Brida estaba encantada con el programa; por más mociones que la vida le estuviese reservando aquel año, siempre difícil aguantar el invierno. Todo lo que hacía era ir al trabajo de día, a la Facultad de noche y al cine los fines de semana. Ejecutaba los rituales siempre n las horas señaladas y danzaba conforme Wicca le había enseñado. Pero tenía ganas de estar en el mundo, salir de casa y ver un poco de Naturaleza.

El tiempo estaba nublado, las nubes bajas, pero el ejercicio físico y la dosis de whisky conseguían disfrazar 1 frío. El sendero era demasiado estrecho para que los os caminasen lado a lado; Lorens iba adelante, y Brida seguía algunos metros atrás. Era difícil conversar en estas circunstancias. Aun así, de vez en cuando, conseguian intercambiar algunas palabras, lo suficiente para que uno sintiera que el otro estaba cerca, compartiendo la Naturaleza que los rodeaba.

Ella miraba, con fascinación infantil, el paisaje a su rededor. Aquel escenario debía ser el mismo millares de años atrás, en una época en que no existían ciudades, ni puertos, ni poetas, ni muchachas que buscaban la Tradición de la Luna; en aquel tiempo existían solamente las rocas, el mar estallando allí abajo y las gaviotas paseando por las nubes bajas. De vez en cuando Brida miraba el precipicio y sentía un leve vértigo. El mar decía cosas que no comprendía, las gaviotas trazaban diseños que no lograba acompañar. Aun así, miraba a aquel mundo primitivo, como si allí estuviese guardada, más que en todos los libros que leía, o en todos los rituales que practicaba, la verdadera sabiduría del Universo. A medida que se alejaban del puerto, todo lo demás iba perdiendo importancia: sus sueños, su vida cotidiana, su búsqueda. Quedaba sólo aquello que Wicca llamó "la firma de Dios".

Quedaba apenas, en aquel momento primitivo, junto a las fuerzas puras de la Naturaleza, la sensación de estar viva, al lado de alguien que amaba.

Después de casi dos horas de camino, el sendero se ensanchó y decidieron sentarse juntos para descansar. No podían tardar mucho; el frío, en breve, se volvería insoportable y tendrían que moverse. Pero ella tenía ganas de quedarse por lo menos unos instantes al lado de él, mirando las nubes y escuchando el ruido del mar.

Brida sintió el olor de la marejada en el aire y el sabor de sal en la boca. Su rostro, pegado al abrigo de Lorens, estaba caliente. Era un momento intenso, de existencia plena. Sus cinco sentidos estaban funcionando.

En una fracción de segundo, ella pensó en el Mago y lo olvidó. Todo lo que le interesaba ahora eran los cinco sentidos. Tenían que continuar funcionando. Allí estaba el momento.

– Quiero hablar contigo, Lorens.

Lorens murmuró algo, pero su corazón tuvo miedo. Mientras miraba las nubes y el precipicio, entendió que aquella mujer era la cosa más importante de su vida. Que ella era una explicación, el único motivo de aquellas rocas, de aquel cielo, de aquel invierno. Si ella no estuviese allí con él, no importaría que todos los ángeles del cielo descendiesen revoloteando para confortarlo, el Paraíso no tendría ningún sentido.

– Quiero decirte que te amo -Brida habló con suavidad-. Porque tú me mostraste la alegría del amor. Sentíase plena, total, con todo aquel paisaje penetrando en su alma. Él comenzó a acariciarle los cabellos. Y ella tuvo la certeza de que, si corriese riesgos, podría experimentar un amor como jamás había sentido. Brida lo besó. Sintió el gusto de su boca, el toque de su lengua. Era capaz de percibir cada movimiento y presentía que lo mismo pasaba con él, porque la Tradición del Sol se revelaba siempre a todos lo que mirasen al mundo como si lo estuviesen viendo por primera vez. -Quiero amarte aquí, Lorens.

Él, en una fracción de segundo, pensó que estaban en un camino público, que alguien podía pasar, alguien suficientemente loco para andar por allí en pleno invierno. Pero quien fuese capaz de esto, también sería capaz de entender que ciertas fuerzas, una vez puestas en marcha, ya no pueden ser interrumpidas.

Introdujo sus manos bajo el suéter de ella y sintió los senos. Brida estaba completamente entregada, todas las fuerzas del mundo penetraban por sus cinco sentidos y se transformaban en la energía que la invadía. Se tendieron en el suelo, entre las rocas, el precipicio, el mar, entre la vida de las gaviotas allí arriba y la muerte en las piedras allá abajo. Comenzaron a amarse sin miedo, porque Dios protegía a los inocentes.

Ya no sentían frío. La sangre corría con tal velocidad que ella se arrancó parte de las ropas, y él la imitó. No había más dolor; rodillas y espaldas se arañaban en el suelo pedregoso, pero aquello integraba y completaba el placer. Brida supo que el orgasmo se aproximaba, pero fue un sentimiento muy distante porque ella estaba completamente unida al mundo, su cuerpo y el cuerpo de Lorens se mezclaban con el mar, las piedras, la vida y la muerte. Se quedó en este estado el tiempo que fue posible, mientras otra parte suya percibía, aunque de forma muy vaga, que estaba haciendo cosas que jamás hiciera antes. Pero era el reencuentro de sí misma con el sentido de la vida, era la vuelta a los jardines del Edén, era el momento en que Eva volvía a entrar en Adán y las dos Partes se transformaban en la Creación.

De repente, ya no podía seguir controlando el mundo que la rodeaba, sus cinco sentidos parecían querer soltarse, y no le sobraban fuerzas para retenerlos. Como si un rayo sagrado la alcanzase, ella los soltó y el mundo, las gaviotas, el sabor de la sal, la tierra áspera, el olor del mar, la visión de las nubes, todo desapareció por completo, en su lugar apareció una inmensa luz dorada, que crecía, crecía, hasta conseguir tocar la más distante estrella de la galaxia.

Fue descendiendo lentamente de aquel estado, y el mar y las nubes volvieron a aparecer. Pero todo estaba inmerso en una vibración de profunda paz, la paz de un universo que, aunque tan solo por unos instantes, pasaba a tener una explicación, porque ella estaba comulgando con el mundo. Había descubierto otro puente que unía lo visible a lo invisible, y nunca más iba a olvidar el camino.

Al día siguiente telefoneó a Wicca. Le contó lo sucedido y la otra permaneció algún tiempo en silencio. -=Felicitaciones -dijo, finalmente-. Lo conseguiste.

Explicó que la fuerza del sexo, a partir de aquel instante, iba a causar profundas transformaciones en su manera de ver y sentir al mundo.

– Ya estás preparada para la fiesta del Equinoccio. Sólo te falta una cosa más.

– ¿Otra más? ¡Pero dijiste que era sólo esto!

– Una cosa fácil. Tienes que soñar con un vestido. El vestido que usarás ese día.

– ¿Y si no lo consigo?

– Soñarás. Lo más difícil ya lo conseguiste.

Y cambió de tema de repente, como acostumbraba hacer con frecuencia. Dijo que había comprado un coche nuevo, que le gustaría hacer algunas compras. Quería saber si Brida podía acompañarla.

Brida se sintió orgullosa por la invitación y pidió permiso al jefe para salir antes del trabajo. Era la primera vez que Wicca demostraba algún tipo de afecto por ella, aunque fuese apenas salir para ir de compras. Era consciente de que muchos otros discípulos adorarían, en aquel momento, estar en su lugar.

Quién sabe si durante aquella tarde podría demostrar lo importante que Wicca era para ella, y cómo le gustaría que fuese su amiga. Era difícil para Brida separar la amistad de la búsqueda espiritual y se resentía porque hasta entonces la Maestra no había demostrado ningún tipo de interés por su vida. Sus conversaciones nunca iban más allá de lo estrictamente necesario para que ella pudiera realizar un buen trabajo en la Tradición de la Luna.

A la hora convenida, Wicca la estaba esperando dentro de un coche "MG", descapotable, rojo, con la capota plegada. El coche, un modelo clásico de la industria automovilística británica, estaba excepcionalmente bien conservado, la carrocería brillante y el panel de madera encerado. Brida no osó calcular su precio. La idea de que una hechicera pudiese tener un automóvil tan caro como aquél la asustaba un poco. Antes de conocer la Tradición de la Luna, había escuchado durante toda su infancia que las brujas hacían terribles pactos con el demonio, a cambio de dinero y poder.

– ¿No crees que hace un poco de frío para ir sin capota? -preguntó mientras entraba.

– No puedo esperar hasta el verano -respondió Wicca-. Simplemente no puedo. Me muero de ganas de conducir así.

Qué bien. Por lo menos, en esto era una persona normal.

Salieron por las calles, recibiendo miradas de admiración de las personas mayores y algunos silbidos y galanteos de los hombres.

– Estoy contenta de que te preocupe no soñar con el vestido -dijo Wicca. Brida ya se había olvidado de la conversación telefónica-. Nunca dejes de tener dudas.

Guando las dudas dejan de existir, es porque paraste en tu caminata. Entonces viene Dios y lo desmonta todo, porque es así como Él controla a sus elegidos; haciendo que recorran siempre, por entero, el camino que precisan recorrer. Él nos obliga a andar cuando paramos por cualquier razón, comodidad, pereza, o la falsa sensación de que ya sabemos lo necesario.

Pero vigila algo: jamás dejes que las dudas paralicen tus acciones. Toma siempre todas las decisiones que necesites tomar, incluso sin tener la seguridad o certeza de que estás decidiendo correctamente. Nadie se equivoca cuando está actuando, si, al tomar sus decisiones, mantiene siempre en mente un viejo proverbio alemán, que la Tradición de la Luna trajo hasta nuestros días. Si no olvidas ese proverbio, siempre puedes transformar una decisión equivocada en una decisión acertada. Y el proverbio es éste: el diablo habita en los detalles. Wicca paró de repente en un taller mecánico.

– Existe una superstición respecto de este proverbio -dijo-. Sólo llega a nosotros cuando lo necesitamos. Acabé de comprar el coche y el diablo está en los detalles.

Bajó del automóvil en cuanto se aproximó el mecánico. -¿Tiene la capota rota, señora?

Wicca no se tomó el trabajo de responder. Pidió que le hiciese una revisión completa de todo.

Había una pastelería al otro lado de la calle; mientras el mecánico miraba el "MG", fueron hasta allí a tomar un chocolate caliente.

– Fíjate en el mecánico -dijo Wicca, mientras las dos miraban hacia el taller a través de la vidriera de la pastelería. Estaba parado frente al motor abierto del coche, sin hacer ningún movimiento-. No está tocando nada. Sólo contempla. Lleva años en esta profesión y sabe que el coche habla con él un lenguaje especial. No es su raciocinio lo que está actuando ahora, es su sensibilidad.


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