– ¡Ya! -La señorita Collins asintió, y pareció pensar en el asunto. Luego dijo-: Dígame, Stephan: ¿puedo deducir de todo esto que su padre está teniendo escaso éxito con Leo?

El tono burlón de su voz me pareció más acusado que antes, pero de nuevo le pasó inadvertido a Stephan.

– ¡De ninguna manera! -replicó él, irritado-. ¡Papá ha hecho maravillas, ha dado pasos gigantescos! No ha sido nada fácil, pero la perseverancia de papá ha sido en verdad notable, incluso para los que estamos habituados a ver cómo maneja las situaciones difíciles.

– Tal vez no ha perseverado lo bastante…

– ¡No tiene usted ni idea, señorita Collins! ¡Ni idea! A veces llega a casa exhausto después de un día agotador en el hotel, y tiene que irse directamente a la cama. He visto a mamá bajar del dormitorio, quejándose, y al subir a su habitación, me he encontrado a papá roncando, tumbado de espaldas y atravesado en la cama. Como usted sabe, durante años se ha respetado entre mis padres el vital acuerdo de que él ha de ponerse a dormir de costado, nunca de espaldas, porque, si no, ronca de mala manera; así que puede imaginarse el disgusto de mamá al encontrarlo así… Normalmente me cuesta Dios y ayuda despertarlo, pero me veo obligado a hacerlo porque, como le digo, mamá se niega a volver al dormitorio mientras siga roncando. Se planta en el pasillo con la cara enfurruñada, y no se mueve hasta que lo despierto, lo desnudo, le pongo el albornoz y lo llevo al cuarto de baño. Pero lo que estoy queriendo decirle es que…, bueno, que incluso en estas circunstancias, cuando está tan cansado, suena el teléfono de pronto (alguien del personal del hotel para avisarle de que el señor Brodsky está en la cuerda floja y ha pedido que le sirvan una copa) y… ¿me creerá usted?…, papá saca fuerzas de flaqueza. Se despeja no sé cómo, recobra su mirada de siempre, se viste y sale en plena noche para no regresar hasta después de varias horas. Dijo que se ocuparía del señor Brodsky y está poniendo en ello sus cinco sentidos, dedicando hasta el último ápice de sus fuerzas para cumplir el cometido que se impuso.

– Es muy de elogiar. Pero…, ¿qué es lo que ha conseguido, exactamente?

– Le aseguro, señorita Collins, que el progreso ha sido asombroso. A todos los que han visto recientemente al señor Brodsky les ha llamado la atención. Hay mucha más vida en sus ojos. Los comentarios que hace tienen mucho más sentido día a día. Y, sobre todo, su aptitud, la gran aptitud del señor Brodsky, que está recuperando sin ningún género de duda. Al decir de todos, sus ensayos discurren de forma sumamente prometedora. Y la orquesta…, bueno, se los ha ganado a todos. Cuando no está ensayando en la sala de conciertos, está ocupado en supervisarlo todo personalmente. Ahora, cuando estás por el hotel, te llegan a menudo retazos de sus interpretaciones al piano. Y cuando papá oye ese piano, se anima tanto que te das cuenta de que está dispuesto a sacrificar por ello cualquier rato de sueño.

El joven hizo una pausa para mirar a la señorita Collins. Ésta, por espacio de un instante, pareció hallarse muy lejos, con la cabeza ladeada, como si tratara de captar ella también las lejanas notas de un piano. Pero su semblante recuperó enseguida la sonrisa, y se volvió a Stephan.

– Pues a mí me han dicho que su padre lo lleva al saloncito del hotel y lo sienta delante del piano como si fuera un maniquí…, y que Leo permanece allí durante horas meciéndose suavemente en el taburete sin tocar ni una nota…

– ¡Eso es muy injusto, señorita Collins! Tal vez ha habido ocasiones de ésas en los primeros días, pero ahora todo es muy distinto. En cualquier caso, aunque a veces se quede sentado sin tocar, convendrá usted conmigo en que de eso difícilmente puede deducirse que no esté ocurriendo nada en su interior. El silencio puede ser revelador de que se están fraguando ideas muy profundas, de que se está haciendo acopio de las más hondas energías. De hecho, el otro día, después de un silencio particularmente largo, papá entró en el salón y allí estaba el señor Brodsky contemplando las teclas del piano. Al cabo de un rato alzó la vista y, mirando a mi padre, dijo: «Los violines tienen que destacar. Tienen que destacar más.» ¡Eso es lo que le dijo! Tal vez había habido un largo silencio, sí…, ¡pero dentro de su cabeza bullía todo el universo de la música! ¡Emociona pensar lo que podrá mostrarnos el jueves por la noche! A condición de que no flaquee ahora, claro está.

– Pero decía usted, Stephan, que querían que les ayudara de algún modo…

El joven, que se había ido entusiasmando por momentos, recobró su aplomo.

– Bueno, sí… -asintió-. De eso he venido a hablarle esta noche. Como le digo, el señor Brodsky ha ido recuperando rápidamente sus antiguas dotes. Pero, claro…, junto con su gran talento, le afloran también otras cosas. Para quienes no le conocíamos muy bien antes, ha supuesto una especie de revelación inesperada. ¡Se ha mostrado estos días tan ponderado, tan correcto! El problema está en que, amén de todo lo demás, ha empezado a recordar. En fin, para decirlo sin ambages: que habla de usted. Que no para de pensar en usted, de hablar de usted. La pasada noche, por ponerle un ejemplo…, es algo embarazoso, pero se lo contaré…, la pasada noche se echó a llorar y no había forma de que se calmara. No paraba de llorar, y de sacar a la superficie todos sus sentimientos hacia usted. Era la tercera o cuarta vez que ocurría, aunque la de anoche fue la más crítica. Iban a dar ya las doce y el señor Brodsky aún no había salido del salón, así que papá se acercó a escuchar a través de la puerta y le oyó sollozar. Entró y vio que el salón estaba completamente a oscuras, y que el señor Brodsky estaba echado sobre el piano, llorando. Bueno… Teníamos una suite libre. Papá lo instaló en ella y encargó a la cocina que le subieran al señor Brodsky sus sopas favoritas, se alimenta casi exclusivamente de sopas, y mientras tanto lo atiborró de zumo de naranja y de refrescos. Pero, francamente, lo de anoche fue para asustarse. Por lo visto arremetió como un loco contra los envases de zumo… De no haber estado allí papá, es muy posible que hubiera perdido el juicio a pesar de haber llegado tan lejos. Y en todo ese tiempo no dejaba de hablar de usted. En fin, lo que quiero decirle es que…, ¡vaya!, no debería entretenerme tanto; tengo gente esperando en el coche…, lo que quiero decirle es que, con el futuro de nuestra ciudad dependiendo de él en tan gran medida, tenemos que hacer lo que sea para conseguir que logre superar este último trecho. El doctor Kaufmann está de acuerdo con papá en que nos hallamos muy cerca de vencer el último obstáculo. Así que hágase cargo de lo mucho que está en juego.

La señorita Collins seguía observando a Stephan con su media sonrisa distante, pero no dijo nada. Tras un momento de silencio, el joven prosiguió:

– Verá usted, señorita Collins… Soy consciente de que mis palabras pueden abrir viejas heridas… Y sé que usted y el señor Brodsky no se hablan desde hace muchos años…

– No, eso no es del todo exacto. Hace sólo unos meses, a principios de año, me gritó una sarta de obscenidades cuando me vio paseando por el Volksgarten.

Stephan rió con cierta torpeza, no sabiendo muy bien cómo interpretar el tono de la señorita Collins. Luego continuó, insistente:

– Nadie le está pidiendo que mantenga con él una relación prolongada, señorita Collins… ¡Por Dios…, ni muchísimo menos! Usted desea olvidar el pasado… Y papá…, todos, lo comprenden perfectamente. Lo único que le pedimos es un pequeño detalle que pudiera cambiar las cosas… Lo animaría mucho, y significaría tanto para él… Teníamos la esperanza de que no se molestaría si se lo proponíamos…

– Ya he aceptado asistir al banquete.

– Sí, sí, claro… Papá me lo ha dicho, y le estamos muy agradecidos…

– Dejando bien claro que no deberá haber ningún contacto directo…

– Y así lo entendimos, naturalmente. Ningún contacto. El banquete, sí… Aunque, en realidad, señorita Collins, queríamos pedirle algo más…, rogarle que por lo menos se aviniera a pensar en ello. Verá usted… Un grupo de caballeros, entre los que se cuenta el señor Von Winterstein, piensan llevar mañana al zoo al señor Brodsky. Por lo visto no ha estado nunca allí en todos estos años. Su perro no podrá entrar, claro…, pero el señor Brodsky ha consentido finalmente en dejarlo en buenas manos durante un par de horas. Todos han coincidido en que una salida de este género ayudaría a sosegarlo. Las jirafas en particular… Pensamos que le resultarán muy relajantes. Bien…, a lo que iba. Los caballeros en cuestión se preguntan si cabría la posibilidad de que usted se uniera al grupo en el zoo. E incluso si aceptaría usted decirle unas palabras. No tendría que formar parte del grupo… Podría encontrarse allí con ellos, durante unos minutos, hacerle alguna observación agradable…, tal vez decirle algo que lo animara. ¡Cambiaría tanto las cosas! Unos minutos, y después seguiría usted su camino. Por favor, señorita Collins…, ¡piénselo! ¡Es tanto lo que podría depender de ese gesto suyo!

Mientras hablaba Stephan, la señorita Collins se había puesto en pie, y luego había ido despacio hacia la chimenea. Ahora permanecía inmóvil y en silencio, con la mano apoyada en la repisa, como para evitar un desfallecimiento. Cuando por fin se volvió para mirar a Stephan, advertí que sus ojos estaban levemente humedecidos.

– Compréndame, Stephan… -dijo-. Es cierto que estuve casada con él. Pero de eso hace ya mucho tiempo, y las pocas veces que lo he visto en todos estos años se ha dirigido a mí para dirigirme insultos a voz en cuello. En estas circunstancias, me resulta difícil saber qué tipo de conversación puede agradarle más.

– De verdad, señorita Collins…, le juro que ahora es otro hombre. Últimamente se muestra tan educado, tan amable… Seguro que no le costará dar con las palabras adecuadas. ¡Si se aviniera a pensarlo, al menos! ¡Hay tantísimas cosas en juego…!

La señorita Collins bebió pensativa unos sorbitos de jerez. Parecía que iba a responder, pero en aquel preciso instante oí que Boris rebullía a mi espalda, en el asiento trasero del coche. Al volverme, me di cuenta de que el pequeño debía de llevar despierto algún tiempo. Observaba a través de su ventanilla la calle silenciosa y desierta, y comprendí que estaba triste. Fui a decirle algo, pero probablemente advirtió que le estaba observando, porque me preguntó sin apenas moverse: -¿Usted sabe reformar cuartos de baño? -¿Que si sé reformar cuartos de baño? Boris suspiró profundamente y siguió con la mirada perdida en la oscuridad. Luego dijo:


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