Lo único que podía hacerse era empezar desde el principio.
Al mismo tiempo llegó la nieve.
La noche del 27 de enero entró una terrible tormenta de nieve por el sudoeste. Al cabo de unas horas, la E 14 quedó bloqueada. La nieve siguió cayendo sin parar durante seis horas. El fuerte viento hacía infructuosa la labor de las máquinas quitanieves. Con la misma rapidez con que la quitaban, la nieve se amontonaba de nuevo.
Durante veinticuatro horas la policía estuvo trabajando para evitar que el problema se convirtiese en una situación caótica. Luego se alejó el mal tiempo con la misma celeridad con la que había llegado.
Unos días más tarde, Linda lo llamó y le dio una gran alegría. Estaba en Malmö y había decidido empezar a estudiar en una escuela superior a las afueras de Estocolmo. Prometió ir a verle antes de marcharse.
Kurt Wallander dispuso sus días para poder visitar a su padre al menos tres días por semana. Escribió una carta a su hermana diciendo que la nueva asistenta había logrado maravillas con su padre. El trastorno que lo había llevado a emprender el solitario paseo nocturno hacia Italia se le había pasado. La salvación había sido una mujer que acudía regularmente a su casa.
Unos días después de su cumpleaños, Kurt Wallander llamó una noche a Anette Brolin y le propuso ir a mostrarle la nevada Escania. Volvió a disculparse por el incidente de aquella noche en su piso. Ella aceptó y el domingo siguiente, el 4 de febrero, le enseñó el monumento vikingo de Ale Stenar y el castillo medieval de Glimmingehus. Comieron en el parador de Hammenhög, y Kurt Wallander empezó a creer que ella realmente había empezado a pensar que él no era el mismo que la había hecho sentarse en su regazo.
Las semanas se sucedieron sin que apareciera una nueva pista en la investigación. Martinson y Näslund fueron transferidos a otras tareas. Sin embargo, Kurt Wallander y Rydberg podían, de momento, concentrarse totalmente en el doble asesinato.
Un día a mediados de febrero, un día frío y límpido, sin pizca de viento, Wallander recibió la visita en su despacho de la hija de Johannes y Maria Lövgren, la que vivía y trabajaba en Göteborg.
Había vuelto a Escania para estar presente cuando colocaran una lápida en la tumba de sus padres en el cementerio de Villie. Wallander dijo la verdad, que la policía todavía andaba a ciegas buscando alguna pista determinante. Al día siguiente de su visita se fue al cementerio y miró un rato la lápida negra con las inscripciones en letras doradas.
Pasaron el mes de febrero ampliando y profundizando la investigación.
Rydberg, que permanecía callado y ensimismado y sufría mucho por su pierna dolorida, usaba mayoritariamente el teléfono en su trabajo, mientras que Kurt Wallander a menudo hacía el trabajo de a pie. Examinaron cada sucursal bancaria de Escania, pero no encontraron más cajas de seguridad. Wallander habló con más de doscientas personas que eran de la familia o que conocían a Johannes y Maria Lövgren. Hizo diversos sondeos retrospectivos en el abundante material de investigación, volvía a puntos ya pasados desde hacía tiempo, levantaba el fondo de informes viejos y los examinaba de nuevo. Pero en ningún sitio había un resquicio de luz.
Un día gélido y ventoso de febrero fue a buscar a Sten Widén a su finca y visitaron Lenarp. Juntos miraron al animal que tal vez escondía un secreto, vieron a la yegua comer una brazada de heno, acompañados por el viejo Nyström allá donde iban. Las dos hijas de Lövgren le habían regalado la yegua.
Pero la vivienda en sí, silenciosa y cerrada a cal y canto, había sido puesta en manos de una inmobiliaria en Skurup para su venta. Kurt Wallander observaba la ventana rota de la cocina, que nunca había sido arreglada, tan sólo tapada con un pedazo de madera. Intentó reanudar la relación con Sten Widén, perdida desde hacía diez años, pero el amigo y entrenador de caballos no parecía interesado. Cuando Kurt Wallander lo llevó a casa, comprendió que su relación estaba rota para siempre.
La investigación del homicidio del refugiado somalí se terminó y Rune Bergman fue llevado ante el tribunal de Ystad. El edificio del juzgado se llenó con un gran número de periodistas de todos los medios de comunicación. Ya habían podido aclarar que había sido Valfrid Ström quien había realizado los disparos mortales. Pero Rune Bergman fue condenado por complicidad en el homicidio y la investigación psiquiátrica del forense le declaró plenamente responsable de sus actos.
Kurt Wallander testificó y estuvo presente varias veces escuchando a Anette Brolin apelar e interrogar. Rune Bergman no dijo mucho, aunque su silencio ya no era total.
Las audiencias revelaron una escena racista encubierta, donde reinaban unas ideas parecidas a las del Ku Klux Klan. Rune Bergman y Valfrid Ström habían obrado en nombre propio a la vez que pertenecían a varias organizaciones racistas. Kurt Wallander volvió a presentir que algo decisivo estaba ocurriendo en Suecia. Durante breves instantes podía advertir en sí mismo ciertas simpatías contradictorias por algunos de los argumentos xenófobos que salieron a la luz en las discusiones y en la prensa durante el tiempo que duró el juicio. ¿Tenían el gobierno y el Departamento de Inmigración en realidad algún control sobre el tipo de gente que entraba en Suecia? ¿Quién era refugiado y quién un buscador de fortuna? ¿Era verdaderamente posible hacer una distinción? ¿Cuánto tiempo podría permanecer vigente aquella generosa política de refugiados antes de que estallase el caos? ¿Existía en realidad un límite superior?
Kurt Wallander hizo el intento a medias de interesarse por las cuestiones. Comprendió que sentía la misma angustia insegura que otras muchas personas. Angustia frente a lo desconocido, a lo diferente.
A finales de febrero se dictó la sentencia, que consistió en una larga condena de prisión para Rune Bergman. Ante la mal disimulada sorpresa de todo el mundo, no apeló la condena, que poco después empezó a aplicarse.
Aquel invierno no cayó más nieve en Escania. Una mañana de marzo, muy temprano, Anette Brolin y Kurt Wallander dieron un paseo a lo largo del istmo de Falsterbonäset. Juntos vieron volver las bandadas de pájaros desde los países lejanos de la Cruz del Sur. Wallander le tomó la mano de repente y ella no la retiró, por lo menos no de inmediato.
Logró perder cuatro kilos. Pero comprendió que nunca recuperaría la forma que tenía cuando Mona lo dejó tan de repente.
De vez en cuando sus voces se encontraban a través del teléfono. Kurt Wallander notaba que sus celos se desvanecían despacio. La mujer negra que lo visitaba en sueños tampoco aparecía.
El mes de marzo empezó con la baja de Rydberg durante dos semanas. Primero todos pensaron que era por su pierna mala. Pero un día, Ebba le contó de forma confidencial a Kurt Wallander que Rydberg probablemente tenía cáncer. Cómo lo supo o de qué tipo de cáncer se trataba, no lo reveló. Cuando Wallander visitó a Rydberg en el hospital, sólo le dijo que era un control rutinario de estómago. Una mancha en una radiografía hablaba de una posible herida en el intestino grueso.
Kurt Wallander sintió una pena inmensa al pensar que Rydberg tal vez estuviese gravemente enfermo. Con un creciente sentimiento de angustia, siguió con la investigación. Un día, en un ataque de ira, lanzó las gruesas carpetas contra la pared. El suelo se llenó de papeles. Durante un buen rato estuvo mirando el desastre. Luego se puso a gatas y recogió y ordenó todo el material de nuevo, empezando desde el principio.
«En alguna parte hay algo que no veo», pensó.
«Una coincidencia, un detalle, que es precisamente la llave que debo girar. Pero ¿debo girarla a la derecha o a la izquierda?»
Varias veces llamó a Göran Boman a Kristianstad para quejarse.
Göran Boman, por propia iniciativa, se había dedicado a investigar intensamente a Nils Velander y otros posibles candidatos. Por ningún sitio se resquebrajaba la montaña. Durante dos días enteros Kurt Wallander estuvo con Lars Herdin sin avanzar un solo centímetro en el camino.
Aún se resistía a creer que el crimen quedaría sin resolver. A mediados de marzo logró convencer a Anette Brolin de que le acompañase a la ópera de Copenhague. Por la noche, ella se ocupó de su soledad. Pero cuando le dijo que la quería, se apartó.
Fue lo que fue. Nada más.
El sábado 17 y el domingo 18 de marzo su hija fue a visitarlo. Fue sola, sin su estudiante de medicina de Kenia, y Kurt Wallander la recibió en la estación. El día anterior Ebba había mandado a una amiga a hacer una limpieza general de su piso en la calle Mariagatan. Y por fin pensó que había reencontrado a su hija. Hicieron una larga excursión por las playas de Österlen, comieron en Lilla Vik y estuvieron despiertos hasta las cinco de la madrugada hablando. Visitaron al padre de él y abuelo de ella, el cual los sorprendió contando historias alegres sobre Kurt Wallander cuando era niño.
El lunes por la mañana la acompañó a la estación.
Le parecía que había reconquistado parte de su confianza. Cuando estuvo de nuevo en su despacho, inclinado sobre el material de investigación, entró de repente Rydberg. Se sentó en la silla de madera junto a la ventana y le contó sin más ni más que le habían confirmado un cáncer de próstata. Lo ingresarían para practicarle un tratamiento de quimioterapia y radioterapia, cosa que podría alargarse, y también fallar. No toleró que le ofrecieran compasión de ningún tipo. Sólo había ido a recordarle a Kurt Wallander las últimas palabras de Maria. Y el nudo corredizo. Luego se levantó, estrechó la mano de Kurt Wallander y se marchó.
Kurt Wallander se quedó solo con su dolor y su investigación. Björk consideró que debía trabajar sin ayuda hasta nuevo aviso, ya que la policía estaba sobrecargada de trabajo.
Durante el mes de marzo no ocurrió nada. Tampoco durante abril.
Los informes sobre la salud de Rydberg divergían. Ebba era la eterna mensajera.
Uno de los primeros días de mayo, Kurt Wallander fue a ver a Björk y le propuso que encargase a otra persona la investigación. Pero Björk se negó. Kurt Wallander tenía que seguir por lo menos hasta el verano y las vacaciones. Después se evaluaría la situación de nuevo.
Volvió a empezar una y otra vez. Se retiraba, husmeaba y revolvía entre el material, intentando hacerlo vivir. Pero las piedras bajo sus pies seguían estando frías.
A principios de junio cambió el Peugeot por un Nissan. El 8 de junio se tomó unas vacaciones y se fue a Estocolmo a visitar a su hija.
Juntos viajaron en coche hasta el Cabo Norte. Herman Mboya estaba en Kenia, pero volvería en agosto.