– Haré lo que sea por vos, mi señor.
– Se trata de un asunto del máximo secreto, y tienes que prometerme que no le dirás nada a nadie advirtió Yanagisawa.
– ¡Oh, lo prometo, lo prometo! -El chico irradiaba sinceridad-. Podéis confiar en mí. Dadme la oportunidad. Complaceros significa para mí más que cualquier otra cosa en el mundo.
Yanagisawa sabía que no era la devoción sino la amenaza del castigo lo que mantenía sometido a sus designios a Shichisaburo. En caso de que el actor le desobedeciera, lo despojarían de su posición como estrella de la compañía teatral de los Tokugawa, lo desterrarían del castillo y lo pondrían a trabajar en algún sórdido prostíbulo. El chambelán sonrió. «Todos acatarán mis designios y temerán mi ira…»
Se inclinó hacia Shichisaburo para susurrarle. Al inhalar la fragancia fresca y juvenil del chico, notó que su virilidad se alzaba dentro del taparrabos. Acabó de transmitir sus órdenes y dejó que su lengua recorriera la delicada espiral de la oreja de Shichisaburo. El actor soltó una risita y se volvió hacia Yanagisawa con encantada admiración.
– ¡Qué inteligente sois para que se os ocurra un plan tan maravilloso! Haré exactamente lo que me habéis dicho y, cuando hayamos acabado, el sosakan Sano jamás volverá a preocuparos.
Por encima del recinto se oyó un batir de alas. Sin pensarlo, el chambelán Yanagisawa encajó una flecha en el arco y apuntó hacia arriba, escudriñando el cielo azul cobalto, la filigrana negra de las siluetas de los árboles. Contra el disco de plata de la luna se recortaba una forma oscura. Yanagisawa soltó la flecha, que voló invisible. Un chillido desgarró la calma del anochecer. Un búho cayó como un plomo en el refugio, con la flecha clavada en el pecho. Su propia presa -un minúsculo topo ciego- estaba aún aferrada entre sus afiladas garras.
Shichisaburo batió palmas con júbilo.
– ¡Un tiro perfecto, mi señor!
El chambelán Yanagisawa rompió a reír.
– Al matar a uno, también cobro al otro. -El simbolismo era tan perfecto como su puntería, y el disparo, un presagio venturoso para su ardid. El triunfo alimentó el deseo del chambelán. Soltó el arco y extendió la mano hacia Shichisaburo-. Pero basta de negocios. Ven aquí.
Los ojos del joven actor reflejaron fielmente el ansia de Yanagisawa.
– Sí, mi señor.
El murmullo del viento agitó el bosque; la luna subió y se agrandó. Sobre las paredes de seda del refugio, dos sombras se fundieron en una.