Tú te quedas callado, sin saber qué decir. Es cierto que en tus conversaciones con el aitá, poco antes de su muerte, te ha hablado a menudo de Dios, y que te encuentras a gusto cuando ayudas al padre Patxi en la iglesia, pero de eso a tomar los hábitos media un abismo. Es cierto que a veces, al igual que muchos compañeros de catequesis, has coqueteado con la idea, pero nunca en serio. Sin embargo, ahora que te lo plantean tan de sopetón, no te queda más remedio que pensar en ello y piensas, piensas mucho aunque apenas transcurren unos segundos antes de contestar. Presientes que tras de la oferta se esconde el deseo de tu madre de que no sigas los pasos de tu hermano Mikel, estás seguro de eso pero quizá por ello, quizá porque has visto en su rostro más de una vez el sufrimiento y porque tú mismo en tu interior deseas tomar otro camino y comprendes que en tu limitado mundo ése es el único modo seguro de escapar, respondes que sí, que estás dispuesto a ingresar en el seminario, y antes de que digas estas palabras tu madre ya te ha llenado de besos y el padre Patxi ha empezado a entonar un salmo de acción de gracias.


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