"Cordero de Dios -rezó Catherine-, ten piedad, ten piedad, salva a mi corderito."
El inspector jefe Folney, que seguía con la vista clavada en el mapa de la Thruway en la pared de su oficina, sabía que las posibilidades de encontrar a Brian Dornan con vida disminuían con cada minuto que pasaba. Mort Levy y Jack Shore estaban delante de él, al otro lado del escritorio.
– Canadá -dijo recalcando la palabra-. Se dirige a Canadá, y cada vez está más cerca de la frontera.
Acababan de recibir más noticias de Michigan. Paige Laronde había liquidado todas sus cuentas bancarias al irse de Detroit. Y, en un arranque de confianza, había comentado con otra bailarina que había conocido a un hombre que era un genio en la falsificación de carnés de identidad.
Según el informe, había dicho que, con los papeles que tenía, ella y su novio podían "desaparecer" sin más.
– Si Siddons consigue cruzar la frontera… -murmuró Bud Folney, más para sí que para los otros-. ¿Se sabe algo de los muchachos de la Thruway? -preguntó por tercera vez en quince minutos.
– Nada, señor-respondió Mort en voz baja.
– Llámalos otra vez. Quiero hablar con ellos personalmente. Cuando se enteró por sí mismo a través del supervisor de Chris McNally de que no había novedad, decidió hablar con McNally.
– Sí, como si eso sirviera de mucho… -murmuró Jack Shore a Mort Levy.
Pero antes de que Folney hablara con McNally, entró otra llamada.
– Una buena pista -exclamó un agente que se precipitó en el despacho de Folney-. Un policía de tráfico ha visto a Siddons y al niño hace una hora en un área de descanso de la Carretera 41, en Vermont, cerca de la desembocadura del White River. Dice que el hombre coincide perfectamente con la descripción de Siddons, y que el niño lleva una medalla.
– Olvida a McNally -ordenó Folney tajante-. Quiero hablar con el policía que los vio. Ahora mismo. Llama a la policía de Vermont y que pongan controles en todas las salidas hacia el norte del lugar. Por lo que sabemos, es posible que la chica esté escondida, aguardándolo en alguna casa de campo, a este lado de la frontera.
Mientras esperaba, miró a Mort.
– Llama a Cally Hunter y cuéntale lo que acabamos de saber. Pregúntale si Jimmy ha estado alguna vez en Vermont. Si es así, ¿adónde solía ir? Tal vez se dirija a algún lugar en particular.
Brian se dio cuenta de que el coche iba más deprisa. Abrió los ojos, pero los cerró al instante. Era más fácil seguir tumbado y acurrucado en el asiento, como si estuviese dormido, en lugar de fingir que no estaba asustado cuando Jimmy lo miraba.
También había oído la radio. Aunque el volumen estaba bajo, oyó lo que decían acerca de que Jimmy Siddons, el asesino de un policía, había disparado contra un guardián y secuestrado a Brian Dornan.
Su madre les había leído, a él y a Michael, un libro que se titulaba Secuestrado. Y le había gustado mucho, pero Michael había dicho que era una estupidez, que si alguien intentaba secuestrarlo, le daría una patada y un puñetazo, y se escaparia.
"Escaparme no puedo", pensó Brian. Y estaba seguro de que lo del puñetazo no funcionaría con Jimmy. Ojalá hubiese podido abrir la portezuela y tirarse del coche, como había planeado. Se habría hecho un ovillo, igual que les enseñaban en la clase de gimnasia, y no se habría hecho nada.
Pero la portezuela estaba con el seguro echado, y sabía que Jimmy lo cogería antes de que pudiera quitar el seguro y abrirla.
Estaba a punto de echarse a llorar. Sintió que se le hinchaba la nariz y que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Pensó que Michael lo llamaría llorón. A veces, cuando intentaba no llorar, eso le daba resultado.
Pero en ese momento no le sirvió. Seguramente hasta Michael lloraría si estuviese asustado y necesitara ir al lavabo otra vez. Y por la radio habían dicho que Jimmy era peligroso.
Pero aunque lloraba, se aseguró de no emitir sonido alguno. Sintió que las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no hizo intención de secárselas. Si movía la mano, Jimmy lo vería y sabría que no dormía. Y, de momento, tenía que seguir fingiendo.
En cambio, apretó la medalla de San Cristóbal con mayor fuerza, y se obligó a pensar en cómo montarían el árbol y abrirían los regalos cuando su padre volviera a casa. Justo antes de irse a Nueva York, la señora Emerson, la vecina de al lado, se había despedido de ellos, y él oyó como decía a su madre: "Catherine, no te preocupes, sea cuando sea, la noche que pongáis el árbol, vendremos todos y cantaremos villancicos bajo vuestra ventana".
Después abrazó a Brian y le dijo: "Yo sé cuál es tu villancico favorito: Noche dé paz".
Él la había cantado solo en la representación escolar de primer grado del curso anterior.
En ese momento trató de cantarla mentalmente, pero… no pudo pasar de Noche de paz, noche de amor… Y supo que si seguía pensando en ello, no lograría impedir que Jimmy se diera cuenta de que estaba llorando.
Entonces, casi dio un salto. En la radio hablaban otra vez de Jimmy y de él. El locutor decía que un policía de tráfico de Vermont afirmaba haber visto a Jimmy Siddons y a un niño en un viejo Dodge o Chevrolet en una zona de descanso de la Carretera 91 de Vermont, y que la búsqueda se había centrado allí.
La torva sonrisa de Jimmy se desvaneció tal como había aparecido. El alivio inicial que sintió cuando oyó el boletín informativo fue seguido de inmediato por una sensación de cautela. ¿De verdad había un idiota que afirmaba haberlos visto en Vermont? Decidió que era posible. Cuando se escondió en Michigan, un imbécil de poca monta juró que lo había visto en Delaware. Después de cogerlo en el atraco a la gasolinera y de llevarlo de vuelta a Nueva York, supo que hacía meses que la policía lo buscaba en Delaware.
Aun así, seguir en la Thruway empezaba a enervarlo de verdad. La autopista estaba bien, y ganaría tiempo por ella, pero cuanto más se acercara a la frontera, más policía podría haber. Decidió que cuando cogiera la siguiente salida y se deshiciera del niño, seguiría por la Carretera 20. Como ya no nevaba, también ganaría tiempo por aquel camino.
"Sigue tu corazonada", se recordó Jimmy. La única vez que no lo había hecho, fue en aquel intento de robo a la gasolinera. Y todavía recordaba que algo le advirtió de que allí había algún problema.
"Muy bien, después de éste, ya no habrá más", pensó mirando a Brian. Levantó la vista y sonrió. El cartel que apareció delante anunciaba: SALIDA 42. GENEVA: 1,5 KM.
Cuando Chris pasó por delante del desvío de la salida 41, vio que ya había dos coches patrulla apostados; así pues, decidió que no era necesario que se detuviera. Había avanzado a una buena velocidad, y pensó que a esa altura habría alcanzado ya a todos los coches que estaban delante de él en la cola del McDonald's.
Siempre y cuando, por supuesto, no hubiesen tomado una de las salidas anteriores.
Un Toyota marrón. Eso buscaba, y sabía que era la única oportunidad. ¿Qué ocurría con la matrícula? Apretó los dientes, intentando de nuevo recordar. Había algo, algo en la placa… "¡Piensa, maldición, piensa!", se dijo.
Ni por un instante había creído que alguien hubiera visto a Siddons y el niño en Vermont. Su intuición le decía que estaban cerca.
Se aproximaba a la salida 42, en dirección a Geneva. Y eso significaba que la frontera se hallaba a poco más de ciento sesenta kilómetros. En aquellos momentos, la mayor parte de los vehículos circulaba a ochenta o noventa kilómetros por hora. Si Jimmy Siddons andaba por allí cerca, seguramente saldría del país en menos de dos horas.
¿Qué ocurría con la matrícula del Toyota?, se preguntó una vez más.
Chris frunció en entrecejo. Un Toyota oscuro avanzaba deprisa por el carril de adelantamiento. Cambió de carril, se puso junto a él y echó un vistazo a su interior.
Rogó que hubiera un hombre solo o un hombre con un muchacho. "Sólo una oportunidad para encontrar a esa criatura. Dame una oportunidad", rogó.