Sin embargo, lo más importante para Ted era ser un día libre para dirigir un programa extenso de investigación sobre el control del tiempo: ese era el verdadero objetivo, la meta que todos queríamos alcanzar. Thornton suministraría la mano de obra administrativa, el personal que ¡levase el despacho, que se cuidara de los libros y manejase el dinero. Ted contrataría al personal técnico, pondría en marcha el servicio de predicciones a largo plazo y luego se concentraría en el control del tiempo.
— El primer individuo que contrataré — dije -, es un oriental cineticista que parece la voz de mi conciencia.
Tuli, sentado con las piernas cruzadas en el suelo, delante del sofá, inclinó la cabeza.
— Acepto humildemente el honor… dependiendo, claro, del salario y de los beneficios.
— No te preocupes por los salarios — le dije -. Thornton puede pagar mucho mejor que el Gobierno.
Ted me miró; había una nueva luz en su cara.
— Eh, no había pensado en el dinero. ¡Debería llegar a enriquecerme!
Barney soltó una carcajada.
— ¿La escala de altos salarios sirve también para el personal de computación?
— No, tú no vendrás con nosotros — dijo Ted, sacudiendo la cabeza -. Te quedarás en Climatología.
Ella le miró con fijeza.
— ¿Qué quieres decir?
— Necesitaremos a alguien que vigile la División… especialmente a Rossman. Tengo el presentimiento de que no aceptará amablemente a la nueva compañía.
— ¿Pero qué puede hacer contra nosotros? — preguntó Barney.
— No lo sé. Por eso quiero que estés ahí para vigilarle.
Barney no discutió; cruzó los brazos y dejó caer la barbilla sobre su pecho haciendo un pucherito.
Ted insistió:
— Escucha, esto es más importante que organizar un club social. Seguiremos viéndonos casi cada día. Y, además, si esta idea fracasa y la compañía se hunde, seguirás teniendo un sólido empleo en la División.
La expresión de furia permaneció inmutable en Barney.
— También tienes que pensar en tu tío.
— Me puedo cuidar de él no importa en dónde yo trabaje — dijo ella -. Apenas veo a tío Jan durante las horas de trabajo.
Ted se pasó la mano por entre su pelo rojo.
— Mira, Rossman podría engañarnos y perjudicarnos de muchas maneras. Necesitamos que alguien lo vigile. Tú puedes estar al tanto de cualquier tarea especial que proporcionen al computador de Climatología. Más tarde, después de que tengamos a la compañía en marcha y Rossman no pueda hacernos daño, te arrancaré de la División y te pondré al frente de nuestra sección do computadores. ¿Qué te parece esto?
El ceño de ella se disipó.
— Yo no necesito estar al frente de una sección de computación… Quiero formar parte de lo que tú estés haciendo.
— Formarás… Tendrás un papel importantísimo. Como espía. De acuerdo, lo haré. Pero sólo una ternporadita.
— Bien — dijo Ted, sonriendo. Basta ya de intrigas por esta noche. Jerry, ¿cuánto tardarás en poner en marcha la bola?
— Hablaré con mi padre mañana. Probablemente será nuestro primer cliente. Y, con seguridad, necesitaremos su respaldo. Creo que puedo hacer que mis tíos se interesen también.
— Bueno, cuanto antes mejor.
¿Alguien ha pensado en el nombre de la nueva compañía? — preguntó Tuli -. Un principio con buenos auspicios debería incluir también un buen nombre.
— ¿Qué os parece "Marrett y amigos"? — preguntó Ted, tratando de aparentar inocencia.
Le abucheamos.
Tuli sugirió: Quizás el título debería ser muy llamativo y humilde, por ejemplo: "Estudios del Tiempo".
— O "Dinámica del Tiempo" — dije yo.
Ted frunció el ceño.
— Cada compañía de poca importancia de Massachusetts tiene la palabra "Dinámica" en su nombre.
¿Por qué no nos ponemos clásicos y buscamos raíces griegas? — sugirió Barney -. Eolo era el dios de los vientos. Podríamos bautizar la compañía con algo así como: — "Laboratorio de lnvestigación Eolo".
Meditamos en eso varios minutos. Por último Ted asintió.
— Aprobado.
Al día siguiente llamé a mi padre y efectué varias llamadas más en el transcurso de la semana. Quería que viniese a Thornton, en donde podríamos discutir de la idea directamente, con tío Lowell y tío Turner también en la reunión. Gruñó y parecía reacio. Finalmente conseguí que tía Louise le invitase a la celebración de mi cumpleaños. Entonces no le quedó escapatoria y aceptó venir.
La noche del viernes aquel se celebró una reunión familiar en Thornton. Pedí a Ted, Barney y Tuli que vinieran a la mañana siguiente. La noche del viernes era para el clan Thornton. Todos estaban muy tensos cuando llegó mi padre y aun éste parecía también bastante endurecido. La cena fue normal y educada, pero la conversación quedó reducida a tópicos prudentes… nada sobre el abuelo Thorn, o la decisión de mi padre de quedarse en Haway y construir su propia vida.
Después de cenar, en la gran sala de estar con la chimenea, lo bastante grande para meterse dentro, empezaron a hablar de los transportes por cohete.
— Ya sabéis — dijo mi padre -, que es la primera vez que he viajado en uno de ellos. Son estupendos. El vuelo fue maravilloso.
— Y con los cohetes — dije yo -, Hawai está tan cerca como Nueva Inglaterra de… bueno, de Nueva York.
— Cierto.
Mi padre se quedó mirando las llamas de la chimenea durante un largo rato.
— Habéis de saber — anunció -, que me alegro de haber vuelto. Tendré que venir con más frecuencia.
Tía Louise pareció extender la mano hacia él, aunque apenas se moviera físicamente.
— Es estupendo que hayas regresado, Richard.
La tensión no desapareció por completo, pero uno podía darse cuenta de que se había ablandado. Todo iría bien.
El mapa meteorológico de aquella noche mostraba un escarpado gradiente de presión cruzando Nueva Inglaterra, el lado subsiguiente a la célula de alta presión manteniendo a los cielos claro y brillantes. Ahora se alejaba y los vientos cálidos del suroeste entraban a chorro en la zona. Mañana muchos niños harían volar sus cometas.
Pero para el joven músico que cruzaba presuroso el recinto universitario aquella noche, el viento era una fuerza viva y salvaje, cálida y misteriosa, que agitaba los retoños verdes de los árboles y que suspiraban entre él y las estrellas. Era una emoción, una melodía que intentarla captar en el papel, un recuerdo que conservaría durante años.
El piloto de las líneas aéreas que llevaba a su reactor repleto de pasajeros hacia el aterrizaje, odiaba al viento y a sus ráfagas súbitas. Sabia que los pasajeros le echarían la culpa personalmente por cada salto y traqueteo.
La esposa del granjero, sentada junto el porche posterior, cerca de su adormilado marido, sonrió hacia el viento nocturno. Podría traer lluvia. La lluvia había sido escasa. La sequía empolvaba los campos, creando arrugas de preocupación en el rostro del hombre dormido.
Ted y Barney llegaron la mañana del sábado. Tuli se quedó en Cambridge para terminar algunas tareas universitarias. Les conduje a la biblioteca, en donde mi padre y sus hermanos ya se sentaban en torno a la larga mesa que cruzaba la habitación, a partir del viejo escritorio del abuelo.
Ted expuso sus ideas acerca del "Laboratorio de Investigaciones Eolo", mientras paseaba con firmeza desde la mesa hasta las grandes ventanas francesas. Cuando hubo terminado, se produjo un momento de silencio. Luego, tío Turner dio tranquilo:
— Está usted hablando de una empresa muy grande.
Hay un riesgo — asintió Lowell -. ¿Pero en que nueva aventura no hay riesgo? Podríamos conceder un presupuesto.
— Hasta que empecemos a tener beneficios — dije.