Don Juan me dio un ligero codazo.
– No te molestes con eso -dijo-. No estamos en ningún lugar identificable. Te acabo de prestar mi energía, y con ella llegaste a tu cuerpo energético. Tu cuerpo energético acaba de cruzar a otro mundo. Esto no va a durar mucho, así que usa tu tiempo con mucha mesura.
"Mira todo, pero sin andar con la boca abierta. No dejes que nadie te note.
Caminamos en silencio. Fue una caminata de una cuadra que tuvo un tremendo efecto en mí. Mientras más caminábamos, mayor era mi ansiedad y mi curiosidad. Tuve la clarísima sensación de que no me encontraba en este mundo. Cuando llegamos a un cruce de calles y nos detuvimos, vi que los árboles a lo largo de la calle habían sido cuidadosamente podados en forma de bolas. Eran árboles no muy grandes con hojas al parecer duras y rizadas. Cada árbol tenía un buen espacio cuadrado para ser regado. No había ni yerbas ni basura en esos espacios, como hay alrededor de los árboles de una ciudad, sino tierra suelta de color negro carbón.
En el momento en que enfoqué mis ojos en el cordón de la acera, antes de cruzar la calle, me di cuenta de que no había coches. Traté desesperadamente de observar a la gente que se arremolinaba alrededor nuestro; quería descubrir algo en ellos que explicara mi ansiedad. Los miré fijamente y ellos también me miraron fijamente. En un instante, un circulo de ojos duros, ojos azules y de color café, se había formado en torno nuestro.
Tuve entonces la aterradora certeza de que esto no era en lo absoluto un sueño; nos encontrábamos en una realidad más allá de lo que mi mente reconocía como algo real. Giré la cabeza para ver a don Juan. En ese instante estaba a punto de descubrir qué era lo diferente en esa gente, pero un extraño viento seco me entró directamente en las fosas nasales. Sentí como un golpe en la cara, mi vista se puso borrosa y olvidé lo que le quería decir a don Juan. En el siguiente instante, estaba yo de vuelta donde había empezado: la casa de don Juan; estaba echado en un petate, acurrucado de lado.
– Te presté mi energía y llegaste a tu cuerpo energético -don Juan dijo como si nada hubiera ocurrido.
Lo oí hablar, pero estaba entumecido. Una extraña comezón en mi plexo solar hacía mi respiración corta y dolorosa. Sabía que había estado a punto de descubrir algo transcendental acerca del ensueño y de la gente que vi, pero me era imposible enfocar esa casi revelación. Cada vez que trataba de hacerlo, el recuerdo del sueño mismo se oscurecía.
– ¿Dónde estuvimos don Juan? -le pregunté- ¿Fue todo eso un sueño? ¿Un estado hipnótico?
– No fue un sueño -contestó-. Fue un ensueño. Te ayudé a entrar en la segunda atención, para que así pudieras comprender lo que significa intentar, no como un tópico para tu razón, sino para tu cuerpo energético.
"A estas alturas, no puedes todavía comprender la importancia de todo esto, no solamente porque no tienes la suficiente energía sino porque además no estás intentando lo que yo intenté por ti. Si lo estuvieras, tu cuerpo energético inmediatamente comprendería que la única forma de intentar es enfocando tu intento en lo que quieras intentar. Esta vez yo lo enfoqué por ti, y lo enfoqué en el acto de llegar a tu cuerpo energético.
– ¿Es la meta del ensueño intentar el cuerpo energético? -pregunté, repentinamente imbuido de una extraña claridad de pensamiento.
– Se puede decir que esa es la meta total -dijo-. En el caso particular de la primera compuerta del ensueño, la meta es, intentar que tu cuerpo energético se de cuenta de que te estás quedando dormido. No trates de forzarte para darte cuenta de que te estás durmiendo. Deja que tu cuerpo energético lo haga. Intentar es desear sin desear, hacer sin hacer.
"Acepta el reto de intentar -prosiguió-. Pon una determinación que no admita palabras o aun pensamientos para convencerte a ti mismo de que has llegado a tu cuerpo energético y que eres un ensoñador. Hacer esto te pondrá automáticamente en la posición de darte cuenta de que te estás durmiendo.
– ¿Cómo puedo convencerme de que soy un ensoñador cuando no lo soy?
– Oír que debes convencerte a ti mismo te vuelve automáticamente más racional. ¿Cómo te puedes convencer de que eres un ensoñador, cuando sabes que no lo eres? Intentar abarca dos cosas: el acto de convencerte a ti mismo que verdaderamente eres un ensoñador, aunque nunca hayas ensoñado, y el acto de estar convencido.
– ¿Quiere usted decir, don Juan, que debo decirme a mí mismo que soy un ensoñador, y hacer todos los esfuerzos imaginables para creerlo? ¿Es eso lo que usted quiere?
– No, no es eso. Intentar es mucho más simple, y al mismo tiempo, infinitamente más complejo. Requiere imaginación, disciplina y propósito. En tu caso, intentar significa que adquieres la indiscutible certeza corporal de que eres un ensoñador. Sientes con todas las células de tu cuerpo que eres un ensoñador.
Don Juan añadió, en tono de broma, que él carecía de suficiente energía para hacerme otro préstamo, y que yo debía llegar a mi cuerpo energético por mi cuenta. Me aseguró que intentar la primera compuerta del ensueño era uno de los medios descubiertos por los brujos de la antigüedad para llegar al cuerpo energético y entrar en la segunda atención.
Después de decir esto, prácticamente me ordenó que me marchara y no regresara hasta que hubiera intentado la primera compuerta del ensueño.
Regresé a casa, y cada noche, por meses, me iba a dormir intentando con todo mi esfuerzo darme cuenta de estar quedándome dormido y ver mis manos en mis sueños. La otra parte de la tarea: convencerme a mi mismo de que era un ensoñador y de que había llegado a mi cuerpo energético me fue totalmente imposible.
Una tarde, mientras tomaba una siesta, soñé que estaba mirando mis manos. El impacto fue suficiente para despertarme. Este sueño resultó único. No pude repetirlo. Tuve centenares de otros sueños en los que me fue imposible verme las manos y mucho menos darme cuenta de que me estaba quedando dormido. Sin embargo, empecé a tener una vaga conciencia, en mis sueños, de que debería estar haciendo algo, pero no podía acordarme lo que era. Esta sensación cobró tal fuerza, que me hacía despertar a todas horas de la noche.
Le conté a don Juan acerca de mis vanas tentativas de cruzar la primera compuerta del ensueño.
– Decirle a un ensoñador que encuentre en sus sueños un objeto determinado es un subterfugio -dijo-. El asunto es darse cuenta de que uno se está quedando dormido. Y hacer esto no es posible, simplemente ordenándose a uno mismo hacerlo, sino sosteniendo la vista de cualquier cosa que uno esté mirando en su sueño.
Me dijo que los ensoñadores echan fugaces vistazos a todo lo que está presente en un sueño. Si enfocan su atención de ensueño en algo específico, usan este enfoque como punto de partida. Luego la enfocan en otros objetos del sueño, regresando al punto de partida cuantas veces les sea necesario.
Después de un inmenso esfuerzo encontré manos en mis sueños, pero nunca eran las mías. Eran manos que solamente parecían pertenecerme; manos que cambiaban de forma, volviéndose a veces espeluznantes. El resto del contenido de mis sueños era por lo regular estable y placentero; y podía sostener la vista de cualquier cosa en la cual enfocara mi atención de ensueño.
Seguí así por meses, hasta un día en el cual mi capacidad de ensoñar cambió, aparentemente, por si sola. No hice nada en especial, aparte de mi constante determinación de estar consciente del acto de quedarme dormido y de encontrarme las manos.
Soñé en esa ocasión que estaba de visita en mi ciudad natal. No era que la ciudad de mis sueños se pareciera a mi ciudad natal, pero de alguna manera, yo tenía la convicción de que si lo era.
Todo empezó como un sueño común y corriente, aunque muy vívido. Luego, la luz aumentó. Las imágenes se volvieron más nítidas. La calle por la cual caminaba de repente era más real de lo que era un momento antes. Me empezaron a doler los pies. Para entonces podía yo sentir que los objetos del sueño eran absurdamente duros. Por ejemplo, al tropezar con la rodilla en una puerta, no solamente experimenté dolor en la rodilla sino que también mi torpeza me enfureció.