– Se lo garantizo, Doug, su cerebro no notará la diferencia…, o le devolvemos su dinero. Hasta dispondrá de pruebas tangibles. Tickets utilizados. Postales. Películas…, tomas que usted habrá grabado de los paisajes locales de Marte con una cámara alquilada. Regalos. Y mucho más. Tendrá todo el apoyo que sus recuerdos puedan necesitar. Le garantizamos…

– ¿Qué me dice del tipo al que casi lobotomizan? -interrumpió Quaid-. ¿Le devolvieron su dinero?

McClane consiguió mantenerse impertérrito.

– Eso pertenece a la historia antigua, Doug. Hoy en día, viajar con Rekall es más seguro que ir en cohete. Mire las estadísticas. -Trasladó al monitor de Quaid una lista de estadísticas y gráficos. Eran, por supuesto, confusas por su complejidad y aparición repentina, y sin lugar a dudas habían sido planeadas para que fueran así; se suponía que el cliente debía quedar impresionado con los números, al tiempo que quedaba convencido de su validez-. ¿Qué me dice?

¡Resultaba muy rápido planteando el tema! Sin embargo, Quaid no deseaba que creyera que se comprometía con mucha alegría.

– No estoy seguro. Si me ponen el implante, jamás iré de verdad.

McClane se inclinó sobre el escritorio.

– Doug, ¿podemos ser sinceros?

¿Me da a entender que me ha mentido todo el tiempo? No obstante, Quaid mantuvo la cara impasible, deseoso de averiguar cuál era la siguiente táctica.

– Usted es un trabajador de la construcción, ¿verdad? -continuó McClane.

Este tipo le estaba dando en el lado negativo.

– ¿Y qué?

– ¿De qué otro modo piensa llegar a Marte? ¿Alistándose en el ejército? -McClane hizo una mueca, mostrando su desagrado ante esa idea-. Enfréntese a ello, amigo; Rekall es su medio. A menos que se quede en casa y mire la televisión.

Lo había expresado de forma poco amable, aunque, lamentablemente, exacta. Éste era, para un ingeniero de la construcción, para un especialista en preparación de emplazamientos, resumiendo, para un trabajador del martillo perforador, el único modo viable de hacerlo.

Antes de que pudiera sentirse desanimado, McClane se puso de pie y se apoyó sobre el escritorio, con una mano sobre su hombro.

– Además, piense en lo molestas que son las vacaciones de verdad: maletas perdidas, un clima horrible, habitaciones en hoteles de mala muerte. Con Rekall, todo es perfecto.

De nuevo daba en el clavo. ¡El mismo Quaid había experimentado esas molestias, y ni siquiera tuvo que ir a Marte para ello!

– De acuerdo. Ha sido la ambición de mi vida, y me resulta claro que jamás podré cumplirla en la realidad. Así que creo que me tendré que conformar con esto.

– No lo mire de ese modo -le amonestó McClane con severidad-. Usted no va a recibir la segunda mejor posibilidad. El recuerdo real, con toda su vaguedad, omisiones y elipses, por no decir distorsiones…, ésa es la segunda mejor posibilidad.

Una vez más, acertaba. ¿Qué diferencia habría, cuando hubiera regresado a casa de un viaje de verdad? Lo único que le quedarían serían los recuerdos y una cuenta bancaria mermada. Se garantizaba que los recuerdos de Rekall eran mejores. Aun así, le seguía carcomiendo una duda.

– Sin embargo, si sé que he venido a su oficina, me daré cuenta de que no es real. Quiero decir…

– Doug, usted nunca recordará haberme visto o su paso por esta oficina; de hecho, ni siquiera recordará nuestra existencia. Eso forma parte de la oferta. No experimentará ninguna señal contradictoria; todo apuntará a la validez de su experiencia reciente.

Se lo había vendido.

– Cogeré el viaje de dos semanas.

– No lo lamentará -le aseguró McClane con voz cálida. Apretó un botón que activaba el teclado de Quaid-. Ahora, mientras rellena nuestro cuestionario, le pondré al corriente de algunas de las opciones de que disponemos.

Quaid empezó a llenar las preguntas de elección múltiple que tenía en la pantalla: detalles sobre su preferencia en muchas cosas pequeñas, tales como los colores de la ropa, y algunas íntimas, como las medidas de las mujeres a las que le gustaría conocer.

– No se preocupe por las opciones -dijo, impacientándose con todo el asunto.

– Sólo respóndame una pregunta -formuló con vehemencia McClane-. ¿Qué es lo que siempre permanece inmutable en todas sus vacaciones?

A Quaid no le interesaban los juegos de adivinanzas.

– Me rindo.

– Usted. Usted es siempre el mismo. -Se detuvo para conseguir el efecto deseado-. Sin importar adonde vaya, allí está usted. Siempre la misma persona conocida. -Sonrió con expresión enigmática-. De modo que lo que quiero sugerirle, Doug, es que se tome unas breves vacaciones de sí mismo. Es lo último en viajes. Lo llamamos el Viaje del Ego.

Eso parecía algo dudoso.

– En realidad, no me interesa.

Sin embargo, McClane se había volcado en la venta.

– Le encantará. -Se irguió, como si fuera a descubrir algo especial-. Le ofrecemos una serie de elecciones de identidades alternativas durante su viaje.

Seguía pareciendo algo dudoso. ¿Qué sentido tenía realizar un viaje -o recordar un viaje- si le sucedía a alguien distinto?

McClane reemplazó el cuestionario en el monitor de Quaid por una lista:

A-14 PLAYBOY MILLONARIO.

A-15 FIGURA DEPORTIVA.

A-16 MAGNATE INDUSTRIAL.

A-17 AGENTE SECRETO.

– Vamos, Doug, ¿por qué ser un turista en Marte, cuando tiene la oportunidad de ser un playboy, un atleta, un…?

A pesar de sus dudas, Quaid se sintió interesado.

– Un agente secreto… ¿cuánto cuesta eso?

– Deje que le tiente, Doug. Es como en una película, y usted es la estrella. ¡Emoción, tensión, identidades secretas, persecuciones! Usted es un agente de primera, de regreso con una personalidad falsa de la misión más importante que haya emprendido jamás… -Dejó que su voz se apagara.

– Continúe -dijo Quaid, que no deseaba que le dejaran en ascuas.

McClane se apoyó contra el respaldo del sillón.

– No voy a arruinarle la diversión, Doug. Pero, quédese tranquilo: en el momento en que todo concluya, habrá usted conquistado a la chica, matado a los tipos malos y salvado el planeta. -Sonrió con aire de triunfo-. ¿No cree usted que eso vale trescientos créditos?

Quaid sonrió a regañadientes. El último anzuelo y estratagema de McClane le habían atrapado.

6 – 41A

Aparecieron unos cuantos detalles rutinarios, de los cuales Quaid se desconectó del mismo modo que lo hacía con las ventanas irrelevantes de una multipantalla. Descubrió que, una vez tomada la decisión, no había necesidad de ninguna demora, ya que se trataba de un procedimiento puramente interno. Interno en la cabeza. Dentro de un par de horas habría regresado de Marte: así de sencillo, al menos en lo que se refería a su parte en el asunto. McClane le prometió que recibiría una explicación lógica por la falta de tiempo transcurrido: ¿cómo podría haber ido a trabajar hoy y, aun así, regresar de unas vacaciones de dos semanas? Nada de lo que preocuparse, no existiría ninguna incongruencia visible. Guardaría en secreto su recuerdo, ya que no querría que sus compañeros de trabajo sintieran celos; y éstos no le mencionarían su ausencia, porque pensarían que se debió a una enfermedad bochornosa. Nunca tendría la inclinación de comprobar las fechas reales de su viaje con las fechas del trabajo, ya que su recuerdo las habría grabado de forma indeleble. Una comprobación directa, con la evidencia acumulada, sin duda mostraría algunas discrepancias…, sin embargo, ¿quién desearía llevarla a cabo? Sus compañeros no; Lori, que se sentiría aliviada al ver que él se quitaba la idea de Marte de la cabeza, tampoco. A ella se le notificaría lo que él había hecho, ya que era su familiar más próximo y debía saber adonde había ido a parar el dinero; pero seguiría la corriente. Incluso le darían una bonificación: un recuerdo simbólico en el que le despedía en el espaciopuerto, y la sensación de soledad durante su ausencia, de forma que pudiera apreciar en toda su medida el impacto de la experiencia vivida por él. No habría ningún problema, garantizado.


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