ser -me contestó al fin, sin dejar de mirar a Genaro.
Genaro completó una vuelta alrededor de la roca y se sentó a mi lado. Resollaba penosamente, casi sin aliento.
Don Juan parecía estar fascinado por lo que Genaro había hecho. De nuevo sentí que se divertían conmigo, que ambos planeaban algo que yo desconocía.
De pronto, don Juan comenzó su explicación. Su voz me tranquilizó. Dijo que, después de muchos trabajos, los videntes llegaron a la conclusión de que a la conciencia de los seres humanos adultos, madurada por el proceso del crecimiento, ya no se la puede llamar simplemente conciencia de ser, porque su modificación la ha convertido en algo más intenso y complejo, algo que los videntes llaman atención.
– ¿Cómo saben los videntes que la conciencia de ser del hombre crece y se cultiva? -pregunté.
Dijo que en cierto momento, a medida que los seres humanos crecen, una banda de las emanaciones del interior de sus capullos se vuelve muy brillante; conforme los seres humanos acumulan experiencia, esa banda comienza a resplandecer. En algunos casos, el resplandor de la banda aumenta tan dramáticamente que se fusiona con las emanaciones del exterior. Los videntes, al presenciar tal enriquecimiento, tuvieron que concluir que la conciencia de ser es la materia prima y que la atención es el producto final.
– ¿Cómo describen los videntes a la atención? -pregunté.
– Dicen que la atención es domar y enriquecer la conciencia de ser a través del proceso de vivir -contestó.
Dijo que el peligro de las definiciones es que simplifican las cosas para volverlas comprensibles; en este caso, al definir la atención, uno corre el riesgo de transformar un logro mágico y milagroso, en algo común. La atención es el logro individual más grande del hombre. Empieza a desarrollarse desde la conciencia animal, en bruto, hasta que llega a abarcar toda la gama de las alternativas humanas. Los videntes la perfeccionan aún más hasta hacerla cubrir la gama total de posibilidades humanas.
Le pregunté si en la visión de los videntes tenían especial significado las alternativas y las posibilidades.
Don Juan repuso que las alternativas humanas son todo lo que somos capaces de escoger como personas. Tienen que ver con el nivel de nuestra escala cotidiana, con lo conocido; y por lo tanto, son bastante limitadas en número y alcance. Las posibilidades humanas, por otro lado, pertenecen a lo desconocido. No son lo que somos capaces de escoger como personas sino lo que somos capaces de alcanzar como seres vivientes. Dijo que un ejemplo de lo primero, las alternativas humanas, es creer que el cuerpo humano es un objeto entre objetos. Un ejemplo de lo segundo, las posibilidades humanas, es lo que los videntes logran hacer al ver al hombre como un ser luminoso en forma de huevo. Con el cuerpo como objeto uno se enfrenta a lo conocido, con el cuerpo como huevo luminoso uno enfrenta lo desconocido; las posibilidades humanas tienen, por consiguiente, un alcance casi inagotable.
– Los videntes dicen que hay tres tipos de atención -continuó don Juan-. Cuando dicen eso, se refieren sólo a los seres humanos y no a todos los seres conscientes que existen. Pero los tres no son tan sólo tipos de atención, son más bien tres niveles de realización. Son la primera, segunda y tercera atenciones; cada una es un reino independiente, completo en sí mismo.
Explicó que, en el hombre, la primera atención es la conciencia animal, en bruto, que a través del proceso de la experiencia humana ha sido convertida en una facultad compleja, intrincada y extremadamente frágil, que se encarga del mundo cotidiano en todos sus innumerables aspectos. En otras palabras, todo aquello en lo que puede uno pensar forma parte de la primera atención.
– La primera atención es todo lo que somos como hombres comunes y corrientes -prosiguió-. En virtud de su dominio tan absoluto sobre nuestras vidas, la primera atención es la propiedad más valiosa que tenemos. Quizás es incluso nuestra única propiedad.
"Tomando en cuenta su verdadero valor, los nuevos videntes comenzaron un riguroso examen de la primera atención. Sus hallazgos moldearon todas sus perspectivas y las perspectivas de todos sus descendientes, aunque la mayoría de ellos aún hoy en día no entienden lo que aquellos videntes realmente vieron.
Enfáticamente, me advirtió que las conclusiones del riguroso examen de los nuevos videntes tenían muy poco que ver con la razón o la racionalidad, porque para examinar y explicar la primera atención, uno debe verla. Sólo los videntes pueden hacer eso. Pero examinar lo que los nuevos videntes vieron en la primera atención, es esencial, a fin de permitirnos la única oportunidad, en nuestra existencia, de darnos cuenta de nuestras propias funciones.