– ¿Para nosotros? ¿Cómo puedes decir eso?
– Por lo que sé, se le han hecho algunas modificaciones; básicamente están tal y como los dejaron los viejos marcianos, ocultos en largas espirales de ADN artificial, esperando a que nosotros los desarrolláramos.
– Igual que las naves. Ya lo sabemos.
– Sí. Pero vosotros habéis conducido esas cosas con una especie de enlace neurálgico. Algo muy fino, sin duda, y que fue diseñado centenares de millones de años antes de que el primer australopiteco vagara por la Tierra. ¿Cómo pueden encajar tan bien en nuestros sistemas nerviosos?
Lucas y Karl reflexionaron un instante.
– Quizás, los marcianos eran muy parecidos a nosotros -aventuró el segundo.
– Eso es improbable.
– ¿Entonces? -dijo Karl, sirviéndose otro vaso de aquella pócima-. Quizá tengas una respuesta mejor.
– Puede que no. -Sandra le tendió el suyo-. Puede que no…
Lucas tomó otro trago de kumiss. No tenía demasiado alcohol, pero sospechó que tanto su amigo como la chica empezaban a estar algo cocidos.