Javier Marías

Cuando Fui Mortal

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Nota previa

De los doce cuentos que componen este volumen, creo que once fueron hechos por encargo. Esto quiere decir que en esos once no gocé de libertad absoluta, sobre todo en lo que se refirió a la extensión. Tres páginas por aquí, diez por allá, cuarenta y tantas por más allá, las peticiones son muy variadas y uno intenta complacer lo mejor que puede. Sé que en dos de ellos la limitación me fue inconveniente, y por ese motivo se presentan aquí ampliados, con el espacio y el ritmo que -una vez iniciados- les habrían hecho falta. En los demás, incluidos aquellos que cumplían con algún otro capricho ajeno, no tengo la sensación de que el encargo los condicionara apenas, al menos al cabo del tiempo y una vez acostumbrado a que sean como fueron. Uno puede escribir un artículo o un cuento porque se lo encomiendan (no así un libro entero, en mi caso); a veces se le propone hasta el tema, y nada de ello me parece grave si uno logra hacer suyo el proyecto y se divierte escribiéndolo. Es más, sólo concibo escribir algo si me divierto, y sólo puedo divertirme si me intereso. No hace falta añadir que ninguno de estos relatos habría sido escrito sin que yo me interesara por ellos. Y en contra de la cursilería purista que exige para ponerse a la máquina sensaciones tan grandiosas como la ‘necesidad’ o la ‘pulsión’ creadoras, siempre ‘espontáneas’ o muy intensas, no está de más recordar que gran parte de la más sublime producción artística de todos los siglos -sobre todo en pintura y música- fue resultado de encargos o de estímulos aún más prosaicos y serviles.

Dadas las circunstancias, sin embargo, tampoco está de más detallar brevemente cómo y cuándo se publicaron por primera vez estos cuentos y comentar algunas de las imposiciones que acabaron asumiendo y ya les son tan consustanciales como cualquier otro elemento elegido. Se disponen en orden estrictamente cronológico de publicación, que no siempre coincidiría del todo con el de composición.

“El médico nocturno” apareció en la revista Ronda Iberia (Madrid, junio de 1991).

“La herencia italiana” se publicó en el suplemento Los Libros, del diario El Sol (Madrid, 6 de septiembre de 1991).

“En el viaje de novios” apareció en la revista Balcón (número especial ‘Frankfurt’, Madrid, octubre de 1991). Este relato coincide en su situación principal y en muchos párrafos con unas cuantas páginas de mi novela Corazón tan blanco (Editorial Anagrama, Barcelona, 1992). La escena en cuestión prosigue en dicha novela y aquí en cambio se interrumpe, dando lugar a una resolución distinta que es la que convierte el texto en eso, en un cuento. Es una muestra de cómo las mismas páginas pueden no ser las mismas, según enseñó Borges mejor que nadie en su pieza ‘Pierre Menard, autor de El Quijote’.

“Prismáticos rotos” se publicó en la revista efímera La Capital (Madrid, julio de 1992), con la mayor errata que he sufrido en mi vida: no se imprimió mi primera página mecanoscrita, de modo que el cuento apareció incompleto y empezando brutalmente in medias res. Parece ser que, pese a todo, aguantó la mutilación. Se me había pedido que el relato fuera ‘madrileño’. La verdad es que no sé muy bien lo que significa eso.

“Figuras inacabadas” vio la luz en El País Semanal (Madrid y Barcelona, 9 de agosto de 1992). En esta ocasión el encargo era sádico: en tan breve espacio debían aparecer cinco elementos, que, si mal no recuerdo, eran estos: el mar, una tormenta, un animal… He olvidado los otros dos, buena prueba de que están ya asumidos sin remisión.

“Domingo de carne” apareció en El Correo Español-El Pueblo Vasco y en el Diario Vasco (Bilbao y San Sebastián, 30 de agosto de 1992). En este brevísimo cuento había un requisito: que fuera veraniego, creo yo.

“Cuando fui mortal” se publicó en El País Semanal (Madrid y Barcelona, 8 de agosto de 1993).

“Todo mal vuelve” formó parte del libro Cuentos europeos (Editorial Anagrama, Barcelona, 1994). Creo que es lo más autobiográfico que he escrito en mi vida, como fácilmente comprobaría quien leyera además mi artículo “La muerte de Aliocha Coll”, incluido en Pasiones pasadas (Editorial Anagrama, Barcelona, 1991).

“Menos escrúpulos” apareció en el libro no venal La condición humana (FNAC, Madrid, 1994). Este es uno de los dos relatos ampliados para esta edición, en un quince por ciento aproximadamente.

“Sangre de lanza” se publicó en el diario El País por entregas (27, 28, 29, 30 y 31 de agosto y 1 de septiembre de 1995). El requisito para este relato fue que perteneciera más o menos al género policiaco o de intriga. Es el otro texto aquí ampliado, aproximadamente en un diez por ciento.

“En el tiempo indeciso” formó parte del libro Cuentos de fútbol (selección y prólogo de Jorge Valdano) (Alfaguara, Madrid, 1995). Aquí, obviamente, el requisito fue que el cuento tuviera eso, fútbol.

“No más amores”, finalmente, se publica en esta colección por vez primera, si bien la historia que cuenta estaba contenida -comprimida en mi artículo “Fantasmas leídos”, de la recopilación Literatura y fantasma (Ediciones Siruela, Madrid, 1993). Allí se atribuía esta historia a un inexistente ‘Lord Rymer’ (de hecho el nombre de un personaje secundario de mi novela Todas las almas (Editorial Anagrama, Barcelona, 1989), un warden o director de college oxoniense sumamente borracho), supuesto experto e investigador de fantasmas reales, si es que estos dos vocablos no se repelen. No me gustaba la idea de que este breve cuento quedara sepultado sólo en medio de un artículo y en forma casi embrionaria, de ahí su mayor desarrollo en esta pieza nueva.

Tiene ecos conscientes, deliberados y reconocidos de una película y de otro relato: The Ghost and Mrs Muir, de Joseph L. Mankiewicz, sobre la que escribí un artículo incluido en mi libro Vida del fantasma (El País-Aguilar, Madrid, 1995), y “Polly Morgan”, de Alfred Edgar Coppard, que incluí en mi selección Cuentos únicos (Ediciones Siruela, 1989). Todo queda en casa, y no se trata de engañar a nadie: por eso el personaje principal de “No más amores” se llama ‘Molly Morgan Muir’ y no otra cosa.

Estos doce cuentos son posteriores a los de mi otro volumen del género, Mientras ellas duermen (Editorial Anagrama, Barcelona, 1990. Siguen quedando fuera algunos otros, escritos muy libremente y sin que mediara encargo: me parece aconsejable, sin embargo, que aún permanezcan en la oscuridad o dispersos.

Noviembre de 1995

JAVIER MARIAS

El médico nocturno

Para LB, en el presente,

y DC, en el pasado

Ahora que sé que mi amiga Claudia ha enviudado de muerte natural del marido, no he podido evitar acordarme de una noche en París hace seis meses: había salido después de la cena de siete personas para acompañar hasta su casa a una de las invitadas, que no tenía coche pero vivía cerca, quince minutos andando a la ida y quince a la vuelta. Me había parecido una joven algo alocada y bastante simpática, una italiana amiga de mi anfitriona Claudia, también italiana, en cuyo piso de París me alojaba durante unos días, como en otras ocasiones. Era mi última noche de aquel viaje. La joven, cuyo nombre ya no recuerdo, había sido invitada para complacerme y para diversifcar un poco la mesa, o mejor dicho, para que las dos lenguas habladas estuvieran más repartidas.

Todavía durante el paseo tuve que chapurrear italiano, como había hecho durante media cena. Durante la otra media era francés lo que había chapurreado aún peor, y a decir verdad estaba ya harto de no poder expresarme correctamente con nadie. Tenía ganas de resarcirme, pero esa noche ya no habría posibilidad, pensaba, pues para cuando regresara a la casa mi amiga Claudia que habla un español convincente, ya se habría acostado con su maduro y gigantesco marido y hasta la mañana siguiente no habría ocasión de cruzar unas palabras bien armadas y pronunciadas. Sentía impulsos verbales, pero debía reprimirlos. Desconecté durante el paseo: dejé que fuera la amiga italiana de mi amiga italiana quien hablara con propiedad en su lengua, y yo, contra mi voluntad y deseo, me limitaba a asentir y a comentar de vez en cuando: ‘Certo, certo’, sin prestar atención, cansado como estaba por el vino y hastiado por el esfuerzo lingüístico. Mientras caminábamos echando vaho sólo me percataba de que decía cosas sobre nuestra común amiga, como era por lo demás natural, ya que fuera de la reunión de siete de la que procedíamos no teníamos nada de lo que ponernos al tanto. Al menos eso creía. ‘Ma certo’, seguía comentando yo sin ningún sentido, mientras ella, que se daría cuenta de mis omisiones, continuaba un poco para sí sola o quizá por cortesía. Hasta que de pronto, siempre hablando de Claudia, hubo una frase que comprendí muy bien como frase y en absoluto como significado, ya que la comprendí sin querer y aislada de todo contexto. ‘Claudia sarà ancora con il dottore’, fue lo que dijo su amiga a mi entendimiento. No hice mucho caso, porque estábamos llegando ya a su portal y yo tenía prisa por hablar mi lengua o al menos quedarme a solas pensando en ella.


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