Cuando nos quedamos solos, mi padre, agarrándome fuertemente de los hombros y mirándome directamente a los ojos, sin pestañear, de un modo que me turbaba irremediablemente y me obligaba a desviar los míos hacia otro lado, volvió a hablarme.

– Lamento que hayas presenciado esta escena pero confío en que de ella saques provecho. Debes respetar a tu madre, porque así está ordenado en los mandamientos divinos, pero no conviene que sigas el camino de sus hermanos. Apréndete bien este refrán y que nunca se te olvide, quien mal anda mal acaba. Tu tío Antonio fue un traidor y un apóstata y eso le mató.

– ¿De qué ha muerto el tío, padre? -me atreví a preguntar-. ¿Por ser un traidor? Yo creía que a los traidores se les fusilaba, ¿han fusilado al tío Antonio?

– No, no le han fusilado, aunque se lo hubiera merecido. Pero como era hermano de tu madre conseguí liberarle de la muerte, que es el castigo que se merecen los que son como él. Muchos fueron ejecutados en el alborear de la nueva España y tenemos que sentirnos orgullosos de ello, sólo arrancando las malas hierbas podremos conseguir que florezca, esplendoroso, el jardín de la patria. Sin embargo, el sentido de la justicia no debe impedirnos ser caritativos. Sólo el fuerte es capaz de perdonar, y aunque los actos de tu tío no fueran dignos de perdón, el amor de tu madre consiguió que le salvara de su destino. Pero le salvé por poco tiempo, ya que los malvados pueden escaparse de la justicia de los hombres mas nunca, nunca, escucha esto, hijo, nunca pueden evadirse de la justicia de Dios.

– Entonces, ¿fue Dios quien le mató, padre?

– En cierto modo podemos decir que sí, porque nuestras vidas están en manos de Dios, pero a tu tío Antonio le mataron sus propios pecados. En la vida hay que ser hombre de una sola pieza, hijo mío, quien flaquea de un vicio acaba flaqueando de todos. Tu tío no murió directamente por ser un traidor, pero al ser un traidor a la patria y a Dios era también un hombre sin principios morales. Tu tío murió de sífilis, una enfermedad maligna, enviada por Dios para castigar a quienes llevan una vida desordenada.

– ¿Qué es una vida desordenada?

– Algún día, hijo mío, si Dios lo quiere te casarás y fundarás una familia cristiana, como ha hecho tu padre, pero antes de que llegues a eso la vida pondrá ante tus ojos un mar de tentaciones. Mujeres inmorales querrán aprovecharse de tu inocencia, exprimirte al máximo, y tal vez algunos amigos venales te inciten al pecado, pero tú no debes hacer caso. Quien sucumbe a las pasiones y realiza suciedades con mujeres fuera del matrimonio, acaba por ser víctima de crueles enfermedades que junto al alma te destrozan el cuerpo. Una de esas enfermedades, de la que ha muerto tu tío, es la sífilis. Nunca lo olvides si no quieres acabar como él.

No, nunca lo he olvidado, como tampoco he olvidado que después de oír decir esto a mi padre y mirar a mi tío muerto de nuevo, para buscar en su rostro las huellas de esa depravación que le había causado la muerte, tuve que salir corriendo hacia el cuarto de baño, donde vomité todo el desayuno que horas antes había tomado.


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