Capítulo 9

Liska irrumpió en el cubículo con el rostro contraído por el mal humor y las mejillas heladas. Kovac la miró con cautela, pues sabía lo que significaba aquella expresión para la calidad del día que lo esperaba. Sin embargo, no se movió cuando Liska se abalanzó sobre él y le asestó un tremendo puñetazo en el brazo. Fue como si lo golpearan con un martillo.

– ¡Ay!

– ¡Eso por dejarme tirada anoche! -anunció-. Te estuve esperando, y gracias a eso, Leonard me pilló y me echó una bronca de campeonato por lo del caso Nixon, diciéndome que no se podía vincular de ningún modo a Jamal Jackson con el asunto. Se ha metido en la cabeza que Jamal puede alegar detención improcedente en su demanda contra el departamento.

– ¿De qué demanda hablas?

– De la que Jamal amenaza con interponer contra mí por brutalidad.

Kovac puso los ojos en blanco.

– Por el amor de Dios. Tenemos el vídeo en el que me atiza con el estante. Que intente demandarnos. Si Leonard cree que Jackson tiene posibilidades es que está completamente ido de la olla. Hasta podríamos llamar a los del Guinness, porque seguro que ha batido algún récord.

– Lo sé -suspiró Liska, calmándose, mientras guardaba el bolso en un cajón profundo del escritorio y dejaba el maletín sobre su silla-. Siento haberte pegado, pero es que he pasado una noche espantosa. Speed se presentó a las tantas, y apenas he pegado ojo.

– Oh, no, no me digas que tendré que aguantar todos los detalles sexuales -gimió Kovac

El rostro de Liska volvió a ensombrecerse, y le asestó un segundo puñetazo en el mismo lugar.

– ¡Ay!

Elwood asomó la enorme cabeza por encima del tabique divisorio.

– ¿Llamo a la policía? -propuso.

– ¿Por qué? -replicó Liska mientras se quitaba el abrigo-. ¿Acaso ser un cabeza hueca se ha convertido en un delito?

– Me parece que he metido la pata -masculló Kovac, frotándose el brazo.

– Otra vez -añadió Elwood-. ¿Lo de la nariz también te lo ha hecho ella?

Kovac intentó ver su reflejo en la pantalla oscura del ordenador, si bien ya sabía que su nariz ofrecía un aspecto hinchado y enrojecido como la de un viejo borracho. Al menos no se la había vuelto a romper por enésima vez.

– Mujeres que maltratan físicamente a hombres -recitó Elwood-, uno de los mayores tabúes de nuestra sociedad. Seguro que los del programa de víctimas y testigos pueden ponerte en contacto con algún grupo de apoyo, Sam ¿Quieres que llame a Kate Conlan?

Kovac le arrojó un bolígrafo

– ¿Por qué no te largas con viento fresco?

Liska se dejó caer en la silla y la giró hacia él con gesto huraño y tal vez un poco arrepentido.

– No he pegado ojo porque mi cerebro decidió permanecer despierto, pensando en lo capullo que es mi ex, entre otros temas igual de agradables. ¿Qué te ha pasado en la nariz? ¿A Mike Fallon no le hizo gracia enterarse de que a su hijo le iba el sexo estrafalario?

– Fue un accidente -explicó Kovac-. Se tomó la noticia bastante mal. Andy y él no se hablaban desde hace cosa de un mes, cuando Andy decidió contarle que le iban los tíos Supongo que no es algo fácil de escuchar para un padre. ¿Qué averiguaste en Asuntos Internos?

– Nada. La teniente Estalactita se puso borde y apenas me proporcionó información. Dice que no quiere poner en peligro una investigación de Asuntos Internos, porque eso podría perjudicar la carrera de alguien.

– Pero creía que ese era precisamente su objetivo.

– Estuvo en casa de Fallon entre las ocho y las nueve y media -explicó Liska con un encogimiento de hombros-, comentando un caso con el que Andy tenía problemas. Dice que parecía estar bien cuando se fue. También me dijo que había estado deprimido, que no le había ordenado ir al psicólogo, pero sí se lo había sugerido.

– ¿Sabemos si siguió su consejo?

– Información confidencial.

– Nadie abrirá la boca hasta que el forense acabe -sentenció Kovac-. Todos esperan escuchar el dictamen de que fue un suicidio y así no tener que soltar prenda. Qué más da por qué se suicidó el pobre chaval, si es que se suicidó.

Liska cogió un grueso bolígrafo con un globo ocular inyectado en sangre pegado a un extremo; era uno de los numerosos tesoros que contenía su cubículo y que se regalaban mutuamente en plan de broma. La posesión más preciada de Kovac era una réplica extremadamente realista de un dedo que parecía seccionado de la mano con una sierra de arco. Le gustaba sorprender a la gente con ella dejándola en armarios archivadores o bien atascándola en cajones para que cayera al abrirlos. Era el regalo más raro que le había hecho una mujer en toda su vida, y por extraño que pareciera, el que más placer le proporcionaba. Dos matrimonios fracasados con mujeres «normales», y la que más le molaba era una tía que le regalaba partes de cuerpo amputadas. ¿Qué significaría?

– ¿Irás a la autopsia? -le preguntó Liska.

– ¿Para qué? Bastante tuve ya con ver al pobre chaval muerto para encima tener que presenciar cómo lo cortan en pedazos sin motivo alguno. Su hermano me contó que Andy fue a verlo hace un mes para decirle que era homosexual y que pensaba hacerlo público. Se lo había contado a Mike, quien no se lo había tomado bien.

– Las fechas coincidirían con la supuesta depresión. -Sí. Desde luego, huele a suicidio -dijo Kovac-. No parece que los de la oficina del forense hayan encontrado nada inusual en la casa.

– No, pero los rumores no dicen lo mismo -señaló Liska-. Tippen me ha dicho que ayer fue el tema del día en Patrick's. Encontraron toda clase de juguetes sexuales y pornografía gay. ¿De dónde crees tú que habrá salido semejante rumor?

– Pues de aquellos mamarrachos uniformados -repuso Kovac con el ceño fruncido-. ¿Dónde has visto a Tippen tan temprano?

– En el Caribou Coffee. Está enganchado al café doble.

– Los polis de verdad toman el brebaje de la sala de descanso. Es una tradición.

– La Navidad es una tradición -corrigió Liska-. El café malo se puede evitar… Lo que más me mosquea de todo este asunto del sexo… ¿Y si a Andy Fallon le iba el sadomasoquismo a fin de cuentas? Supongamos que estaba jugando con un amiguito y algo falló. Fallon muere, el colega se deja dominar por el pánico y se larga. En mi opinión, eso es un delito. Indiferencia depravada, como mínimo.

– Yo también he estado pensando en eso -dijo Kovac-. Anoche fui a ver a Steve Pierce. Da la impresión de que tiene algo gordo que ocultar.

– ¿Qué te dijo?

– No gran cosa. Nos interrumpió su prometida, la encantadora señorita Jocelyn Daring, abogada.

Liska enarcó las cejas.

– ¿Daring? ¿De Daring-Landis?

– Es lo que supuse, y ninguno de los dos lo negó.

Liska emitió un silbido.

– Interesante detalle. ¿Sabes algo de los de las huellas latentes?

– No, pero supongo que encontraremos las de Pierce. Eran amigos.

En aquel momento sonó el teléfono de Liska, quien se volvió para contestar.

Kovac encendió el ordenador, dispuesto a empezar el informe preliminar sobre la muerte de Andy Fallon. Una semana después de la autopsia les entregarían el informe del forense, pero antes de eso llamaría al depósito para conocer los resultados toxicológicos e intentar acelerar el proceso.

De repente, el teniente Leonard apareció en el cubículo.

– Kovac, a mi despacho ya.

Liska mantuvo los ojos bajos mientras seguía hablando por teléfono para no tener que mirar al teniente. Kovac contuvo un suspiro y siguió a Leonard.

Un enorme calendario salpicado de adhesivos redondos de color rojo dominaba una de las paredes del despacho del teniente. El color rojo simbolizaba los asesinatos aún sin resolver, y el negro, los asesinatos ya aclarados. El naranja representaba los asaltos sin resolver, y el azul, los casos de asalto cerrados. La lucha contra el crimen en colorines, todo muy pulcro y ordenado. Era la clase de parida que enseñaban a aquellos tipos en los cursos de gestión.

Leonard fue tras su mesa, puso los brazos en jarras y frunció el ceño. Llevaba un suéter marrón, camisa y corbata. Las mangas del suéter eran demasiado largas, y el aspecto del teniente le recordaba un mono de peluche que tenía de pequeño.

– Hoy mismo recibirán el informe preliminar de la autopsia de Fallon.

Kovac sacudió la cabeza como si le hubiera entrado agua en el oído.

– ¿Qué? Me dijeron que tardarían al menos cuatro o cinco días en practicársela.

– Alguien se cobró un favor invocando el nombre de Mike Fallon -explicó Leonard-. A fin de cuentas, es un héroe en el departamento, y nadie quiere que sufra más de lo estrictamente necesario. Teniendo en cuenta las circunstancias que rodean el suicidio…

Su boca carente de labios se removió como un gusano. Un asunto desagradable el de un suicidio de matices sexuales estrafalarios.

– Ya -masculló Kovac- Qué desconsiderado por su parte matarse de esa forma… si es que fue eso lo que ocurrió. Es una vergüenza para el departamento.

– Eso es un tema secundario, aunque no carente de importancia -señaló Leonard a la defensiva-. A los medios de comunicación les encanta hacernos quedar mal.

– Bueno, pues se lo pondríamos en bandeja. Primero son los agentes que se pasan el turno en clubes de striptease, y ahora esto. Esto se ha convertido en Sodoma y Gomorra.

– Guárdese los comentarios, sargento. No quiero que nadie hable con la prensa acerca de este caso. Hoy mismo haré una declaración oficial. «La precoz muerte del sargento Fallon ha sido un trágico accidente. Lloramos su pérdida y llevamos a sus familiares en nuestros corazones» -recitó las frases que había memorizado, procurando conferirles fuerza.

– Breve y conciso -opinó Kovac-. Suena bien siempre y cuando sea cierto.

Leonard lo miró con fijeza.

– ¿Tiene usted alguna razón para creer que no es cierto, sargento?

– De momento no. Nos vendrían bien algunos días para atar cabos sueltos… Ya sabe, una especie de investigación. ¿Y si fue un juego sexual que salió mal? Ello podría implicar el concepto de culpabilidad.

– ¿Tiene pruebas de que hubiera alguien más en la casa?

– No.

– Y le han contado que estaba deprimido y que iba al psicólogo del departamento.

– Esto… sí -asintió Kovac, suponiendo que al menos sería verdad a medias.

– Tenía ciertos… problemas -comentó Leonard con cierta incomodidad.

– Sé que era homosexual, si se refiere a eso.


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