Don Juan dijo que los brujos de la antigüedad, inventores de la recapitulación, consideraban la respiración como un vehículo mágico; la exhalación para expulsar la energía ajena que se quedó en uno durante el acontecimiento que se está recapitulando, y la inhalación, para traer de regreso la energía que uno dejó en dicho acontecimiento.

Debido a mi entrenamiento académico, consideré la recapitulación como un proceso de analizar la vida de uno. Pero don Juan insistió en que era un asunto mucho más complejo que un psicoanálisis intelectual. Postuló que la recapitulación era una táctica de brujos para inducir un diminuto pero consistente desplazamiento del punto de encaje. Dijo que bajo el impacto de revisar las acciones y sentimientos pasados, el punto de encaje se mueve entre su sitio presente y el sitio que ocupaba cuando el evento recapitulado tuvo lugar.

Don Juan aseveró que la base fundamental de la recapitulación es la convicción que tienen los brujos de que existe en el universo una inconcebible fuerza disolvente, la cual da vida a los organismos prestándoles conciencia. Esa misma fuerza también hace que mueran, para poder disolverlos y extraerles la conciencia que les prestó, la cual ha sido acrecentada a través de las experiencias de la vida. Don Juan explicó que teniendo en cuenta que esta fuerza anda detrás de tales experiencias, algo de suprema importancia es que se le pueda satisfacer con un facsímil de ellas: la recapitulación. Al obtener lo que busca, la fuerza disolvente deja a los brujos libres para que expandan su capacidad de percibir y alcancen con ella los confines del espacio y del tiempo.

Al comenzar nuevamente a recapitular, me llevé una gran sorpresa cuando comprobé que mis prácticas de ensueño quedaron automáticamente suspendidas en el momento mismo en que empecé mi recapitulación. Le pregunté a don Juan sobre esto.

– Ensoñar requiere de toda la energía disponible -contestó-. Si existe una gran preocupación en nuestras vidas, no hay posibilidad de que ensoñemos.

– Pero, he estado profundamente preocupado antes -dije-, y mis prácticas nunca fueron interrumpidas.

– Debe ser que cada vez que creías estar preocupado, estabas sólo maniáticamente alterado -dijo riéndose-. Para los brujos, preocuparse significa que todas sus fuentes de energía están funcionando. Esta es la primera vez que empleas la totalidad de tus fuentes energéticas. En lo otro, aun en tu recapitulación, has estado siempre muy lejos de estar absorto.

Don Juan me dio un nuevo modelo de recapitulación. Lo llamó "recapitulación rompecabezas". Consistía en tomar diferentes eventos de mi vida, sin un orden aparente.

– Pero, va a ser un desastre -protesté.

– No, no lo va a ser -me aseguró-. Sería un desastre si dejas que tu mente escoja los eventos que vas a recapitular. Ahora, si dejas que el espíritu decida, el resultado es lo opuesto. Entra en un estado de silencio y deja que el espíritu te señale el evento que debes seguir.

El resultado de ese nuevo modelo de recapitulación me asombró en muchos niveles. Fue muy impresionante para mí descubrir que cada vez que silenciaba mi mente, una fuerza al parecer independiente de mí me sumergía inmediatamente en un poderoso y detallado recuerdo. Pero algo aún más impresionante fue lo sistematizado que era esta configuración. Lo que imaginé caótico resultó ser extremadamente ordenado.

Le pregunté a don Juan por qué no me había hecho recapitular de esta forma desde el principio. Contestó que la recapitulación consiste en dos partes básicas; a la primera se le llama formalidad y rigidez; a la segunda, fluidez.

En el nivel subjetivo, yo no tenía la menor idea cuán diferente iba a ser el resultado de mi recapitulación. La habilidad para concentrarme, adquirida a través de mis prácticas de ensueño, me permitió examinar mi vida con una profundidad que nunca hubiera imaginado posible. Me tomó más de un año ver y revisar todo lo que pude sobre los acontecimientos de mi vida. Al final, estuve de acuerdo con don Juan: a pesar de haber recapitulado, aún existían cargas emocionales escondidas tan hondo adentro de mí que eran virtualmente inaccesibles.

Mi nueva recapitulación me permitió una actitud de mayor soltura. El mismo día que reinicié mis prácticas de ensueño soñé que yo me veía a mí mismo dormido en mi cama. Al darme cuenta, lo que hice fue dar la vuelta y salir del cuarto; bajando penosamente las escaleras que daban a la calle.

Fue tan grande mi entusiasmo que se lo reporté a don Juan. Me llevé una gran desilusión cuando él consideró esto como un sueño común y corriente y no como parte de mi práctica de ensueño. Arguyó que yo no había salido a la calle con mi cuerpo energético, ya que si lo hubiera hecho, hubiera tenido una sensación totalmente diferente a la de bajar por las escaleras.

– ¿De qué clase de sensación está usted hablando, don Juan? -le pregunté con verdadera curiosidad.

– Tienes que establecer una prueba válida que te permita saber si realmente estás viéndote a ti mismo dormido en tu cama -dijo en lugar de responder a mi pregunta-. Recuerda que la tarea es estar realmente en tu cuarto, realmente ver a tu cuerpo. De otra manera, es meramente un sueño. Si ese es el caso, controla ese sueño, y transfórmalo en ensueño, observando sus detalles o cambiándolo.

Insistí en que me diera una pauta acerca de lo que podría ser una prueba válida, pero se negó.

– Encuentra tú mismo una manera de validar el hecho de que te estás viendo a ti mismo -dijo.

– ¿Tiene usted alguna sugerencia acerca de lo que pueda ser una prueba válida? -insistí.

– Usa tu propio juicio. Estamos llegando al final de tu aprendizaje. Muy pronto vas a estar solo.

Cambió luego de tema, y me dejó con la clara sensación de mi ineptitud. No fui capaz de deducir lo que él quería, o a qué llamaba una prueba válida.

En el próximo ensueño en el que me vi a mi mismo dormido, en lugar de salir del cuarto y bajar las escaleras, o despertarme gritando, me quedé por un largo rato pegado al lugar desde donde observaba. Sin inquietarme ni desesperarme, observé los detalles de mi ensueño. Me di cuenta de que estaba dormido y llevaba puesta una camiseta blanca rasgada en el hombro. Traté de acercarme y examinarla, pero moverme era algo que no estaba dentro de mis posibilidades. Sentía una pesadez que parecía ser parte de mi mismo. De hecho, todo yo era peso. Al no saber qué hacer, entré instantáneamente en una terrible confusión. Traté de cambiar de ensueño, y todo lo que logré fue estar consciente más que nunca de una fuerza descomunal que me mantenía fijo, mirando a mi cuerpo dormido.

En medio de todo aquello, escuché al emisario decir que el no tener control para moverme me había aterrado a tal punto que quizá tendría que hacer otra recapitulación. La voz del emisario y lo que dijo no me sorprendieron en lo mínimo. Nunca me había sentido tan vívida y horriblemente incapacitado para moverme. Sin embargo, esta vez no me entregué a mi terror. Lo examiné. No era un terror psicológico sino más bien una sensación física de impotencia, desesperación y fastidio. El no poder moverme me frustraba indescriptiblemente. Mi incomodidad aumentó en proporción a la sensación de que algo fuera de mí me había paralizado brutalmente. El esfuerzo que hice para mover mis brazos, o mis piernas fue tan intenso que en un momento dado me vi la pierna de mi cuerpo dormido en la cama, moverse como si estuviera pateando.

Mi cuerpo inerte atrajo entonces toda mi atención de ensueño, y ello me hizo despertar con tal fuerza que me tomó más de media hora calmarme. Mi corazón palpitaba casi sin ritmo. Mi cuerpo entero temblaba y los músculos de mis piernas tenían calambres espasmódicos e incontrolables. Había sufrido una pérdida tan radical de calor que necesité cobijas y botellas de agua caliente para subir mi temperatura.

Naturalmente, fui a México a consultar con don Juan la sensación de parálisis y el hecho de que realmente tenía puesta una camiseta rasgada, y que por lo tanto, me había visto, verdaderamente, a mí mismo dormido. Además, le tenía un miedo mortal a la hipotermia. Don Juan no quiso discutir mi problema. Todo lo que le pude sacar fue una mordaz observación.


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