Yo había corroborado todos esos detalles acerca de la niñita. Sus ojos eran tan brillantes y abrumadores que me habían causado realmente algo como dolor. Había sentido el peso de su mirada en mi pecho.

Una interrogación muy seria que le hicieron sus compañeros a don Juan, y a la cual yo también me suscribía, era acerca de las posibles implicaciones de ese evento. Sostenían que el explorador era una energía foránea que se había filtrado a través de las paredes que separan la segunda atención de la atención del mundo cotidiano. Su punto de vista era que, a pesar de no estar ensoñando, todos ellos vieron esa energía forastera proyectada en la figura de una niña humana, por lo tanto, esa niña existía en nuestro mundo.

Argumentaron que posiblemente habría cientos, o hasta miles de casos, en los que energía forastera se escurría a nuestro mundo humano sin ser advertida; pero que en la historia de su linaje, no había absolutamente ninguna mención sobre un evento de esta naturaleza. Lo que más les preocupaba era que ni siquiera existían historias de brujos sobre el asunto.

– ¿Es la primera vez en la historia de la humanidad que algo como esto ocurre? -uno de ellos le preguntó a don Juan.

– Yo creo que esto pasa todo el tiempo -contestó-, pero nunca de manera tan premeditada.

– ¿Qué significa esto para nosotros? -le preguntó otro de ellos a don Juan.

– Para nosotros nada, pero para él todo -dijo señalándome.

Esta aseveración los empujó al más inquietante de los silencios. Don Juan se paseaba ida y vuelta por el cuarto. Después se detuvo frente a mí y me escudriñó, dando todas las indicaciones de alguien que no puede encontrar palabras para expresar un aplastante descubrimiento.

– No puedo ni siquiera empezar a valorar lo que ha ocurrido -don Juan me dijo en un tono de perplejidad-. Caíste en una trampa, pero no fue la clase de trampa que esperaba. Tu trampa fue diseñada únicamente para ti, y fue más mortal que cualquier otra que pudiera haber yo imaginado. Me preocupaba que cayeras por pinches deseos de ser halagado y de que te den todo. Con lo que nunca conté fue con que los seres sombra te tenderían una trampa, usando tu aversión por las cadenas.

Don Juan hizo una vez una comparación de su reacción y la mía a lo que nos presionaba más en el mundo de los brujos. Dijo, sin que pareciera como una queja, que aunque él quería y trataba de lograrlo, nunca había sido capaz de inspirar el afecto que su maestro, el nagual Julián, inspiraba en la gente.

– Mi reacción fidedigna, la cual te estoy mostrando para que la examines, es decir, con completa sinceridad: no es mi destino poder evocar un afecto ciego y total; pues, ¡que así sea!

"Tu reacción fidedigna -prosiguió- es no poder soportar cadenas y ser capaz hasta de perder la vida con tal de romperlas.

Yo estaba sinceramente en desacuerdo con él, y le dije que estaba exagerando. Mis puntos de vista no eran tan claros.

– No te preocupes -dijo riendo-, la brujería es acción. Cuando llegue la ocasión, actuarás de acuerdo a tu pasión; de la misma forma en que yo actuaré de acuerdo a la mía. La mía es aceptar mi destino; no de una forma pasiva, como un idiota, sino activamente como un guerrero. La tuya es tirarte, sin capricho ni premeditación, a romper las cadenas de quien sea.

Don Juan explicó que al fusionar mi energía con la del explorador azul, había yo verdaderamente dejado de existir. Todo mi cuerpo físico había sido entonces transportado al reino de los seres inorgánicos, y si no hubiera sido por el explorador azul, quien guió a don Juan y a sus compañeros hasta donde yo estaba, estaría muerto, o inextricablemente preso en ese mundo.

– ¿Por qué lo guió el explorador adonde yo estaba? -pregunté.

– El explorador es un ser sensitivo de otra dimensión -dijo-. Ahora es una niñita; y como tal, me dijo que para obtener la energía necesaria a fin de romper la barrera que la tenía aprisionada en el mundo de los seres inorgánicos, tuvo que tomar toda la tuya. Esa es ahora su parte humana. Algo parecido a un sentimiento de gratitud la condujo hacia mí. Cuando la vi, supe instantáneamente que estabas perdido.

– ¿Qué hizo usted entonces, don Juan?

– Junté a todos los que pude, especialmente a Carol Tiggs, y nos fuimos al reino de los seres inorgánicos.

– ¿Por qué Carol Tiggs?

– En primer lugar, porque tiene infinita energía, y en segundo lugar, porque se tenía que familiarizar con el explorador. Todos nosotros obtuvimos algo invaluable de esta experiencia. Tú y Carol Tiggs obtuvieron al explorador. Nosotros obtuvimos una razón para unir nuestros cuerpos físicos con nuestros cuerpos energéticos; nos convertimos en pura energía.

– ¿Cómo hicieron ustedes eso, don Juan?

– Desplazamos nuestros puntos de encaje al unísono. Nuestro intento impecable de salvarte hizo que esto fuera posible. En fracciones de segundo, el explorador nos llevó adonde yacías tendido, medio muerto, y Carol te arrastró hacia afuera.

Su explicación no me explicó nada, porque carecía de sentido. Don Juan se rió cuando le dije esto.

– ¿Cómo podrías entenderlo, si ni siquiera tienes suficiente energía para salirte de tu cama? -replicó.

Le revelé algo que se insinuaba en mi mente: que sabía infinitamente más de lo que racionalmente admitía, pero que algo obturaba apretadamente mi memoria.

– Falta de energía es lo que ha puesto una tapa en tu memoria -dijo-. Cuando tengas suficiente energía te funcionará perfectamente.

– ¿Quiere usted decir que podré recordar todo, si así lo deseo?

– No exactamente. Puedes desearlo tanto como quieras, pero si tu nivel de energía no está a la par con la importancia de lo que sabes, ya te puedes ir despidiendo de tu conocimiento: no te será nunca accesible.

– ¿Entonces, qué es lo que hay que hacer, don Juan?

– La energía tiende a acumularse; si sigues impecablemente el camino del guerrero, va llegar el momento en que tu memoria se abrirá.

Le confesé que al escucharlo hablar, me venía la sensación de que me estaba entregando a mi antiguo vicio de la autocompasión, y que realmente estaba bien, solamente simulando estar mal.

– No estás únicamente entregándote a tu vicio -dijo-. Estuviste enérgicamente muerto hace cuatro semanas. Ahora no estás más que aturdido. Estar aturdido y con falta de energía es lo que te hace esconder tu conocimiento. Tú ciertamente sabes más que ninguno de nosotros acerca del mundo de los seres inorgánicos; te hemos dicho que todo lo que sabemos de él nos viene de las historias de brujos. Imagínate lo extraño que será para nosotros que te hayas convertido en otra fuente de historias de brujos.

Le reafirmé que me era imposible creer que yo había hecho algo que él no hubiera hecho, o creía que estaban meramente tomándome el pelo.

– Ni te estoy halagando ni me estoy burlando de ti -dijo visiblemente molesto-. Te estoy describiendo un acto de brujería. El que sepas más de ese mundo que ninguno de nosotros, no debería de ser una razón para sentirte contento. No hay ninguna ventaja en ese conocimiento; de hecho, a pesar de todo lo que sabes, no te pudiste salvar a ti mismo. Nosotros te salvamos, porque te encontramos. Pero sin la ayuda del explorador azul, no hubiera habido ningún caso en siquiera tratar de buscarte. Estabas tan infinitamente perdido en ese mundo que me estremezco con sólo pensar en ello.

En el estado emocional en el que me encontraba, no me pareció raro ver pasar una oleada de emoción a través de todos los compañeros y aprendices de don Juan. La única que permaneció inalterable fue Carol Tiggs, quien parecía haber aceptado completamente su papel. Ella era una conmigo.

– Liberaste al explorador -continuó don Juan-, pero perdiste tu vida. O peor aún, perdiste tu libertad. Los seres inorgánicos dejaron libre al explorador azul, pero a cambio de ti.

– Difícilmente puedo creer eso, don Juan. No es que dude de usted, pero describe una maniobra tan taimada que me deja pasmado.


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