Randall estaba ofuscado y todavía mudo.
– Escuche esto -resumió el editor con voz trémula-. Jesús no murió en la Cruz, en Jerusalén, en el año 30 -Wheeler hizo una pausa, subrayando lo siguiente-: Jesucristo sobrevivió a la Cruz y siguió viviendo durante diecinueve años más.
– Siguió viviendo -musitó Randall casi para sí mismo.
– Petronio informó a sus superiores que Jesús fue crucificado, declarado muerto y bajado para Su sepultura. Pero Santiago el Justo descubrió que su hermano no había expirado en la Cruz; que Jesús estaba vivo y respiraba. Santiago no dice si Jesús sobrevivió por la ayuda de Dios o la habilidad de un galeno; pero sí dice que se recuperó y continuó Su ministerio, clandestinamente, en Palestina y otras provincias, llegando finalmente a predicar a Roma… a Roma…. en el noveno año del reinado de Claudio César, en el 49 A. D., cuando Jesús tendría cincuenta y cuatro años de edad. Y no fue sino entonces que la verdadera Resurrección y la Ascensión ocurrieron. ¿Comprende usted lo que le estoy diciendo? ¿Se da usted cuenta de las implicaciones de este hallazgo?
Steven Randall osciló suavemente sobre su silla, todavía demasiado sacudido para comprender cabalmente.
– Es… ¿puede ser verdad? No puedo creerlo. Tiene que haber algún error. ¿Está usted absolutamente seguro?
– Estamos absolutamente seguros. Todos y cada uno de los fragmentos de ambos documentos han sido autentificados sin lugar a dudas. Conocemos la verdad. Por fin tenemos la Palabra. Y se la vamos a dar al mundo a través del Nuevo Testamento Internacional. Vamos a resucitar para la Humanidad al verdadero Jesucristo, al genuino Salvador que una vez vivió sobre la Tierra y que ahora vive dentro de nosotros. Por eso es que le hemos dado a nuestro proyecto secreto en Amsterdam el nombre en clave que lleva. Steven, ¿puede usted creer en Resurrección Dos?
Randall había cerrado los ojos. Tras ellos rotaba una girándula brillante que acarreaba imágenes de su pasado y su presente. Visualizó sobre esa girándula las imágenes humanas respondiendo a éste, el más sensacional de los descubrimientos de mil novecientos años. Las vio electrificadas y fulgurantes, con una renovada fe en el significado de la vida. Su padre. Su madre. Su hermana Clare. Tom Carey. Y sobre todo, se vio a sí mismo. Contempló a aquellos cuya fe se había resquebrajado o hendido, y a aquellos que, como él mismo, no tenían fe y estaban perdidos. Y también vio, acercándose a esa ruleta de desesperación, a Aquel que durante tanto tiempo había sido un mito, una fantasía, un personaje de cuento de hadas. El hijo de Dios, Jesús de Nazareth, sería finalmente conocido por el hombre. El Evangelio de Santiago reviviría el mensaje de amor y paz del Salvador, y confortaría y curaría a Su familia humana.
Increíble. Increíble. De todas las maravillas que Randall había visto y escuchado en su vida, nunca había habido una tan prodigiosa como ésta. Las Buenas Nuevas Sobre la Tierra.
¿Podría realmente ser?
¿Qué le había preguntado Wheeler? Sí. «¿Puede usted cree en este proyecto, en Resurrección Dos?»
– No lo sé -respondió lentamente-. Es algo… algo en lo cual me gustaría creer; me gustaría mucho, si es que todavía puedo creer en algo.
– ¿Está usted dispuesto a intentarlo, señor Randall?
– ¿A intentar qué? ¿Vender la Palabra? -Randall lo consideró, e inquietamente se puso de pie-. Mire, si Él está aquí para salvarnos, supongo que yo estoy aquí para ser salvado. ¿Cuándo empezamos?
II
Por alguna razón, todos sus sueños, cuando había soñado en la última semana y media, parecían girar alrededor de Jesús. Ahora, mientras luchaba por despertarse, el sueño que había estado viviendo y embelleciendo, conforme le brotaba la conciencia, estaba todavía intensamente brillante tras sus ojos…
Sus discípulos vieron a Jesús caminar sobre las aguas y se inquietaron, diciendo: «Es un espíritu.» Jesús inmediatamente les habló, diciendo: «Regocijaros, soy Yo. No tengáis miedo.» Y Steven Randall le contestó y dijo: «Señor, si en verdad eres Tú, permíteme llegar a ti sobre las aguas.» Y Jesús dijo: «Venid.» Y cuando Steven había saltado de la barca, caminó sobre las aguas para ir hacia Jesús. Pero cuando vio el viento turbulento, sintió miedo. Comenzando a hundirse, gritó: «Padre, sálvame.» Y el reverendo Nathan Randall inmediatamente alargó su mano y lo alcanzó, y le dijo: «Oh, tú de poca fe, ¿por qué has dudado?» Y Steven Randall fue salvado, y tuvo fe.
Fue un sueño loco y confuso que lo estaba sofocando.
Finalmente estaba despertando, abriendo los ojos, para descubrir que lo que lo estaba ahogando eran los suaves pechos de Darlene, su seno izquierdo descubierto presionando los labios de Randall. Ella estaba encaramada sobre la cama, encima de él, con la parte superior de su fino negligée rosa totalmente abierto y uno de sus senos desnudos frotándole la boca.
Randall había despertado en muchos lugares extraños y de muchas maneras insólitas, pero nunca antes se había despertado en un barco, en pleno Océano Atlántico, por el contacto de un pecho de mujer. Todavía estaba sobre el agua, pero repentinamente Jesucristo y el reverendo Nathan Randall se habían quedado muy lejos.
Darlene se dirigió a él, fastidiándolo.
– Bien, admítelo. No puedes pensar en una manera mejor de despertar, ¿o sí? Nómbrame un pachá que reciba mejor tratamiento.
Uno más de los jóvenes juegos amorosos de Darlene, pensó él. No estaba de humor para eso a esta hora, pero además sabía que ésa era la mercancía de Darlene, lo único que ella podía ofrecer, así que fue amable. Llevó a cabo la respuesta obligada. Besó su seno gentilmente alrededor del rosado pezón, hasta que empezó a endurecerse y Darlene se lo retiró de la boca.
– Muchacho travieso, Steven -dijo ella burlándose-. No empecemos nada ahora. Sólo quería asegurarme de que te levantaras sonriendo -Darlene enderezó la cabeza y frunció los labios, como queriendo halagarlo-. Pero eres lindo. -Luego se agachó y metió una mano debajo de la sábana, deslizándola entre las piernas de Randall. Lo acarició un momento y luego se retiró rápidamente-. Óyeme, no estás perdiendo el tiempo -dijo ella.
Él levantó los brazos para acercarla a sí, pero ella se escurrió y saltó de la cama.
– Comportémonos, querido. Le dije al camarero qué era lo que queríamos desayunar, y estará aquí en un minuto o dos.
– En una media hora o dos -gruñó Randall.
– Date un baño y vístete. -Ella se dirigió a la sala adyacente de su pequeña suite en la Cubierta Superior del S. S. France-. L'Atlantique, tú sabes, el periódico del barco, dice que hay una película documental en inglés acerca de qué ver en Londres. En canal 8A. No quiero perdérmela.
Darlene se deleitaba con la televisión de circuito cerrado del barco, en la que exhibían películas durante todo el día, y ella no se permitiría perder ninguno de los lujos del viaje.
Randall miró a través del camarote hacia la escotilla. La cortina café todavía la cubría. Entonces la llamó a ella.
– Darlene, ¿cómo está el tiempo?
– El sol está tratando de salir -contestó ella desde el cuarto contiguo-. Y el mar está como un cristal.
Apoyado sobre un codo, Randall escudriñó su camarote. Era uno doble, funcional, con una gran cómoda metálica de cuatro gavetas entre las dos camas, y sobre la cómoda había un teléfono blanco cerca de su cama y una lámpara con pantalla blanca cerca de la de Darlene. Esparcida sobre el sillón de rayas cafés; estaba la ropa interior de Darlene… unas panti-medias y un sostén muy provocativos. Cerca del pie de su cama estaba una silla baja, en color naranja, frente al alto espejo del tocador.
Randall escuchaba el palpitante sonido de los motores del buque y el silbido del mar estrellándose contra el transoceánico. Y luego oyó el crepitar de la televisión desde la sala, y la voz sosa del locutor.