Tendríamos a nuestras espaldas una experiencia inolvidable. Sí, habríamos vivido una experiencia con la que sueñan toda la vida millones de hombres sin lograr jamás alcanzarla. Nos contaríamos entre los pocos privilegiados. Eso es lo que debemos recordar. La recompensa.
Shively se dio una fuerte palmada en la rodilla y todos se volvieron para mirarle.
– Maldita sea, ya basta de perder el tiempo -ordenó-. Concentrémonos en el fin y no nos preocupemos por los medios. Los medios ya los iremos discutiendo. -Se detuvo-. Ya os he manifestado mi opinión.
Me gusta. Soy partidario de ello. No sé vosotros pero yo estoy con Adam. Lo ha preparado todo como un auténtico general y todo lo que dice tiene sentido. Digo que puede hacerse y que la recompensa bien merece el esfuerzo.
– Yo me inclino a estar de acuerdo contigo -dijo Yost.
– Pues, muy bien, ¿a qué preocuparse entonces? -dijo Shively rebosante de optimismo-.
Lo prepararemos hasta el más mínimo detalle. Si ponemos en práctica el plan de Adam hasta el más mínimo detalle, no correremos ningún riesgo. Podéis creerme.
Yo era ayudante del jefe de nuestro pelotón de infantería en el Vietnam. Lo importante es la organización y la preparación y el suficiente valor como para proseguir sin desmayo.
Todos los ataques e incursiones que efectuaban nuestras fuerzas se preparaban de antemano y, fijaos, estoy aquí, dio resultado. Eso de que estamos hablando aquí es diez veces más fácil. Y tiene que dar resultado.
Brunner no estaba convencido. Resistía tenazmente.
– Permanecer sentado aquí bebiendo y hablando, haciendo conjeturas y entregándonos a nuestras fantasías es una cosa. Pero la dura realidad es otra cosa muy distinta.
Hablar es fácil, sobre todo cuando se trata de una despreocupada conversación de hombres solos.
Pero en cuanto tratemos de poner en práctica este sueño, en cuanto intentemos trasladarlo a la vida real, tropezaremos con cientos de obstáculos y escollos.
No me gusta interpretar el papel del abogado del diablo pero…
Impaciente y enfurecido, Shively se dirigió a Brunner.
– Entonces deja de ponerle pegas al proyecto, maldita sea. Si no quieres formar parte del mismo, si quieres dejarlo, aún estás a tiempo. -Miró al perito mercantil-. Si no crees en lo que estamos haciendo ¿por qué demonios nos has invitado a venir a tu despacho? Brunner se encontró por primera vez como cogido en una trampa. Se ruborizó y se esforzó por hallar una respuesta.
– No… no lo sé. En serio que no sabría decirlo. Tal vez, bueno, quizá pensé que sería divertido hablar de ello.
– Pues se trata de algo más que eso -dijo Shively enojado-; y ahora voy a decirte de qué se trata y por qué estás aquí y por qué está Yost y por qué está el muchacho y por qué estoy yo también.
Es porque la sociedad nos ha humillado toda la vida, al igual que a la inmensa mayoría de la gente. Permanecemos como atrapados en el mismo sitio para el resto de nuestros días como si hubiéramos nacido en un sistema de castas.
– Esta es una opinión radical -protestó Brunner-y no estoy muy seguro que…
– Y yo te digo que no me cabe la menor duda de que así es -afirmó Shively ahogando la voz de Brunner con la suya propia-. Y tampoco soy radical. No me interesa la política.
Me interesa mi persona y no me gusta la manera en que me humilla el sistema. Los verdaderos delincuentes de este país son los poderosos y los ricachos. Nos explotan. Se aprovechan de nosotros. No nos dan nada y se lo guardan todo para sí.
Puesto que ya lo tienen todo, lo que hacen es conseguir más y más. Poseen las mejores casas, las mejores vacaciones, los mejores automóviles y las mejores mujeres que existen. Y se cagan en nosotros que estamos debajo como si se nos pudiera eliminar tirando de la cadena del retrete. Forman un grupo compacto en el que no se nos está permitido entrar.
Y te digo, Brunner, que ya estoy harto. Quiero entrar. Quiero participar también. Si no consigo dinero, que sea el mejor trasero que haya, análogo a los que ellos pueden conseguir siempre que se les antoja.
– Shively se había levantado, muy nervioso, con el rostro deformado en una mueca y los tendones de detrás de las sienes muy rígidos.
Se acercó a Brunner, se quedó de pie a su lado y movió la mano como abarcando toda la estancia-.
Mira a tu alrededor, Brunner, mira. Cuatro extraños que se han conocido accidentalmente. Ninguno de nosotros es un bocado especialmente escogido. Somos cuatro tipos normales y corrientes.
– Señaló con el dedo a Yost, sentado en el sofá-.
Aquí está Howard Yost. Universitario. Instruido. Astro del fútbol americano. ¿Y qué es ahora? Trabaja como un negro día y noche para mantener a su mujer y sus dos hijos.
Y se ve obligado a ahorrar hasta el último céntimo, podéis creerme. Si quiere divertirse un poco y echar una cana al aire, tiene que rezar para que le caiga en suerte alguna posible cliente hambrienta de amor. O bien tiene que ausentarse de la ciudad, para seguir trabajando, y en el transcurso de su tiempo libre se ve obligado a pagar a cambio de una cualquiera.
– El dedo de Shively señaló a Malone, que le escuchaba fascinado desde detrás del escritorio-.
Fijaos en este muchacho, Malone, Adam Malone.
Un chico listo. Mucha imaginación. Un escritor que debiera poder gozar de la libertad de escribir, pero, en su lugar, se pasa la mitad del tiempo colocando latas de sardinas en un maldito supermercado para poder ganarse el sustento. Y, para relajarse un poco, ¿qué tiene que hacer? Apuesto a que puede considerarse afortunado si de vez en cuando consigue meter mano a alguna mujer encorvada, patizamba y obesa que haya conocido en el supermercado.
Lo máximo que puede hacer para acercarse un poco a las hembras de clase, a una Sharon Fields, es soñar solo y masturbarse en la cama.
– Shively se golpeó el pecho-.
Fijaos en mí, Kyle Shively, de Tejas. Tal vez no posea instrucción universitaria pero soy listo. He aprendido muchas cosas por mi cuenta. Tengo lo que se llama sentido común y conocimiento de la naturaleza humana.
Y soy, además, muy habilidoso. Con estas dos manos soy capaz de hacer cualquier cosa. Tal vez, de haber tenido un poco de suerte, hubiera podido ser un constructor de automóviles millonario, como ese Ferrari y esos otros extranjeros.
Y, en lo tocante a habilidad, ésta no se limita a las manos sino que se extiende a la bragueta. ¿Y de qué me sirve? Si quiero divertirme un poco con una mujer, ¿quién accede a venir conmigo? Alguna estúpida adolescente o la dependienta de algún tienducho del barrio.
Las tías ricas de la alta sociedad, a las que veo día tras día, me miran por encima del hombro como si no fuera otra cosa más que un mono grasiento, un criado ignorante. Les importo un bledo. No soy nada.
Y ahora te toca a ti, Brunner. Se detuvo con los brazos en jarras contemplando a Brunner, que no se atrevía a mirarle a la cara-.
¿Y qué me dices de ti, señor Leo Brunner, en este palacio tuyo de la miserable avenida Western? No me digas que eres feliz o que estás satisfecho de tu vida.
No me digas que le has sacado a la vida todo el jugo, todo lo que tiene, a través de tus relaciones con una sola mujer, a través de tu matrimonio de treinta años con la misma mujer.
Durante estos treinta años sólo lo has probado dos veces con algo distinto e incluso en estos dos casos, fue por accidente, porque te tuvieron lástima.
– Brunner hizo una mueca, hundió la cabeza entre los hombros como una tortuga pero no dijo nada-.
Mira, a mí no puedes engañarme -prosiguió Shively-. No me digas que durante todos estos tristes años no te ha escocido el miembro y no has sentido el deseo de probar el material que es exclusiva de los ricos, el material que ves en las películas o en los periódicos. Pues, bien, hombre, voy a decirte lo más sincero que jamás hayas oído.