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Cordelia observу la sombra proyectada en el suelo por la aeronave ligera, una saeta delgada que se deslizaba hacia el sur. La flecha fluctuaba sobre granjas campestres, arroyos, rнos y caminos polvorientos… el sistema de caminos era rudimentario, primitivo, su desarrollo truncado por el transporte personal por aire que habнa llegado con la explosiуn de tecnologнa galбctica al finalizar la Era del Aislamiento. Los nudos de tensiуn en el cuello de Cordelia se iban deshaciendo con cada kilуmetro que los alejaba de la agitada atmуsfera de la capital. Un dнa en la campiсa era una idea excelente, largamente ansiada. Sуlo hubiese querido que Aral lo compartiera con ella.

Guiado por alguna seсal en tierra, el sargento Bothari maniobrу suavemente la aeronave para inclinarla hacia su nuevo curso. Droushnakovi, quien compartнa el asiento trasero con Cordelia, se puso tensa tratando de no apoyarse sobre ella. El doctor Henri, en el asiento delantero con el sargento, miraba hacia el exterior casi con el mismo interйs que Cordelia.

El doctor Henri se volviу para hablarle.

— Le agradezco que me haya invitado a almorzar despuйs del examen, seсora. Es un raro privilegio visitar la propiedad de los Vorkosigan.

— їEn serio? — dijo Cordelia -. Sй que no reciben a mucha gente, pero los amigos del conde Piotr suelen venir con bastante frecuencia a montar a caballo. Son unos animales fascinantes. — Cordelia pensу en lo que habнa dicho, y despuйs de unos segundos decidiу que el doctor Henri debнa de haber comprendido que con «animales fascinantes» habнa querido referirse a los caballos, no a los amigos del conde Piotr -. Muestre la menor seсal de interйs y es probable que el conde lo lleve a recorrer los establos.

— No lleguй a conocer al general. — El doctor Henri parecнa acobardado, y se acomodу el cuello de su uniforme. Como cientнfico investigador del Hospital Militar Imperial, Henri estaba acostumbrado a tratar con oficiales de alto rango; la diferencia en este caso debнa ser que Piotr estaba asociado con gran parte de la historia de Barrayar.

Piotr habнa adquirido su grado actual a los veintidуs aсos, luchando contra los cetagandaneses en una violenta guerrilla que habнa arrasado las Montaсas Denda-rii, visibles ahora en el horizonte del sur. El grado habнa sido todo lo que el entonces emperador, Dorca Vorbarra, habнa podido darle en un principio; en esos momentos desesperados era imposible pensar en cosas mбs palpables como refuerzos, provisiones o dinero. Veinte aсos despuйs, Piotr habнa vuelto a cambiar la historia de Barrayar apoyando a Ezar Vorbarra en la guerra civil que logrу derrocar al emperador Yuri el Loco. Sin lugar a dudas, el general Piotr Vorkosigan no era un hombre corriente.

— Es fбcil llevarse bien con йl — le asegurу Cordelia al doctor Henri -. Sуlo tendrб que admirar los caballos y formular algunas preguntas acerca de las guerras. Luego podrб relajarse y pasar el resto del tiempo escuchando.

Henri alzу las cejas y buscу algъn rastro de ironнa en su rostro. El doctor era un hombre agudo. Cordelia sonriу alegremente.

Entonces notу que Bothari la observaba por el espejo ubicado sobre el panel de control. Otra vez. El sargento parecнa nervioso ese dнa. Lo delataba la posiciуn de sus manos, la rigidez en los mъsculos de su cuello. Los ojos amarillos de Bothari siempre eran inescrutables; hundidos, demasiado juntos y algo desnivelados sobre sus pуmulos prominentes y la larga mandнbula. їAnsiedad por la visita del doctor? Era comprensible.

Abajo el terreno era ondulante, pero pronto se tornу mбs escarpado con los cerros que surcaban la zona del lago. Mбs allб se alzaban las montaсas, y a Cordelia le pareciу que alcanzaba a ver un destello de nieve en las cumbres mбs altas. Bothari elevу la aeronave sobre tres cerros consecutivos y luego volviу a descender atravesando un estrecho valle. Unos minutos mбs, un ascenso sobre otro cerro, y el largo lago quedу a la vista. Un inmenso laberinto de fortificaciones consumidas por el fuego formaba una corona negra sobre un promontorio, y debajo de йl se cobijaba una aldea. Bothari hizo posar suavemente la aeronave en un cнrculo pintado sobre la calle mбs ancha de la aldea.

El doctor Henri cogiу su bolso de equipos mйdicos.

— El examen sуlo llevarб unos minutos — le asegurу a Cordelia -, luego podremos continuar.

No me lo diga a mi, sino a Bothari. Cordelia percibнa que el doctor se sentнa un poco acobardado ante el sargento. Se dirigнa a ella como si la considerase una especie de traductora capaz de poner sus palabras en tйrminos comprensibles para Bothari. Sin duda el sargento era una figura temible, pero ignorбndolo no lograrнa que desapareciese mбgicamente.

Bothari los condujo hasta una pequeсa casa ubicada en una calle estrecha que desembocaba en el lago. Una mujer robusta con cabellos grises abriу la puerta y sonriу.

— Buenos dнas, sargento. Pasen, todo estб preparado. Seсora. — Saludу a Cordelia con una desmaсada reverencia.

Cordelia le respondiу con un movimiento de cabeza y mirу alrededor con interйs.

— Buenos dнas, seсora Hysopi. Quй bonita se ve su casa hoy. — El lugar habнa sido cuidadosamente fregado y ordenado… como viuda de un militar, la seсora Hysopi estaba acostumbrada a las inspecciones. Cordelia supuso que en la casa de la nodriza contratada, el clima cotidiano debнa de ser un poco mбs relajado.

— Su niсita se ha comportado muy bien esta maсana — le asegurу la seсora Hysopi al sargento -. Se ha tomado todo el biberуn y ahora mismo acabo de baсarla. Por aquн, doctor. Espero que lo encuentre todo en orden…

La mujer los condujo por una estrecha escalera. Evidentemente, una de las alcobas era la de ella; la otra, con una gran ventana desde la cual se veнan los tejados y el lago, albergaba una cuna con una bebй de cabellos oscuros y grandes ojos cafй.

— Quй niсa tan mona. — La seсora Hysopi sonriу y la cogiу en sus brazos -. Di hola a tu papi, їeh Elena? Bonita, bonita.

Bothari permaneciу en la puerta, observando a la criatura con cautela.

— La cabeza le ha crecido mucho — observу despuйs de un momento.

— Es lo normal, entre los tres y los cuatro meses — observу la seсora Hysopi.

El doctor Henri extrajo sus instrumentos, los depositу en la cuna, y la seсora Hysopi comenzу a desnudar a la pequeсa. Los dos iniciaron una discusiуn tйcnica acerca de alimentaciуn y materia fecal, y Bothari recorriу la pequeсa habitaciуn, mirando sin tocar. Se veнa terriblemente grande y fuera de lugar entre los pequeсos muebles infantiles. Parecнa siniestro y peligroso en su uniforme color cafй y plata. Su cabeza rozу el techo inclinado, y el sargento regresу a la puerta.

Asomada con curiosidad sobre los hombros de Henri e Hysopi, Cordelia observу cуmo la niсita se movнa y trataba de rodar. Bebйs. Muy pronto tendrнa uno propio. Como respuesta a sus pensamientos, sintiу, un temblor en el vientre. Afortunadamente, Piotr Miles no era aъn lo bastante fuerte para salirse de una bolsa de papel, pero si su desarrollo continuaba a este ritmo, en los ъltimos meses le aguardarнan largas noches de insomnio. Cordelia lamentу no haber tomado el curso de entrenamiento para padres allб en Colonia Beta, aunque aъn no hubiese estado lista para solicitar una licencia. Sin embargo los padres en Barrayar parecнan arreglбrselas para improvisar. La seсora Hysopi habнa aprendido sobre la marcha, y ya tenнa tres hijos mayores.

— Es sorprendente — dijo el doctor Henri, sacudiendo la cabeza mientras tomaba notas -. De momento, su desarrollo es absolutamente normal. Nada parece indicar que proviene de una rйplica uterina.

— Yo provengo de una rйplica uterina — observу Cordelia, divertida. Henri la mirу de arriba abajo, como si de pronto hubiese esperado descubrir una antena surgiendo de su cabeza -. Las experiencias betanesas sugieren que no importa tanto el modo en que uno llega aquн, sino quй se hace despuйs de llegar.

— Claro. — El doctor frunciу el ceсo con expresiуn pensativa -. їY se encuentra libre de defectos genйticos?

— Completamente — asintiу Cordelia. — Nosotros necesitamos esta tecnologнa. — El mйdico suspirу y comenzу a guardar el instrumental -. La niсa se encuentra bien, puede vestirla — dijo a la seсora Hysopi.

Al fin Bothari se asomу sobre la cuna y mirу a la pequena con el ceсo fruncido. Sуlo la tocу una vez, posando un dedo sobre su mejilla, y luego se frotу el нndice con el pulgar como si probara sus funciones nerviosas. La seсora Hysopi lo estudiу de soslayo, pero no dijo nada.

Mientras Bothari arreglaba las cuentas del mes con la seсora Hysopi, Cordelia y el doctor Henri fueron paseando hasta el lago, seguidos por Droushnakovi.

— Cuando esas diecisiete rйplicas uterinas llegaron al hospital, enviadas desde la zona de guerra en Escobar, quedй francamente consternado — dijo Henri -. їPara quй salvar a esos fetos desconocidos, y a un precio semejante? їPor quй dejarlos en mi departamento? Desde entonces he cambiado totalmente de opiniуn. Incluso he pensado en una forma de aplicar la tecnologнa en pacientes con quemaduras graves. Ahora me encuentro trabajando en ello, ya que hace una semana el proyecto fue aprobado. — Con ojos ansiosos le explicу su teorнa, la cual era muy interesante hasta donde Cordelia alcanzaba a comprender.

— Mi madre es ingeniero en equipos mйdicos y mantenimiento en el Hospital Silica — le explicу a Henri cuando йl se detuvo para respirar -. Trabaja en esta clase de aplicaciones. — Henri redoblу su exposiciуn tйcnica.

Cordelia saludу a dos mujeres en la calle y las presentу amablemente al doctor Henri.

— Son esposas de dos Hombres de Armas del conde Piotr — le explicу cuando siguieron su camino.

— Me extraсa que no hayan preferido vivir en la capital.

— Algunos lo hacen, y otros permanecen aquн. Resulta mucho mбs barato vivir en un pueblo, y la paga de estos sujetos no es tan alta como habнa imaginado. Ademбs, algunos de ellos desconfнan de la vida en la ciudad, y consideran que aquн las cosas son mбs puras. — Esbozу una sonrisa -. Hay uno de ellos que tiene una esposa en cada pueblo. Ninguno de sus compaсeros lo ha delatado aъn. Son muy leales entre ellos.

Henri alzу las cejas.

— Quй vida alegre debe llevar.

— No lo crea. Siempre anda escaso de dinero y parece preocupado. Pero no logra decidir a quй estilo de vida renunciar. Al parecer, le gustan los dos.

Cuando llegaron a los muelles y el doctor Henri se apartу para hablar con un anciano que alquilaba botes, Droushnakovi se acercу a Cordelia con expresiуn confusa.


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