El video de las noticias del episodio de las minas marcianas ocupaba la sección central grande de la pantalla. El locutor realizaba su narración desde una minipantalla destinada a él.

– …una explosión rompió el domo geodésico que cubre la Mina Pirámide, paralizando la extracción de mineral de turbinio, el recurso clave para el programa de armas de haces de partículas del Bloque del Norte.

Soldados con mascarillas respiratorias trataban con rudeza a los mineros. Estaba claro que la autoridad militar se sentía casi deseosa de que alguien les alegrara el día con una resistencia simbólica. Quaid descubrió que le temblaban los dedos, como si estuviera empuñando y disparando un rifle. Era extraño, ya que no recordaba la última vez que había manipulado un arma de fuego, si es que alguna vez lo había hecho.

– El Frente de Liberación de Marte ha reivindicado la explosión -continuó el locutor-, y ha exigido la independencia total del planeta de, cito textualmente, «la tiranía del Norte». Declara que están preparados para realizar más…

De repente, la pantalla principal saltó a una ventana ambiental, una filmación de una selva supuestamente virgen que, en ese instante, ocupó todas las pantallas del video multivisión. Era un paisaje hermoso; no obstante, no era lo que deseaba ver en ese momento.

– No me extraña que tengas pesadillas -comentó Lori, poniéndose delante de la pantalla con el mando a distancia en la mano. Iba vestida con un elegante traje de calle, dispuesta a salir de compras-. Siempre estás viendo las noticias.

Quaid se sentó en la mesa mientras Lori untaba unas rodajas de pan con mantequilla para su propio desayuno.

– Lori, he estado pensando -dijo-. Hagámoslo de verdad.

– ¿De nuevo? ¡Creí que el esfuerzo de esta mañana te contendría por lo menos media hora!

– No -repuso él, impaciente con ese juego.

Ella se dio cuenta de que hablaba en serio.

– ¿Hacer qué?

– Mudarnos a Marte -anunció él, temiendo su reacción.

Lori, exasperada, aspiró una profunda bocanada de aire.

– Doug, por favor, no arruines una mañana perfectamente maravillosa.

– Sólo piénsatelo -pidió él. Si consiguiera convencerla.

– ¿Cuántas veces hemos de hablar de esto? -preguntó ella con tono impaciente-. Yo no quiero vivir en Marte. Es seco, es feo, es aburrido.

Quaid observó a un ciervo beber de un arroyuelo en la ventana ambiental.

– Han vuelto a duplicar la prima para los nuevos colonos.

– ¡Claro! ¡Ni siquiera un idiota quiere acercarse a ese lugar! ¡En cualquier momento podría desatarse una revolución! -Jugueteó con el desayuno, sin probarlo. Estaba realmente irritada.

Quaid también se sentía irritado. Le gustaría que ella tuviera en cuenta su sueño, en vez de despreciarlo. Era inigualable en la cama; pero, en este tema, era inútil. Dominó su furia, cogió el mando a distancia que ella había depositado sobre la mesa, y volvió a activar las noticias.

Tenía suerte; el tema de Marte aún seguía en pantalla.

– Con una mina ya cerrada -continuó el locutor-, el administrador de Marte, Vilos Cohaagen, dijo que serían empleadas las tropas si era necesario para mantener la producción a plena capacidad. -La escena cambió para mostrar una conferencia de prensa en pleno desarrollo. Quaid reconoció los rasgos del administrador de la Colonia de Marte. Cohaagen era robusto, casi tanto como el mismo Quaid, pero tenía que serlo para desempeñar ese trabajo, pensó Quaid. Nombrado por el Bloque Norte para supervisar las operaciones mineras en Marte, el administrador de la Colonia era como un gobernador militar del pasado imperialista. Detentaba un poder casi absoluto, y su habilidad para mandar se hizo evidente mientras controlaba las preguntas de los periodistas.

– ¡Señor Cohaagen! -indicó un periodista-. ¿Piensa negociar con su líder, el señor Kuato? Parece que cada vez tiene más seguidores entre los…

– ¡Tonterías! -repuso Cohaagen, interrumpiéndole-. ¿Alguien ha visto alguna vez a este Kuato? ¿Puede alguien mostrarme una fotografía? ¿Eh? -Esperó; sin embargo, por una vez, los periodistas permanecieron en silencio-. ¡No creo que haya ningún señor Kuato! -Su rostro se endureció-. Permítanme dejar esto claro, caballeros: Marte fue colonizado por el Bloque Norte con un enorme coste. Todo el esfuerzo de guerra depende de nuestras minas de turbinio. No tenemos intención de abandonarlas simplemente porque un puñado de mutantes perezosos creen que ellos son los propietarios del planeta.

De repente, las ventanas saltaron otra vez al entorno ambiental. Lori se había apoderado nuevamente del mando y lo había cambiado.

– Tiene razón en eso -dijo-. Salvo que los lunáticos están locos por la Luna, no por Marte. ¡Todo lo concerniente a Marte es una locura!

Enojado, Quaid intentó recuperar el mando; pero ella saltó detrás de la mesa y se echó a reír.

– ¡Lori, vamos! -restalló él-. Esto es importante.

Ella se detuvo y frunció los labios.

– ¡Un beso!

Normalmente a él le gustaban sus juegos que, de forma habitual, involucraban un contacto íntimo con su voluptuoso cuerpo; además, no deseaba pelearse con ella. Aceptó sus condiciones, se puso de pie, se acercó a ella y la rodeó con los brazos.

Ella se acurrucó en ellos.

– Cariño… -Se detuvo a medio camino de un beso-. Sé que es difícil estar en una ciudad nueva. Pero démosle una oportunidad. -Otra pausa-. ¿De acuerdo?

Quaid se obligó a sonreír. Su último aumento de sueldo les había permitido trasladarse veinte pisos más arriba en la torre, lo cual significaba ascender también en la escala social. A Lori le encantaba aquello, pero Quaid tenía que admitir que, con su trasfondo de clase trabajadora, tenía algunos problemas en adaptarse a la «nueva ciudad». Por el momento, sin embargo, se sentía irritado con Lori por distraerle de nuevo. En realidad estaba interesado en las noticias de Marte.

Finalmente, ella le besó. Estaba de espaldas a la pared del video.

Las manos de él encontraron las de ella, que sostenían el mando a distancia. Mientras seguía besándola, cambió de nuevo a las noticias y las observó por encima de su hombro.

Cohaagen estaba hablando.

– Como quizás hayan notado, aquí en Marte no hemos tenido la bendición de una atmósfera. Por lo menos, ninguna que valga la pena mencionar. Hemos de producir nuestro aire. Y alguien ha de pagarlo.

Lori se desprendió por fin del beso, que se había alargado más allá de sus intenciones.

– Vas a llegar tarde.

Quizá temiera que él llegara a excitarse para otro intercambio sexual, después del cuidado que había tomado en arreglarse. Su preocupación no estaba del todo errada.

Quaid la soltó lentamente, como si abandonara a regañadientes la idea de la intimidad. Su objetivo real era escuchar lo que faltara del telediario.

– Correcto -decía un periodista-; sin embargo, los precios que ustedes establecen resultan extravagantes. Una vez que un minero ha deducido el coste de su aire, no le queda nada…

– Éste es un planeta libre -afirmó con energía Cohaagen-. ¡Si no quiere mi aire, que no lo respire!

– Señor Cohaagen -dijo otro periodista-. ¿Algún comentario, señor, sobre el rumor de que cerró usted la Mina Pirámide porque halló dentro de ella artefactos alienígenas?

Cohaagen hizo girar los ojos, exasperado.

– Bob -dijo-, me gustaría que pudiéramos hallar algunos hermosos artefactos alienígenas. Nuestra industria turística podría utilizarlos para promocionarse. -Los periodistas rieron a coro-. Pero el hecho es que se trata únicamente de otro elemento de propaganda terrorista, difundido para minar la confianza en el gobierno legalmente nombrado de Marte.

Las noticias cambiaron de nuevo a la Tierra.

Lori había estado empujándole con suavidad y firmeza hacia la puerta. Él se dejó llevar y permitió que ella le guiara, como un remolcador a un carguero, hacia la salida del apartamento. Lo llevó hasta el umbral de la puerta y lo echó.


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