– ¿A qué se dedica, Steve? -inquirió Kovac.

– Inversiones. Trabajo en Daring-Landis.

– ¿Vive usted aquí? ¿En esta casa?

– No.

– ¿Por qué vino esta mañana?

– Había quedado ayer con Andy para tomar un café en el Uptown Caribou. Quería comentarme algo, pero no se presentó ni contestó a mis llamadas. Me preocupé un poco, de modo que decidí pasar por aquí esta mañana.

– ¿Qué relación tenía con Andy Fallon?

– Somos amigos -repuso Pierce en presente-. De la universidad, ya sabe.

– No, no sé. ¿Por qué no me lo explica? -insistió Kovac.

Pierce frunció el ceño antes de responder.

– Bueno, pues salíamos de vez en cuando a comer una pizza y a tomar unas cervezas, a veces íbamos a algún partido de baloncesto, quedábamos para ver el partido de fútbol de los lunes… Las típicas cosas de tíos.

– ¿Nada más… íntimo?

Kovac observó detenidamente el rostro de Pierce, que se ruborizó hasta la raíz de los cabellos.

– ¿Qué insinúa, detective?

– Le estoy preguntando si mantenían ustedes relaciones sexuales -replicó Kovac con toda serenidad.

Pierce parecía a punto de estallar.

– Aunque no es asunto suyo, le diré que soy heterosexual.

– Hay un cadáver ahorcado en el dormitorio -señaló Kovac-, así que todo es asunto mío. ¿Qué me dice del señor Fallon?

– Andy es homosexual -admitió Pierce con amargo resentimiento-. ¿Convierte eso su muerte en un hecho justificable?

Kovac extendió los brazos.

– Oiga, a mí me trae sin cuidado quién la mete dónde, pero necesito un marco de referencia para mi investigación.

– Es usted de lo más elocuente, detective.

– Dice que Andy quería comentarle un asunto -intervino Liska para distraer la atención de Pierce y así permitir que Kovac observara sus tics faciales-. ¿Sabe de qué se trataba?

– No, no me dijo nada por teléfono.

– ¿Cuándo habló con él por última vez? -quiso saber Kovac.

Pierce lo miró de soslayo, aún resentido.

– Esto… creo que fue el viernes. Esa noche, mi prometida tenía otros planes, de modo que pasé a ver a Andy. Hacía bastante que no nos veíamos, de modo que le propuse que quedáramos para tomar un café o algo así. Para charlar un rato.

– Así que quedaron para ayer, pero Andy no se presentó.

– Llamé un par de veces, pero me saltó el contestador, y no me devolvió las llamadas. Decidí pasar por aquí para asegurarme de que todo iba bien.

– ¿Y no se le ocurrió pensar que sencillamente estaba muy ocupado? Tal vez había tenido que ir a trabajar más temprano de lo habitual.

Pierce le lanzó una mirada furiosa.

– Perdóneme por preocuparme por mis amigos. Supongo que más me valdría ser un capullo como usted. Ahora mismo estaría sentado en mi despacho en lugar de aquí, y me habría ahorrado…

Se detuvo en seco al rememorar de nuevo la imagen. Su rostro seguía enrojecido, pero presentaba cierto matiz ceniciento cuando se volvió para mirar de nuevo por la ventana, como si la nieve, blanca y serena, pudiera apaciguarlo.

– ¿Cómo entró en la casa? -preguntó Kovac-. ¿Tiene usted llave?

– La puerta estaba abierta.

– ¿Había hablado Andy de suicidio? ¿Parecía deprimido?

– Parecía más bien… frustrado. Un poco bajo de moral, eso sí, pero no hasta el extremo de suicidarse. No me lo trago. Nunca habría hecho una cosa así sin intentar antes recurrir a alguien.

Era lo que los supervivientes siempre querían creer al principio, según sabía Kovac por experiencia. Siempre querían creer que el ser amado habría pedido ayuda antes de dar el paso definitivo. Nunca querían reconocer que tal vez habían pasado por alto algún indicio. Si resultaba que Andy Fallon en efecto se había suicidado, en algún momento dado, Steve Pierce empezaría a preguntarse si tal vez no habría mostrado docenas de indicios que él, en su egoísmo, temor o ceguera, no había advertido.

– ¿Bajo de moral por qué?

Pierce hizo un gesto de impotencia.

– No lo sé… El trabajo, tal vez, o la familia. Sé que tenía ciertos problemas con su padre.

– ¿Qué me dice de otras relaciones? -terció Liska-. ¿Salía con alguien?

– No.

– ¿Cómo lo sabe? -persistió Kovac-. No vivía usted aquí, y últimamente se habían visto poco. Usted mismo ha dicho que solo quedaban de vez en cuando.

– Éramos amigos.

– Pero no sabe qué le preocupaba. No sabe hasta qué punto estaba deprimido.

– Conocía a Andy y sé que no se habría suicidado -aseguró Pierce, a punto de perder la paciencia.

– Aparte de que la puerta no estaba cerrada con llave, ¿recuerda algún otro detalle inusual? -inquirió Liska.

– No noté nada, claro que tampoco me fijé. Quería ver a Andy.

– Steve, ¿sabe si Andy practicaba alguna clase de ritual sexual poco habitual?

Pierce se levantó de un salto con tal brusquedad que la silla patinó hacia atrás.

– ¡No me lo puedo creer! -gritó mientras miraba a su alrededor como si buscara un testigo o tal vez un arma.

Kovac recordó los cuchillos y la furia que había visto en los ojos de Pierce mientras golpeaba a Ogden. Se levantó y se interpuso entre el hombre y el soporte de los cuchillos.

– No es nada personal, Steve, solo nuestro trabajo -aseguró-. Necesitamos hacernos una idea lo más precisa posible.

– ¡Son ustedes unos putos sádicos! -chilló Pierce-. Mi amigo está muerto y…

– Y yo no lo conozco de nada, Steve -lo interrumpió Kovac en tono razonable-. Y tampoco a usted lo conozco de nada. Podría haber matado a Andy, y yo sin enterarme.

– ¡Eso es absurdo!

– ¿Y sabe otra cosa? -prosiguió Kovac-. Cuando encuentro a un tipo desnudo ahorcado delante del espejo… pues mire, le pareceré un mojigato, pero me resulta extraño. Se me ocurre que tal vez le gustaban cosas un poco raras, y puede que a usted también, y por eso ni se inmuta. Yo qué sé… Puede que se asfixie usted un poco cada día para correrse. Puede que le vaya que le fustiguen con una vara. En tal caso, si usted y Fallon estaban metidos en algo así juntos, será mejor que nos lo diga ahora, Steve.

Pierce estaba llorando. Las lágrimas le rodaban imparables por las mejillas, y los músculos de su rostro se habían tensado como si quisiera contener todas las emociones que se acumulaban en su interior.

– No.

– ¿No en el sentido de que no andaban metidos en nada raro, o no en el sentido de que no quiere responder? -pinchó Kovac.

Pierce cerró los ojos y bajó la cabeza.

– Dios mío, no puedo creer que esté pasando todo esto.

De repente, la carga se le hizo demasiado pesada; cayó de rodillas al suelo, se inclinó hacia delante y sepultó el rostro entre las manos.

– ¿Por qué está pasando todo esto?

Kovac lo observaba, acometido por aquellos remordimientos cansinos que tan familiares le resultaban. Se puso en cuclillas junto a Pierce y le apoyó una mano en el hombro.

– Eso es lo que pretendemos averiguar, Steve -musitó-. Puede que no siempre le gusten nuestros métodos ni le haga gracia lo que descubramos. Pero en última instancia, lo único que buscamos es la verdad.

Mientras pronunciaba esas palabras, Kovac supo que, cuando hallaran la verdad, nadie la querría. Sencillamente, jamás hallarían una buena razón para la muerte de Andy Fallon.



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