O nos enojamos con Dios. Si no encontramos a nadie y aún encontrándolo nos ponemos furiosos con Dios y empezamos a cuestionarlo.
O quizás nos enojamos con la vida, literalmente con la vida, con la circunstancia, con el destino. Y empezamos a putear y reputear la vida que nos arrebata al ser querido.
Lo cierto es que con Dios, con la vida, con uno mismo, con el otro, con el más allá, con alguien, siempre hay un momento en el que conectamos con la furia. Ahora con este y después con el otro.
O no. En lugar de eso o además de eso nos enojamos con el que murió. Nos ponemos furiosos porque nos abandonó, porque se fue, porque no está, porque nos dejó justo ahora, porque se muere en el momento que no era el adecuado, porque no estábamos preparados, porque no queríamos, porque nos duele, porque nos molesta, porque nos fastidia, porque nos complica, porque nos jode, porque nos caga, porque, porque, sobre todo porque nos dejó solos de él, solos de ella.
A veces si muere mi mamá, me enojo con mi papá porque sobrevivió. Me enojo con el hermano mayor de mi viejo, porque él vive y mi papá se murió.
Sea con el afuera, sea con las circunstancias, sea con Dios, con la religión, con el vecino, sea con el que no tiene nada que ver o con quien sea, me enojo.
Me enojo con cualquiera a quien pueda culpar de mi sensación de ser abandonado.
No importa si es razonable o no, el hecho es que me enojo.
Pero, ¿cómo puede ser que yo me enoje?
La verdad es que yo sé que los otros no son culpables de esto que los acuso. Lo que pasa es que la furia tiene una función, como la tiene el sangrado…Esta furia está allí para producir algunas cosas, como la sangre sale para permitir el proceso que sigue.
La furia tiene como función anclarnos a la realidad, traernos de la situación catastrófica de la regresión y preparanos para lo que sigue; tiene como función terminar con el desborde de la etapa anterior pero también intentar protegernos, por un tiempo más, del dolor de la tristeza que nos espera.
Para que pare la sangre habrá que taponar la herida con algo.
Algo que sea justamente el resultado del sangrar. Porque si el paciente siguiera sangrando se moriría. Si el paciente siguiera furioso se moriría agotado, destrozado por la furia.
Algo tendrá que parar esta sangre, algo tendrá que actuar como tapón, como si fuera un coágulo. Este derivado construido de la misma sustancia de la furia que la reemplaza y la frena se llama culpa.
En el proceso natural de la elaboración de un duelo aparece tarde o temprano una etapa de la culpa. Nos empezamos a sentir culpables. Culpables por habernos enojado con el otro (se murió y yo encima puteándolo). Culpables por enojarnos con otro. Culpables con Dios. Culpables por no haber podido evitar que se muriera. Y empezamos a decirnos estas estupideces:
…por qué le habré dicho que vaya a comprar eso…
…si no le hubiera prestado el auto…
…si yo no le hubiera pagado el pasaje no podría haber ido a Europa…
…debería haberlo mandado al médico…
…si lo hubiera presionado un poco más se habría salvado…
…si yo hubiera estado entonces no habría muerto…
…quizás me llamó y yo no estaba…
¿Para qué hacemos esto?
Sabemos lo que se viene, y estamos intentado defendernos.
Estas fantasías omnipotentes intentan salvarnos de la sensación de impotencia que seguirá después.
Culparnos es una manera de decretar que yo lo habría podido evitar, una injusta acusación por todo aquello que no pudimos hacer…
por no haberte contado lo que nunca supiste, por no haberte dicho en vida lo que hubiéramos querido decirte, por no haberte dado lo que podíamos haberte dado,.por no haber estado el tiempo que podíamos haber estado, por no haberte complacido en lo que podíamos haberte complacido por no haberte cuidado lo suficiente,
por todo aquello que no supimos hacer y que tanto reclamabas.
Y como no puedo enojarme con vos porque me privaste del tiempo de hacerlo y porque la etapa de furia ya pasó, estoy coagulando para salirme de la bronca, cargando con el peso de la culpa.
Pero la culpa también es una excusa, también es un mecanismo.
La culpa es, como ya lo he dicho tantas veces, una versión autodirigida del resentimiento, es la retroflexión de la bronca
Por eso digo que está configurada de la misma sustancia que la furia, como el coágulo es de la misma sustancia de la sangre.
La culpa no dura porque es ficticia y cuando se queda nos estanca en la parte mentirosa omnipotente y exigente del duelo.
Pero si no hacemos algo que nos detenga, naturalmente aparece la retracción del coágulo, como pasa con la herida. Voy metiéndome para adentro, voy volviéndome seco. Y llego a una etapa, la quinta, desde lo subjetivo la más horrible de todas, la etapa de la desolación.
La etapa de la desolación es la de la verdadera tristeza.
Esta es la etapa más temida. Tanto que gran parte de lo anterior pasó para evitar esto, para retrasar nuestra llegada aquí. Aquí es donde está la impotencia, el de darnos cuenta de que no hay nada que podamos hacer, que el otro está irremediablemente muerto y que eso es irreversible.
Piense yo lo que piense y crea yo lo que crea.
Crea yo en el mundo por venir o no, en el mundo de después o no, en el mundo eterno o no.
Crea yo o no que en algún lugar está mirándome y que nos vamos a encontrar, lo cierto es que en este lugar no hay nada que yo pueda hacer. Y esto me conecta con la impotencia.
Y como si fuera poco aquí está también nuestro temido fantasma, el de la soledad. La soledad de estar sin el otro, con los espacios que ahora quedaron vacíos.
Conectados con nuestros propios vacíos interiores…Conectados con la certeza de que hemos perdido algo definitivamente.
No hay muchas cosas definitivas en el mundo, salvo la muerte.
Continuará…
Y ahora, damos cuenta de todo esto. Después de recorrer todo este camino, tenemos que retraernos, ponernos para adentro, darnos cuenta de esta sensación, la sensación de eternidad de su ausencia. Nos damos cuenta de que las cosas no van a volver a ser como eran y no sabemos con certeza pronosticar de qué manera van a ser. Y tomo absoluta conciencia… y siento la sensación de ruina… como si fuera una ciudad desvastada…
como si algo hubiera sido arrasado dentro de mí… como si yo fuera lo que queda de una ciudad bombardeada. (Me acuerdo de las imágenes de Varsovia después de la destrucción de los nazis, nada en pie, sólo escombros) Así me siento… como si de mi interior sólo hubieran quedado escombros. Este es el momento más duro del camino. En honor a esta etapa se llama el camino de las lágrimas. esta es la etapa de la tristeza que duele en el cuerpo, la etapa de la falta de energía, de la tristeza dolorosa y aplastante. No es una depresión, si bien se le parece, claro que se le parece ¿En qué? En la inacción. La depresión aparece justamente cuando me declaro incapaz de transformar mi emoción en una acción. A veces los deprimidos no están tristes, están deprimidos, pero no están tristes. Y éstos están tristes, no sé si están deprimidos, quizás sí, quizás no, pero lo que seguro están es desesperados… Están verdaderamente desesperados. Pero no es la desolación de la sinrazón. Cuando nos encontramos con estas personas y las miramos a los ojos, nos damos cuenta de que algo ha pasado, de que algo se ha muerto en ellos. Y es bien triste acompañar a alguien que está en este momento. Es triste porque comprendemos y sentimos.
Porque nos "compadecemos" de lo que le pasa, quiero decir "padecemos con" esa persona. Es lógico que así sea porque quien se ha muerto en realidad es este pedacito de la persona que de alguna manera llevaba adentro. Los intentos para salirse de esta situación tan desesperante son infinitos. Sin necesidad de que nos estemos volviendo locos para nada, puede ser que en esta etapa tengamos algunas sensaciones y percepciones extrañas: a… despertar en la noche sintiendo la voz del difunto que nos habla. b… escuchar la puerta como si entrara c… creer que alguien que vimos en el subte era la persona que ya no está d… sentir el ruido en la cocina, como cuando cocinaba los panqueques que siempre hacía e… escuchar en la calle misteriosamente la música que siempre escuchaba. f… asistir a la extraña aparición de esa billetera que nunca estuvo aquí… Y aunque sepamos que no es cierto tenemos la impresión de que en realidad el otro está entre nosotros. Impresión que lleva a muy buen negocio a los espiritistas y a toda esta gente siniestra que aprovecha estos momentos, sabiendo que quien está de duelo está sumamente vulnerable. Se trata de verdaderas seudoalucinaciones, que si bien son normales no dejan de obligarnos a pensar dónde anda nuestra salud mental. Si vuelvo a la que fue la casa de mi abuela y percibo su olor, esto no tiene ningún misterio, es el olor del lugar que asocio con mi abuela.