– ¡Oh, venga! -exclamó Kevin, súbitamente enfadado y con la cara encendida. Al verlo, Melanie abrió los ojos como platos-. ¿Qué puñetas os pasa? -Pero se arrepintió de inmediato de sus palabras-. Lo lamento -dijo, aunque su corazón seguía desbocado. Detestaba ser siempre tan transparente; al menos tenía toda la sensación de que lo era.

Melanie miró a Candace y puso los ojos en blanco, pero la enfermera no captó su intención. Estaba mirando a Kevin.

– Tengo la impresión de que estás tan preocupado como yo -le dijo.

Kevin soltó un resuello y dio un mordisco a la hamburguesa para evitar decir algo de lo que luego pudiera arrepentirse.

– ¿Por qué no quieres hablar de ello? -preguntó Candace.

Kevin negó con la cabeza mientras masticaba. Sospechaba que su cara seguía encendida.

– No te preocupes por él -advirtió Melanie-. Se recuperará.

Candace miró a Melanie.

– Los bonobos son tan parecidos a los humanos -comentó, volviendo a su argumento original-, que no debería sorprendernos que sus genomas difieran de los nuestros sólo en un uno y medio por ciento. Pero acaba de ocurrírseme una idea. Si vosotros reemplazáis los brazos cortos del cromosoma seis, así como otros segmentos más pequeños del genoma del bonobo, con ADN humano, ¿cuál sería el verdadero porcentaje de diferencia?

Melanie miró a Kevin mientras calculaba mentalmente. Arqueó las cejas y dijo:

– Bueno, es una pregunta curiosa. Supongo que algo menos del uno por ciento.

– Sí, pero el uno y medio por ciento no está exclusivamente en el brazo corto del cromosoma seis -espetó Kevin nuevamente ofuscado.

– Eh, tranqui tronco -dijo Melanie. Dejó su refresco y extendió el brazo por encima de la mesa para apoyar la mano sobre el hombro de Kevin-. Estás sacando las cosas de quicio. Esto no es más que una charla amistosa. ¿Sabes?, es bastante normal que la gente se siente a conversar un rato. Sé que te parece extraño, porque tu prefieres tratar con tus tubos de ensayo, ¿pero qué diablos te pasa?

Kevin suspiró. Aunque iba en contra de su carácter, decidió confiar en esas dos mujeres brillantes y seguras. Admitió que estaba preocupado.

– ¡Como si no lo supiéramos! -exclamó Melanie poniendo una vez más los ojos en blanco-. ¿No puedes concretar más?

¿Qué es lo que te atormenta?

– Precisamente lo que ha dicho Candace -respondió.

– Ha dicho muchas cosas -insistió Melanie.

– Sí, y todas ellas me hacen sentir que he cometido un error monumental.

Melanie retiró la mano del hombro de Kevin y lo miró fijamente a los ojos.

– ¿En qué sentido?-preguntó.

– Al añadir demasiado ADN humano -respondió Kevin. El brazo corto del cromosoma seis tiene millones de pares de bases y centenares de genes que no tienen nada que ver con el complejo mayor de histocompatibilidad. Debería haber aislado el complejo, en lugar de tomar el camino más fácil.

– De modo que estas criaturas tienen algunas proteínas humanas más -dijo-. ¡Vaya problema!

– Eso es lo que pensé al principio -explicó Kevin-. Al menos hasta que planteé mis dudas en Internet, preguntando si alguien sabía qué otros genes había en el brazo corto del cromosoma seis. Por desgracia, una de las personas que respondió me informó de que había una proporción importante de genes relacionados con la evolución. Ahora no puedo saber con certeza qué he creado.

– Claro que lo sabes -replicó Melanie-. Has creado un bonobo transgénico.

– Lo sé, dijo él con los ojos brillantes. Respiraba agitadamente y su frente se había cubierto de sudor-. Y estoy aterrorizado porque sospecho que con ello he traspasado los límites.


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