LUBOVA. -No, no. (Se tapa los oídos.) No diga usted eso.

TROFIMOF. -Es un tunante. Usted es la única que no se da cuenta de ello. Cierra los ojos a la evidencia.

LUBOVA (molesta, conteniéndose). -A la edad de usted, veintiséis o veintisiete años, se expresa como un alumno de segunda enseñanza.

TROFIMOF. -Tanto peor.

LUBOVA. -A su edad debiera ser ya un hombre; comprender la vida. Carece usted de pureza de alma. Siempre estará en ridículo.

TROFIMOF (aterrado).-¿Qué es lo que dice?

LUBOVA. -Yo me siento más alta que el amor… Usted no está, no, por encima del amor. Como dice Firz, es usted un ser acabado. ¡A su edad, y no tener siquiera una amante!…

TROFIMOF. -Lo que dice es horrible. (Desaparece por el gran salón, la cabeza entre las manos. Lubova permanece silenciosa. Trofimof, al cabo de un rato, vuelve.) Entre nosotros, Lu- bova Andreievna, todo ha terminado. (Vase.)

LUBOVA (riendo). -Pietcha, aguarde. Es usted tonto. Quise bromear. (Ruido de alguien que baja rápidamente por las escaleras. Ania y Varia, en las estancias interiores, ríen a carcajadas.) ¿Qué sucede?

(Ania entra a la carrera, riendo.)

ANIA. -Pietcha rueda por las escaleras. (Huye.)

(Resuenan las notas de un vals. Ania y Pietcha pasan por el fondo del salón.)

LUBOVA. -Pietcha, perdóneme. Venga a bailar conmigo.

(Ania y Varia bailan, juntas. Pietcha baila con Lubova Andreievna. Entra Firz, quien coloca su bastón en un ángulo de la pieza. Yascha le sigue. Ambos contemplan el baile.)

YASCHA. -¿Qué tal, viejo Firz?

FIRZ. -No me siento bien… Antaño había almirantes y generales que tomaban parte en el baile. Hoy se ha invitado al jefe de estación y al empleado de Correos; y ni aun esos vienen con gran apresuramiento… Estoy muy débil. No sé ya qué medicina tomar. El difunto amo, abuelo de la señora, trataba todas las enfermedades por el lacre. Ésta era toda su farmacopea. Yo lo tomo desde hace veinte años, y, acaso por este motivo, me hallo todavía vivo.

YASCHA. -¿Qué aburrido eres, Firz? Puedes reventar cuando quieras.

FIRZ. -¿Y tú?… (Balbucea algunas frases.)

(Trofimof y Ania entran, bailando, en el gabinete.)

LUBOVA. -Gracias…, voy a sentarme. Estoy algo cansada.

(Ania, que había vuelto a salir, bailando con Trofimof, torna, presa de gran turbación.)

ANIA. -Un hombre acaba de decir en la cocina que el jardín de los cerezos ha sido vendido.

LUBOVA. -Vendido, ¿a quién?

ANIA. -No dijo a quién. Dio la noticia y partió.

(Ania reanuda la danza con Trofimof y ambos desaparecen de la sala.)

YASCHA. -Es un desconocido, un anciano el que charló en la cocina.

FIRZ. -¡Y Leónidas Andreievitch, que todavía no está de vuelta! Se fue llevando gabán de entretiempo. Temo que se resfríe.

LUBOVA. -Me consumo. Ardo en ansias por saber noticias. Yascha, vaya inmediatamente a informarse si es verdad que han vendido el jardín de los cerezos.

YASCHA (riendo). -El viejo que trajo la noticia partió hace tiempo.

LUBOVA (confusa). -¿De qué se ríe? Explique la razón de su júbilo. (A Firz.) Oye, Firz; y si venden la finca, ¿dónde irás tú?

FIRZ. -Iré donde usted me mande.

LUBOVA. -¿Qué significa esa cara? ¿No te encuentras bien? Mejor harías yendo a descansar un rato.

FIRZ (sonriendo). -Sí; me iré a dormir. Pero cuando yo duerma, ¿quién me reemplazará en mis quehaceres? Hay que tener en cuenta que estoy solo en la casa.

YASCHA. -Lubova Andreievna, permítame que le dirija un ruego. Cuando regrese a París, haga por que yo la acompañe. Aquí me aburro.

(Pitschik entra.)

PITSCHIK (a Lubova Andreievna). - Concédame usted un valsecito. (Lubova Andreievna sale del brazo con él.) Mi querida amiga, necesito todavía ciento ochenta rublos. ¿Puedo contar con ellos? (Ambos se alejan bailando. Óyense voces en la gran sala. Llega Lo- pakhin. Pitschik le besa y le dice:) Tú hueles a coñac. Nosotros, ya lo ves, nos divertimos.

(Entra Lubova Andreievna.)

LUBOVA. -¿Es usted, Yermolai Alexie- vitch? ¿Cómo ha tardado tanto? ¿Dónde está Leónidas?

LOPAKHIN. -Leónidas Andreievitch ha llegado antes que yo.

GAIEF (entrando). -Me encuentro terriblemente fatigado, Firz; voy a cambiar de traje. (Firz le sigue.)

PITSCHIK (a Lopakhin). -Hable, hable.

LUBOVA. -¿Y el jardín de los cerezos? ¿Lo han vendido?

LOPAKHIN. -Sí.

LUBOVA (ansiosamente). -¿Quién lo ha comprado?

LOPAKHIN. -Yo.

(Pausa prolongada.)

LUBOVA (desfallecida, tiene que apoyarse en una mesa para no caer). -¡Vendido!…

VARIA (desprende el manojo de llaves de su cintura y lo arroja al suelo. Parte en silencio).

LOPAKHIN. -Yo lo compré. Atención, señores. Háganme el favor… Mi cabeza vacila. (Ríe.) Yo llegué a la subasta. Derejanof se me había anticipado. Leónidas Andreievitch no poseía más que quince mil rublos…, los de la tía de Yaroslaf. Derejanof ofreció, además del importe de las deudas, treinta mil. Yo, excluidas las deudas, pujé hasta noventa mil; y el jardín de los cerezos me fue adjudicado, con el resto. El jardín de los cerezos es mío. (Da saltos de alegría.) ¡ Si mi padre y mi abuelo, desde el fondo de sus tumbas, pudieran asistir a este acontecimiento! ¡El pequeño Yermolai, que ellos dejaron en el mundo sin saber apenas leer y escribir, aquel mozalbete que durante el invierno caminaba descalzo, ha comprado esta vasta propiedad! Mi padre y mi abuelo eran siervos. ¿No parece esto un sueño? (Recoge del suelo las llaves, contemplándolas con amor.) Ha tirado las llaves. Ha reconocido, por este gesto, que la propiedad ya no les pertenece. El amo soy yo.

(Hace sonar las llaves.) ¿Qué se me da de lo que puedan ellos pensar? (La orquesta afina sus instrumentos.) ¡Vengan acá; quiero oírles! ¡Mañana se oirá otra música: la del hacha de Yer- molai Lopakhin cortando los cerezos, en cuyo ex jardín se elevarán las datchas. Una vida nueva renacerá en estos parajes. (La música suena. Lubova, sentada en una silla, llora amargamente.) ¿Por qué no ha escuchado usted mis consejos? Ahora ya es tarde.

PITSCHIK (estrechándole en sus brazos y besándole). -Lubova Andreievna llora. Dejémosla sola. Vámonos.

Lopakhin. -¿Qué es eso? Músicos, tocad fuerte. Que se os oiga. Yo quiero que todo se efectúe con arreglo a mis instrucciones… (Con arrogancia.) Aquí está nuevo propietario del jardín de los cerezos. (Yendo un lado para otro, henchido de satisfacción, tropieza con un velador y derriba un candelabro.) ¡No es nada! Lo pagaré. Yo puedo pagar cuantos desperfectos se originen por mi causa. (Vase con Pitschik.)


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