Puse en práctica este plan, pero los resultados fueron desastrosos. Me faltó control en mi atención de ensueño y no pude recordar los detalles de mis indumentarias experimentales. Pero aun así, de alguna manera, siempre supe cuando mis sueños eran solamente sueños ordinarios, cuando eran ensueños, o cuando eran algo más que ensueños. En cuyo caso se suponía que mi cuerpo estaba acostado en la cama dormido, mientras mi conciencia realmente lo observaba.

Una característica notable de estos ensueños era mi cuarto. Nunca era como mi cuarto en el mundo cotidiano, sino una enorme y vacía sala de conferencias, con mi cama en uno de sus extremos. Tenía que volar una considerable distancia para estar junto a la cama donde yacía mi cuerpo. En el momento en que estaba junto a él, una fuerza como un fuerte viento me hacia revolotear encima de él, como un colibrí. Algunas veces el cuarto se disolvía; desaparecía pedazo por pedazo hasta que sólo quedaba mi cuerpo y la cama. Otras veces, experimentaba una total pérdida de voluntad. Mi atención de ensueño parecía entonces funcionar independientemente; se quedaba completamente absorta con el primer objeto en el que se enfocara, o parecía no poder decidir qué hacer. En esos casos, tenía la sensación de que estaba flotando, sin volición alguna, yendo de un objeto a otro sin poder concentrarme.

La voz del emisario me explicó una vez que todos los elementos de este tipo de ensueño eran realmente configuraciones energéticas diferentes a las del mundo normal. La voz del emisario señaló que, por ejemplo, las paredes eran liquidas. Insistió en que me sumergiera en una de ellas.

Sin más ni más, me zambullí en una pared como si ésta fuera un gigantesco lago. No sentía la líquida pared; lo que sentí no fue tampoco la sensación de sumergirme físicamente en el agua, pero fue como el pensamiento de sumergirme y la sensación visual de pasar a través de una materia liquida. Mi zambullida me llevó, hundiéndome en algo que se abría, como el agua se abre.

La sensación de hundirme, con la cabeza por delante, era tan real que empecé a preguntarme por cuánto tiempo, o cuán hondo me había sumergido. Desde mi punto de vista subjetivo pasé una eternidad zambulléndome. Vi nubes y masas de materia que parecían rocas suspendidas en una sustancia al parecer liquida. Vi resplandecientes objetos geométricos, como de cristal, y masas de los colores primarios más profundos que jamás había visto. Había también zonas de intensa luminosidad y otras de total oscuridad. Todo eso se movía frente a mi, ya sea despacio o a una gran velocidad. Se me ocurrió que estaba viendo el cosmos. Al instante en que tuve ese pensamiento, mi velocidad aumentó tan intensamente que todo se volvió borroso, y de repente, me encontré despierto con la nariz contra una de las paredes de mi cuarto.

Un miedo velado me hizo consultar con don Juan. Me escuchó con suma atención.

– Ahora es cuando necesitas hacer una maniobra muy drástica -dijo-. El emisario de ensueño no tiene razón de interferir con tus prácticas de ensueño. O más bien, tú no deberías, bajo ninguna condición, permitirle que lo haga.

– ¿Cómo puedo detenerlo?

– Con una maniobra muy simple pero muy difícil. Al entrar en tu ensueño, expresa en voz alta tu deseo de no tener que ver más con el emisario de ensueño.

– ¿Quiere eso decir, don Juan, que nunca más lo escucharé?

– Efectivamente. Te vas a deshacer de él para siempre.

– ¿Pero, es aconsejable deshacerme de él?

– A estas alturas, ciertamente lo es.

Con esas palabras, don Juan me hundió en un gran dilema. No quería terminar mi relación con el emisario, y al mismo tiempo, quería seguir el consejo de don Juan. Se dio cuenta de mi duda.

– Sé que es un asunto muy difícil -concedió-. Pero si no te deshaces del emisario, los seres inorgánicos te van a tener siempre enganchado. Si quieres evitarlos haz lo que te digo, y hazlo ahora mismo.

En mi siguiente sesión de ensueño, al prepararme a pronunciar mi intento, la voz del emisario me interrumpió. Dijo: "si resuelves no hacer tu pedido, te prometo que nunca intervendré en tus prácticas de ensueño, y que te hablaré únicamente si me haces preguntas directas".

Acepté instantáneamente su proposición, la cual consideré ser un trato muy equitativo. Sentí alivio de que el asunto se hubiese resuelto así, aunque temía que don Juan iba a quedar decepcionado.

– Fue una excelente maniobra -remarcó y se rió-. Fuiste sincero; realmente ibas a pronunciar tu intento. Ser sincero era todo lo que se requería. Esencialmente no había necesidad de que te deshicieras del emisario. Lo que querías era acorralarlo para que te propusiera una alternativa conveniente para ti. Estoy seguro de que el emisario ya no va a interferir más.

Tenía razón. Continué con mis prácticas de ensueño sin ninguna intromisión por parte del emisario. Una extraordinaria consecuencia fue que empecé a tener ensueños en los que los cuartos que ensoñaba eran mi verdadero cuarto del mundo diario, con una diferencia: en mis ensueños, mi cuarto estaba siempre tan inclinado, tan distorsionado, que parecía una gigantesca pintura cubista; con ángulos obtusos y agudos en lugar de los ángulos rectos de las paredes, pisos y cielo raso. En mi cuarto asimétrico, la misma inclinación creada por los ángulos obtusos o agudos era un medio para hacer resaltar prominentemente algún detalle absurdo y superfluo, pero real; por ejemplo, intrincadas líneas en la madera del piso, o decoloraciones en la pintura de una pared, o manchas de polvo en el cielo raso, o huellas digitales en los bordes de las puertas.

En esos ensueños, me perdía inevitablemente en mundos acuosos formados por el detalle señalado por las inclinaciones. Durante toda mi práctica de ensueño, la abundancia de detalles en mi cuarto era tan inmensa y su atracción tan intensa que instantáneamente me sumergía en lo que fuera.

En el primer momento libre que tuve, me fui a ver a don Juan, y le conté mis ensueños.

– No puedo salirme de mi cuarto -le dije después de darle toda la información pertinente.

– ¿Qué te hace creer que debes salir de él? -preguntó haciendo una mueca de desdén.

– Creo que debo moverme más allá de mi cuarto, don Juan.

– Pero te estás moviendo más allá de tu cuarto. Quizá deberías preguntarte si estás otra vez atrapado en interpretaciones. ¿Qué crees que significa moverse, en este caso?

Le dije que la sensación que experimenté una vez de caminar de mi cuarto a la calle había sido tan asombrosa que ahora tenía una verdadera necesidad de volver a hacerlo.

– Pero lo que haces es mucho más excitante que lo que quieres hacer -protestó-. Vas a regiones increíbles. ¿Qué más quieres?

Le traté de explicar que tenía una exigencia física de salirme de la trampa del detalle. Mi mayor molestia era mi incapacidad de liberarme de lo que atraía mi atención de ensueño. Le dije que mi meta era tener un mínimo de voluntad.

Hubo un largo silencio. Esperé oír más acerca de la trampa del detalle, después de todo, fue él quien me previno de sus peligros.

– Vas muy bien -dijo finalmente-. A los ensoñadores les lleva largo tiempo perfeccionar su cuerpo energético. Y esto es precisamente lo que está aquí en juego: perfeccionar tu cuerpo energético.

Don Juan explicó que mi cuerpo energético estaba impulsado a examinar detalles y quedarse atrapado en ellos debido a su inexperiencia. Dijo que los brujos se pasan la vida entera completando sus cuerpos energéticos por medio de la maniobra de dejarlos absorber todos los detalles posibles.

– El cuerpo energético se abstrae en detalles hasta que está completo y maduro -don Juan prosiguió-. Y no hay modo de liberarlo de la compulsión de quedar absorto en todo. Pero si uno toma esto en consideración, en lugar de entrar en batalla con él como tú lo haces, uno le puede ayudar.

– ¿Cómo puedo ayudarlo, don Juan?


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