Talbo miraba a su mujer. Sus ojos estaban perdiendo brillo, pero aún conservaba el mismo encanto que cuando la había conocido. Nunca le había dicho ciertas cosas: no le había contado sobre las mujeres que recibió como premio de batallas, las mujeres que encontró mientras viajaba por el mundo, las mujeres que estaban esperando que él volviera algún día. No le había contado esto porque estaba seguro de que ella lo sabía todo y le perdonaba porque él era su gran Amor, y el gran amor está por encima de las cosas de este mundo.

Pero había otras cosas que él no había contado y que posiblemente ella jamás descubriría; que había sido ella, con su cariño y su alegría, la gran responsable de que él volviera a encontrar el sentido de la vida. Que fue el amor de aquella mujer el que lo había empujado hasta los más distantes confines de la tierra, porque tenía que ser lo bastante rico como para comprar un campo y vivir en paz, con ella, el resto de sus días. Fue la inmensa confianza en aquella criatura frágil cuya alma se estaba apagando, que lo había obligado a luchar con honor, porque sabía que después de la batalla podía olvidar los horrores de la guerra en su regazo. El único regazo que era realmente suyo, a pesar de todas las mujeres del mundo. El único regazo donde conseguía cerrar los ojos y dormir como un niño.

Ve a llamar a un sacerdote, Talbo -dijo ella-. Quiero recibir el bautismo.

Talbo vaciló un momento; sólo los guerreros escogían la manera de morir. Pero la mujer que tenía enfrente había dado su vida por amor, quizá para ella el amor fuese una forma desconocida de guerra.

Se levantó y descendió las escaleras de la muralla. Loni intentó concentrarse en la música que venía de allí abajo, que hacía la muerte más fácil. Mientras tanto, las Voces no paraban de hablar.

"Toda mujer, en su vida, puede usar los Cuatro Anillos de la Revelación. Tú usaste uno solo, y era el anillo equivocado", dijeron las Voces.

Loni miró sus dedos. Estaban heridos, las uñas sucias. No había ningún anillo. Las Voces se rieron.

"Tú sabes de lo que estamos hablando -dijeron-. La virgen, la santa, la mártir, la bruja."

Loni sabía en su corazón lo que las Voces decían. Pero no se acordaba. Había sabido esto hacía mucho tiempo, en una época en que las personas se vestían diferente y miraban al mundo de otra manera. En aquel tiempo ella poseía otro nombre y hablaba otra lengua.

"Son éstas las cuatro maneras en que la mujer comulga con el Universo -las Voces dijeron, como si fuese importante para ella recordar cosas tan antiguas-. La Virgen posee el poder del hombre y de la mujer. Está condenada a la Soledad, pero la Soledad revela sus secretos. Éste es el precio de la Virgen: no necesitar de nadie, consumirse en su amor por todos, y a través de la Soledad descubrir la sabiduría del mundo."

Loni continuaba mirando al campamento, allí abajo. Sí, lo sabía.

"Y la Mártir -continuaron las Voces-, la Mártir posee el poder de aquellos a quienes el dolor y el sufrimiento no pueden causar daño. Se entrega, sufre, y a través del Sacrificio descubre la sabiduría del mundo."

Loni volvió a mirar sus manos. Allí, con brillo invisible, el anillo de la Mártir circundaba uno de sus dedos. "Podías haber escogido la revelación de la Santa, aun cuando no fuera éste su anillo -dijeron las Voces-. La Santa posee el coraje de aquellas para quienes Dar es la única manera de recibir. Son un pozo sin fondo, donde las personas beben sin parar. Y, si falta agua en su pozo, la Santa entrega su sangre, para que las personas no cesen jamás de beber. A través de la Entrega, la Santa descubre la Sabiduría del mundo."

Las Voces se callaron. Loni escuchó los pasos de Talbo subiendo la escalera de piedra. Sabía cuál era su anillo en esta vida, porque era el mismo que había usado en sus vidas pasadas: cuando tenía otros nombres y hablaba lenguas diferentes. En su anillo, la Sabiduría del Mundo era descubierta a través del Placer.

Pero no quería acordarse de esto. El anillo de la Mártir brillaba, invisible, en su dedo.

Talbo se aproximó. Y de repente, al elevar los ojos hacia él, Loni reparó en que la noche tenía un brillo mágico, como si fuese un día de sol.

"Despierta", decían las Voces.

Pero eran voces diferentes, que ella nunca había escuchado. Sintió a alguien masajeando su muñeca izquierda.

– Vamos, Brida, levántate.

Abrió los ojos y los cerró rápidamente, porque la luz del cielo era muy intensa. La Muerte era algo extraño. Abre los ojos -insistió Wicca, una vez más.

Pero ella necesitaba volver al castillo. Un hombre que amaba había salido para buscar al sacerdote. No podía huir así. Él estaba solo y la necesitaba.

– Háblame sobre tu Don.

Wicca no le daba tiempo para pensar. Sabía que ella había participado en algo extraordinario, algo más fuerte que la experiencia del tarot. Pero aun así no le daba tiempo. No entendía y no respetaba sus sentimientos; todo lo que quería era descubrir su Don.

– Háblame de tu Don -repitió Wicca otra vez.

Ella respiró hondo, conteniendo su rabia. Pero no había manera. La mujer continuaría insistiendo hasta que ella le contase algo.

– Fui una mujer enamorada de…

Wicca tapó rápidamente su boca. Después se levantó, hizo algunos gestos extraños en el aire y volvió a mirarla.

– Dios es la palabra. ¡Cuidado! Cuidado con lo que hablas, en cualquier situación o instante de tu vida. Brida no entendía por qué la otra estaba reaccionando así.

– Dios se manifiesta en todo, pero la palabra es uno de sus medios favoritos de actuar. Porque la palabra es el pensamiento transformado en vibración; estás colocando en el aire, a tu alrededor, aquello que antes era sólo energía. Mucho cuidado con todo lo que digas -continuó Wicca-. La palabra tiene un poder mayor que muchos rituales.

Brida continuaba sin entender. No tenía otra manera de contar su experiencia que a través de palabras. -Cuando te referiste a una mujer -continuó Wicca-, tú no fuiste ella. Tú fuiste una parte de ella. Otras personas pueden haber tenido la misma memoria que tú. Brida sentíase robada. Aquella mujer era fuerte y no le gustaría dividirla con nadie más. Además, estaba Talbo.

– Háblame de tu Don -dijo otra vez Wicca. No podía dejar que la chica se quedara deslumbrada con la experiencia. Los viajes en el tiempo generalmente acarreaban muchos problemas.

– Tengo muchas cosas que decir. Y necesito hablar contigo porque nadie más me creerá. Por favor -insistió Brida.

Comenzó a contar todo, desde el momento en que la lluvia goteaba en su rostro. Tenía suerte y no la podía perder: la suerte de estar con alguien que creía en lo extraordinario. Sabía que nadie más la escucharía con el mismo respeto, porque las personas tenían miedo de saber hasta qué punto la vida era mágica; estaban acostumbradas a sus casas, sus empleos, sus expectativas, y si alguien apareciese diciendo que era posible viajar en el tiempo -era posible ver castillos en el Universo, tarots que contaban historias, hombres que caminaban por la noche oscura-, las personas se sentirían robadas por la vida, porque ellas no tenían aquello, la vida de ellas era el día siempre igual, la noche siempre igual, los fines de semana iguales.

Por eso, Brida necesitaba aprovechar aquella oportunidad; si las palabras eran Dios, entonces que quedase registrado en el aire que la rodeaba que ella había viajado hasta el pasado, y se acordaba de cada detalle como si fuese el presente, como si fuese el bosque. Así, cuando más tarde alguien consiguiese probarle que no le había sucedido nada de aquello, cuando el tiempo y el espacio hiciesen que ella misma dudase de todo, cuando, finalmente, ella misma estuviese segura de que aquello no había pasado de ser una ilusión, las palabras de aquella tarde, en el bosque, aún estarían vibrando en el aire y por lo menos una persona, alguien para quien la magia era parte de la vida, sabría que todo sucedió en verdad.

Describió el castillo, los sacerdotes con sus ropas negras y amarillas, la visión del valle con las hogueras encendidas, el marido pensando cosas que ella conseguía captar. Wicca escuchó con paciencia, demostrando interés sólo cuando ella relataba las voces que surgían en la cabeza de Loni. En estos momentos interrumpía y preguntaba si eran voces masculinas o femeninas (eran de ambos sexos), si transmitían algún tipo de emoción, como agresividad o consuelo (no, eran voces impersonales) y si ella podía despertar las voces siempre que lo deseara (no lo sabía, no tuvo tiempo para esto).

– Okay, podemos irnos -dijo Wicca, retirando la túnica y colocándola otra vez dentro del bolso. Brida estaba decepcionada, pensó que iba a recibir algún tipo de elogio. O, como mínimo, una explicación. Pero Wicca se parecía a ciertos médicos, que se quedan mirando al paciente con aire impersonal, más interesados en anotar los síntomas que en entender el dolor y el sufrimiento que esos síntomas causan.

Hicieron un largo viaje de regreso. Cada vez que Brida quería tocar el tema, Wicca se mostraba interesada en el aumento del costo de vida, en el tránsito congestionado del final de la tarde y en las dificultades que el administrador de su edificio estaba creando.

Sólo cuando estuvieron sentadas de nuevo en los dos sillones, Wicca comentó la experiencia.

– Quiero decirte una cosa -empezó-. No te preocupes en explicar emociones. Vive todo intensamente, y guarda lo que sentiste como una dádiva de Dios. Si crees que no vas a conseguir aguantar un mundo donde vivir es más importante que entender, entonces, desiste de la magia. La mejor manera de destruir el puente entre lo visible y lo invisible es intentando explicar las emociones.

Las emociones eran caballos salvajes y Brida sabía que en ningún momento la razón conseguía dominarlas por completo. Cierta vez tuvo un amor que se había ido por una razón cualquiera. Brida se quedó en su casa durante meses, explicándose todo el día a sí misma los centenares de defectos, los millares de inconvenientes de aquella relación. Pero todas las mañanas al despertarse pensaba en él, y sabía que si él le telefonease, ella terminaría aceptando el encuentro.

El perro, en la cocina, ladró. Brida sabía que era un código, la visita había concluido.

– ¡Por favor, ni siquiera conversamos! -imploró ella-. Y necesitaba hacerte por lo menos dos preguntas.

Wicca se levantó. La chica siempre se las arreglaba para tener preguntas importantes justo a la hora de salir.


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