Capítulo quince

Cuando entró en el edificio que albergaba la Jefatura Superior de Policía al padre Vázquez le entró una irrefrenable nostalgia. Había abandonado su anterior trabajo, su vida entera en realidad, convencido de que hacía lo correcto, y seguía pensando de ese modo, pero su vuelta al antiguo hogar le devolvía sensaciones, experiencias, incluso olores, que consideraba periclitados.

En ese momento se encontraba en el despacho del comisario Ansúrez, un antiguo compañero con el que aún mantenía buenas relaciones y al que había solicitado ayuda. Alrededor de una botella de un rioja crianza del 90 la conversación era cálida y amigable, y el padre Vázquez, por primera vez desde que obligado por sus votos de obediencia iniciara la investigación, empezaba a encontrarse a gusto.

– Así que estás satisfecho con tu nueva vida -le dijo el comisario.

– Totalmente satisfecho -contestó su viejo amigo.

– ¿No echas en falta la pelea diaria, este ambiente?

– A veces sí, pero creo que tomé la decisión acertada. Mis recuerdos, mis experiencias, no son como los tuyos, ya lo sabes. He estado en otras batallas y me he ensuciado a modo, necesitaba salir de todo aquello. Tú no lo comprendes del todo porque siempre has estado en homicidios, peleando contra asesinos y delincuentes comunes. Si detienes a un hombre que ha acuchillado a su esposa todo el mundo lo entiende y te da una palmadita en la espalda. Lo mío ha sido diferente, algunos de mis antiguos clientes incluso son ahora diputados o altos cargos del gobierno. Me temo que estaba marcado y llegó el momento de la reflexión.

– No debes atormentarte por eso, eran otros tiempos y nosotros somos policías. Gobierne quien gobierne somos necesarios. Más de un antiguo preso político ha utilizado cuando llegó al poder a los policías que le detuvieron, incluso en puestos de total confianza. Es el pragmatismo de los gobiernos, saben que nos necesitan para que limpiemos la mierda en la que se revuelcan. Así es la vida, una sucesión de pequeñas componendas entre unos y otros en beneficio de ambos.

– Puedes tener razón, pero a mí la mierda me llegaba hasta el cuello así que no me apetecía limpiar la de los demás. Necesitaba cortar radicalmente con mi pasado.

– Pero de eso a meterte cura, Emilio, hay una gran diferencia.

– No lo niego, pero mi padre siempre decía que sólo había dos caminos, el servicio a la patria o a Dios. Odiaba a mi padre aunque quizá al final haya triunfado, porque incluso en mis peores momentos tuve siempre presente esa idea a pesar de que fui expulsado de un colegio de curas la religión siempre ha influido en mí, llegando a martirizarme la idea de que me había alejado definitivamente de ella como consecuencia de mi trabajo. En fin, no he venido a contarte mi vida, que por otra parte conoces tan bien como yo, sino a preguntarte si has podido descubrir algo.

– Bueno, quizá sí haya averiguado algo, pero no es muy seguro.

– Es igual, cualquier dato me puede servir.

– En principio no hay nada en los ordenadores, su cara no ha sido reconocida, lo cual, por otra parte, no es de extrañar porque, salvo para asuntos de terrorismo, nuestro sistema informático está aún en mantillas. Pero donde no llegan los ordenadores sigue llegando el trabajo policial clásico. Un inspector destinado en el grupo operativo antidrogas ha creído reconocerla.

– ¿Alguna yonqui o traficante?

– No, él cree que no, aunque nunca se sabe teniendo en cuenta el ambiente en el que está metida. Por lo que me ha dicho el inspector la mujer que buscas trabaja, o ha trabajado al menos, en un club de la calle de las Cortes.

– Así que se dedica al alterne.

– Digamos, si tu nueva condición de sacerdote no te impide pronunciar ciertas palabras, que se dedica a la prostitución. O sea, que es una puta.

El Club Neskatilak estaba situado, como le había explicado el comisario Ansúrez, en plena mitad de la calle de las Cortes, donde tenía su sitial el puterío más arrastrado de Bilbao. A Vázquez no le sonaba el nombre de cuando ejercía en Bilbao pero era tal como se lo imaginaba, como cien mil más que había visitado a lo largo de su carrera. De hecho, cuando estuvo junto a él se dio cuenta de que era un antiguo bar al que habían cambiado algo la decoración y habían traducido el nombre, antes el Club Girls, en inglés, ahora el Club Neskatilak, en vascuence, era el signo de los tiempos, pero lo que se cocía en su interior no necesitaba de más idiomas que el dinero y el sexo.

Cuando se introdujo en su interior pudo observar cómo todas las miradas se concentraban en su persona. Una mulata que ya había dejado muy atrás los mejores años de su vida hacía como que limpiaba unos vasos detrás de la barra. Vázquez se sentó en un taburete enfrente suyo y pidió una cerveza.

– Serán quinientas pesetas, aquí sólo se sirve género de calidad.

– Limítate a poner la cerveza y no des conversación -contestó Vázquez, sin poder evitar que surgiera el policía que llevaba dentro.

Un macarra con pinta de macarra, para que no hubiera dudas sobre cuál era su función en aquel antro, se acercó con aspecto hosco, preguntando a la camarera si tenía problemas.

– Ningún problema -se adelantó Vázquez a contestar-, salvo los que quieras buscarte tú. Aparte de una cerveza cara e imbebible, ¿ofreces algo más o tengo que ir a otro cuchitril a buscar compañía? No me gusta perder el tiempo.

– Depende de lo que ande buscando el señor -dijo más conciliador el macarra, enseñando un diente de oro al sonreír-, aunque aquí no le va a faltar compañía, siempre que pueda pagarla.

– Por eso no te preocupes -dijo enseñando disimuladamente un fajo de billetes-, no he nacido ayer, como puedes comprobar por mi aspecto. Dime qué tienes y si me interesa llegaremos a un trato.

– Lo que quiera, tanto en tíos como tías, negras o blancas, jóvenes o más jóvenes aún.

– Pero bueno, ¿tengo aspecto de bujarrón o degenerado para que me ofrezcas tíos o niñas? Escucha, morena, alta y con dos tetas como melones en sazón. ¿Tienes algo así o me busco la vida por otra parte? Me habían hablado muy bien de este local pero empiezo a pensar que el que lo hizo me estaba gastando una broma.

– Me parece que usted es un tipo extraño, diferente a los que suelen venir por aquí, ¿quién le ha hablado de este local?

– El comisario Ansúrez, ¿algún problema? No soy un poli, sólo un tío que quiere follar y al que no le gusta perder el tiempo.

– Tendría que haber empezado por ahí, el señor Ansúrez y sus amigos siempre son bien recibidos, y no hace falta que vaya enseñando esos billetes, alguien podría darle un disgusto y aquí no los va a necesitar. Nos gusta agasajar a los amigos. Creo que tengo lo que necesita, acompáñeme por favor.

Vázquez y el macarra cruzaron una puerta en la que podía leerse la palabra «privado» y se introdujeron en un cuartucho pequeño en cuyo interior había una escalera de caracol. Sin decir nada, el chulo subió por las escaleras y lo mismo hizo el padre Vázquez. Cuando llegaron al piso superior se internaron por un pasillo y se detuvieron en la tercera puerta que había a la izquierda.

El macarra abrió la puerta y entró en la habitación. Allí pudieron ver a la mujer que acababa de describir, al azar, el padre Vázquez. Una morenaza alta, de larga melena que le llegaba casi hasta el culo, ojos verdes grandes como diamantes y unas tetas que harían la delicia de un fanático de lo abundante. En ese momento se estaba entreteniendo chupándole la polla a un joven que por la pinta estaba celebrando su llegada a la mayoría de edad sin apenas haber tenido tiempo de que le desapareciera el acné juvenil. Aunque la morena ni se inmutó por la situación, la sorpresa del joven hizo que su aparato reproductor se redujera en bastantes centímetros.

– Lo siento, chaval, pero tienes que despejar, esta chica está ocupada.

– Pero, pero… -intentó hablar el joven sin ser capaz de pronunciar nada más que eso.

– Vamos, ahueca el ala si no quieres tener problemas -repitió agresivo el macarra.

– ¿Y mi dinero? Tendrá que devolverme lo que he pagado.

– No seas gilipollas, chaval. ¿Acaso no has pasado un buen rato?, no me digas que no das por bien empleado tu dinero. Venga, largo de aquí y que no te vea más. Los niñatos como tú no traéis más que complicaciones.

Cuando por fin se marchó el joven el macarra habló con la morena, que había observado impertérrita la escena.

– El señor es amigo del comisario Ansúrez, así que trátale bien. Invita la casa.

– Descuida, queda en buenas manos. ¿Por dónde quieres empezar? -le dijo al padre Vázquez cuando el macarra salió de la estancia-, excepto aquello que me produzca dolor puedo hacerlo todo, todo. ¿Te la preparo con un trabajito bucal o eres de los que van directamente al grano? O si lo prefieres, cualquier otra cosa que te guste. Dímelo y ya verás como Mónica no te defrauda.

– Lo primero de todo vístete -dijo Vázquez.

– Por supuesto -respondió la morena colocándose unos sujetadores y una braga de color carne y ciñendo su cuerpo en el interior de un camisón transparente-. ¿Eres de los que prefieres hacerlo vestido o es que te gusta ser tú quien desnude a las niñas?

– Vístete del todo -le espetó Vázquez-, como si fueras a prepararte para ir a misa. Y rápido, que no tengo tiempo que perder.

– Hace quince años que no voy a misa y además aquí no tengo más ropa que la que llevo puesta. Lo siento, cariño, pero tendrás que conformarte con lo que hay, que no está nada mal, por cierto -añadió acercándose a Vázquez y acariciándole la cara con las palmas de sus manos.

– Bueno, pues entonces quédate así pero estáte quieta -respondió Vázquez separándose de ella-. No he venido a follar sino a hablar.

– Vaya, hombre, así que has venido en plan madero, no a pasar un buen rato. Acabáramos. ¿Qué es lo que quieres?

– ¿Conoces a esta chica? -preguntó Vázquez sacando la fotografía de la mujer que había cobrado el talón y enseñándosela-. Por lo que me han dicho ha estado trabajando aquí así que piensa bien lo que me vas a contestar. No me gusta que me mientan.

– Tranquilo, hombre, tranquilo, no hace falta ponerse así, ya te habrás dado cuenta de que aquí nos gusta colaborar. Sí, la conozco, es Verónica, trabajó aquí durante un tiempo.

– Verónica, ¿qué más?

– Y yo qué sé, ¿acaso te crees que aquí vamos con la copia del carnet en la boca? Seguramente no se llama Verónica, así que como para saber sus apellidos.


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