La nueva órbita, más cercana, exigía una velocidad angular mayor. El período de Fobos sería ahora de menos de un sol. Resultado: una colosal tracción sobre el cable, que se partió. Parte de él retrocedió y golpeó a Fobos, la otra parte se curvó con lentitud y cayó sobre Marte.

La velocidad de Fobos disminuyó tras el segundo impacto, de modo que su órbita volvió a ser circular, ahora mucho más cercana al planeta.

– Suponemos que el segundo impacto con el fragmento de cable, combinado con el efecto de marea y la disipación de energía al cambiar el eje de rotación de Fobos… ejem, bueno, la cosa no está clara y no entiendo mucho de mecánica celeste… hizo que Fobos adoptase la presente órbita a 2,75 radios del planeta. Ahora viene una vista desde el satélite.

En efecto, apareció una patata formada por meridianos y paralelos elípticos de color azul. El cable, un delgado cilindro formado por docenas de líneas amarillas paralelas, sobresalía de un extremo.

De improviso, algo verde golpeó a Fobos en el ecuador, alzando un surtidor de puntitos azules.

– Eso fue Hall -dijo el hombre-. Justo bajo nuestros pies.

El cable se partió, rizándose; golpeó por segunda vez a Fobos, lanzando una nube de puntitos azules y amarillos.

– Y eso fue Stickney.

La película llegó a su fin.

Ambos guardaron un pensativo silencio, que Susana rompió para preguntar:

– ¿El Valle Marineris fue abierto por la torre al caer?

Casanova asintió.

– Y provocó un largo invierno nuclear del que Marte jamás se recuperaría.

– Jesús -musitó la mujer. Respiró hondo para tranquilizarse y preguntó:

– ¿Qué hay de las instalaciones de Fobos? ¿Queda algo?

– Ah. -Casanova se puso en pie-. No se ha encontrado gran cosa, excepto… venga.

La habitación a la que le condujo era muy peculiar. Excavada en roca, con una pesada puerta de acero, era lo más parecido a una bóveda acorazada que se hubiera podido construir en un monasterio. Casanova la abrió con una llave.

Los restos no eran muy impresionantes. Un centenar de pedazos retorcidos y medio fundidos de un metal negro, de menos de cinco centímetros de largo. Susana escuchó distraída las estimaciones sobre masa y tamaño del objeto que golpeó al pequeño mundo… o a la estación espacial.

– El objeto se vaporizó. La estación debió de ser en parte orgánica -explicó Casanova-, como la nave que la ha traído hasta aquí. Fobos se puso al rojo por el impacto y… bueno, todo en su interior se transformó en una masa casi homogénea. La composición de los restos es muy variada: paladio, titanio, osmio. Los encontramos incrustados en la roca, en dondequiera que excavemos.

– ¿Qué hay de Deimos? -preguntó Susana-. No lo he visto en la reconstrucción.

– No sabemos qué papel tenía -reconoció el hombre-. El padre Markus sostiene que era una especie de contrapeso del conjunto Fobos-cable. Su órbita es muy cercana a la aresincrónica.

Susana contempló ensimismada los restos y dijo con voz débil:

– Y la Tierra ha sido ahora atacada por los mismos que destruyeron Marte hace quinientos millones de años.

– Eso parece.

Susana pensó en la próxima etapa: el propio Marte. ¿Qué le aguardaba allí, en la cuna de aquella civilización extraterrestre?

Esto es sólo un anticipo, dijo para sí con un escalofrío.


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