– Este es, sin duda alguna, el mejor lugar para que convoques a tus amigos -dijo.

– ¿Por qué los llama usted mis amigos?

– Te han elegido ellos mismos. Cuando hacen eso quiere decir que buscan una alianza. Te he mencionado que los brujos forman lazos de amistad con ellos. Tu caso parece ser un ejemplo. Y ni siquiera tuviste que pedir nada.

– ¿En qué consiste una amistad de esa índole, don Juan?

– Consiste en un intercambio mutuo de energía. Los seres inorgánicos proporcionan su conciencia superior, y los brujos proporcionan su gran energía. El resultado positivo es un intercambio parejo de energía. El negativo, es una dependencia de las dos partes.

"Los brujos antiguos amaban a sus aliados. De hecho, amaban más a sus aliados que a los seres de su propia especie. Yo puedo presagiar terribles peligros en eso.

– ¿Qué me recomienda hacer, don Juan?

– Convócalos, valorízalos y luego decide tú mismo qué hacer.

– ¿Qué debo hacer para convocarlos?

– Mantén en tu mente la visión de ensueño que tienes de ellos. La razón por la cual te han saturado con su presencia en tus sueños es porque quieren crear una imagen de su forma en tu mente. Este es el momento de usar la memoria de esa imagen.

Don Juan me ordenó enérgicamente que cerrara los ojos y los mantuviera cerrados. Luego me guió a ciegas a que me sentara en unas rocas. Sentí la frialdad y la dureza de las rocas. Las piedras estaban en declive y me era difícil mantener el equilibrio.

– Siéntate aquí y visualiza esa imagen hasta que sea exactamente igual a como es en tus sueños -me dijo don Juan al oído-. Hazme saber cuando la tengas enfocada.

No requirió nada de tiempo ni esfuerzo tener una imagen completa de los seres inorgánicos de mis sueños. No me sorprendió en absoluto que pudiera hacerlo. Lo extravagante era que yo estaba despierto; podía escuchar todo, pero a pesar de que traté desesperadamente de hacerle saber a don Juan que ya tenía la imagen en mi mente, no pude ni abrir los ojos, ni decir palabra alguna.

Escuché a don Juan decir: "ya puedes abrir los ojos". Los abrí sin ninguna dificultad. Estaba sentado con las piernas cruzadas en unas rocas que no eran las mismas en las cuales me senté. Don Juan estaba detrás de mi, a mi derecha. Traté de girar la cabeza para verlo de frente, pero me detuvo. Ante mi, vi dos figuras oscuras, como dos troncos delgados de árbol.

Me les quedé viendo con la boca abierta, no eran tan altos como en mis sueños. Se habían encogido a la mitad de su tamaño. En lugar de ser formas de luminosidad opaca, ahora eran dos palos amenazadores, condensados y oscuros, casi negros.

– Párate y agarra a uno de ellos -me ordenó don Juan-, y no lo sueltes, aunque parezca que te está matando a sacudidas.

Yo no quería de ninguna manera hacer nada de eso, pero un extraño impulso me hizo ponerme de pie, contra mi voluntad. En ese momento tuve la certeza de que terminaría haciendo lo que él me ordenara, sin tener la menor intención consciente de hacerlo.

Avancé mecánicamente hacia las dos figuras; el corazón me palpitaba tan fuerte que parecía salírseme del pecho. Agarré a la figura que estaba a mi derecha. Sentí una descarga eléctrica de tal fuerza que casi me hizo soltarla.

Escuché la voz de don Juan, como si me hubiera gritado desde una larga distancia: "si lo sueltas te lleva la chingada", me dijo.

Me aferré a la figura, la cual se enroscaba y se sacudía. No como un animal pesado lo haría sino como algo esponjoso y ligero, pero tremendamente eléctrico. Rodamos y dimos vueltas en la arena del barranco por un largo rato. Recibí sacudida tras sacudida de una corriente eléctrica nauseabunda. La creí nauseabunda porque la suponía diferente a la energía del mundo diario. Cuando me llegaba al cuerpo, me daba un cosquilleo que me hacia gritar y gruñir como un animal, no de angustia sino de un extraño furor sin enojo.

Finalmente, el ser inorgánico se tornó en algo inmóvil y casi sólido debajo de mí. Le pregunté a don Juan si estaba muerto, puesto que yacía inerte, pero no escuché mi voz.

– No hay cómo esté muerto -dijo alguien riéndose, alguien que no era don Juan-. Simplemente agotaste su carga energética. Pero no te levantes todavía. Quédate ahí un ratito más.

Miré a don Juan con ojos de interrogación. Me estaba examinando con gran curiosidad. Me ayudó a levantarme. La forma oscura se quedó en el suelo. Le quería preguntar a don Juan si el ser inorgánico estaba bien. Pero como me fue físicamente imposible dar voz a mi pregunta, hice algo inusitado. Tomé todo aquello como un hecho real. Hasta ese momento mi mente se salvaguardó tras la idea de que todo se trataba de un sueño inducido por las maquinaciones de don Juan.

Me dirigí a la forma que yacía en el suelo y la traté de levantar. No tenía masa, no la pude agarrar. Esto me desorientó. La voz que no era la de don Juan me dijo que me acostara encima del ser inorgánico. Lo hice, y ambos nos levantamos de un solo golpe; el ser inorgánico estaba pegado a mí como una sombra. Se separó lentamente de mí y desapareció, dejándome con una extremadamente placentera sensación de plenitud.

Volvimos a la casa de don Juan en total silencio. Una vez allí, me quedé como adormecido. El adormecimiento me duró más de veinticuatro horas. Me pasé la mayoría del tiempo semidormido. De vez en cuando don Juan me inspeccionaba y me hacía la misma pregunta:

– ¿La energía del ser inorgánico era como agua o como fuego?

Traté inútilmente de hablar. Mi garganta parecía estar socarrada, y no le podía decir que había sentido sacudidas de energía como chorros de agua electrificada. No estoy seguro si es posible producirlos o sentirlos, pero esa era la imagen que me venía a la mente cada vez que don Juan me hacía su pregunta clave.

Don Juan aún estaba dormido cuando finalmente supe que había recuperado el total control de mis facultades. Sabiendo que su pregunta era de gran importancia, lo desperté y le conté toda mi experiencia subjetiva.

– No vas a tener, entre los seres inorgánicos, amistades que te ayuden, más bien, vas a tener relaciones de fastidiosa dependencia -afirmó-. Sé en extremo cuidadoso. Los seres inorgánicos aguados son más dados a los excesos. Los brujos antiguos creían que esos eran afectuosos, capaces de imitar, o quizá hasta de tener emociones. Lo opuesto a los fogosos, a quienes los creían serios, contenidos, pero también mas rimbombantes que los otros.

– ¿Cuál es el significado de todo esto para mi, don Juan?

– El significado es demasiado extenso para discutirlo en este momento. Te recomiendo que te deshagas del miedo, tanto en tu vida común y corriente como en tus ensueños, para poder salvaguardar así tu unidad psíquica. El ser inorgánico, al cual agotaste su energía y recargaste de nuevo, estaba tan excitado que casi se le rompe su forma de vela. Va a volver a buscarte para ver si le das más.

– ¿Por qué no me hizo usted parar, don Juan?

– No me diste tiempo. Además, ni siquiera me oíste gritándote que lo dejaras en el suelo.

– Me debería usted haber hablado, de antemano, sobre todas las posibilidades, como lo hace siempre.

– Yo no sabía cuáles eran todas las posibilidades. En lo que concierne a los seres inorgánicos, soy casi un novicio. Repudié esa parte del conocimiento de los brujos por ser demasiado caprichosa y difícil de manejar. No quiero estar a merced de ninguna entidad, ya sea orgánica o inorgánica.

Ese fue el final de nuestra conversación. Su reacción, la cual sentí definitivamente negativa, debería haberme preocupado, pero no lo hizo. De algún modo me encontraba seguro de que estaba bien todo lo que hice. De allí en adelante continué mis prácticas de ensueño sin ninguna interferencia de los seres inorgánicos.


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