— ¿Y convencerán a sus jefes?
— Cierto.
— ¿Crees que resultaría. …? Quiero decir, a tiempo. Sólo tenemos hasta el próximo abril.
- Será mejor que resulte — sonrió.
El invierno vino y se fue, más frío, más severo que de ordinario, pero con poca nieve en comparación. Los esquiadores se quejaron con amargura y varios hoteles de montaña cerraron largas temporadas mientras sus propietarios tristemente contemplaban las limpias laderas y el fundirse de sus cuentas en el banco. En febrero, una buena parte del puerto de Boston se congeló y el servicio de Guardacostas tuvo que asignar un rompehielos para mantener abierto parcialmente el acceso al puerto. Lejos de la costa, en los valles frígidos y en las laderas heladas, los, granjeros aguardaron estólidamente una nieve que nunca llegó. Las montañas no producían suficientes manantiales y eso lo sabían. Los arroyos tendrían poca agua en primavera; los campos continuarían secos.
IX
EJEMPLO DE SEQUÍA
Durante aquel amargo y seco invierno seguí la estrategia de Ted. Efectué una infinita cantidad de viales y conversaciones, viviendo en habitaciones extrañas de hotel, comiendo en toda clase de restaurantes, despertando por las mañanas y esforzándome en recordar en qué ciudad y en qué día de la semana me encontraba Pero los jóvenes ingenieros e investigadores empezaron a venir al Laboratorio. De uno en uno; de dos en dos; vinieron para pasarse unos pocos días, miraron y escucharon a Ted y a Tuli y volvieron a su trabajo con una nueva luz en sus ojos. Para marzo recibimos diversas consultas de varias compañías. Querían hacer negocio con nosotros.
El meteoroide era un pedazo de roca no mayor que el puño de un hombre. Durante millones de siglos había orbitado en torno al sol sin acercarse a menos de treinta millones de kilómetros de otro cuerpo sólido de su propio tamaño. Pero en un punto inevitable del tiempo, el sol lejano y los planetas se alinearon de tal forma que el meteoroide se vio arrastrado 'a menos de unos pocos millones de kilómetros de la Tierra. Fue lo bastante cerca. La poderosa gravedad terrestre atrajo la piedrecita; esta adquirió velocidad y comenzó a "caer" hacia el planeta azul. Chocó contra la atmósfera marchando a unos veinte kilómetros por segundo, formó una onda de choque que calentó el aire en su torno hasta hacerlo incandescente. La propia roca comenzó a hervir y a disiparse; para cuando se había hundido a unos cuarenta kilómetros de la superficie de la Tierra, no quedaba nada de ella si no una fina rociada de granitos microscópicos de polvo. Durante días el polvo fue cayendo. Algunos de los granitos resbalaban por encima del Oeste Medio americano y fueron lavados del aire por la lluvia. Parte de la substancia del meteoroide llevó al suelo en forma de gotitas y eventualmente manó hasta el mar. Pero, sobre Nueva Inglaterra, los granos de polvo permanecieron días en el aire. Las condiciones parecían buenas para la lluvia: había humedad en la atmósfera y un núcleo de polvo; los vientos venían del océano. Pero no llovió.
— Así que has logrado pasar un año sin cerrar — dijo mi padre. Parecía complacido y turbado a la vez mientras yo le contemplaba desde la pantalla visora de mi despacho.
— Pareces sorprendido — dije.
— Lo estoy.
Arrellenándome en mi silla giratoria y entrelazando las manos detrás de la cabeza, admití.
— Yo también… un poco.
— Las predicciones a largo plazo han sido muy exactas — dijo mi padre. Esta primavera ha sido tan áspera como la del año pasado, pero los dragados han funcionado con uniformidad. Incluso hemos logrado recuperar lo que perdimos la pasada primavera.
— Ted trabajó mucho en esas predicciones.
Mi padre soltó una risita.
— ¿Todavía no te ha arruinado?
— Aún no. Lo ha tratado unas cuantas veces, pero hemos logrado mantenerlo a raya, hasta ahora. Ya produce sus predicciones con dos semanas de anticipación. Quise que las extendiese hasta cuatro, pero me cortó en seco. Dedica todos sus esfuerzos y el presupuesto a investigadores sobre el control del tiempo.
— Una predicción de cuatro semanas seria valiosísima.
— Lo sé. Pero Ted está decidido. Tenemos las predicciones de quince días y las predicciones generales climatológicas de noventa días… Ya sabes, se predice la temperatura media y la precipitación de una zona dada y se muestran las posibilidades de tormenta.
— S1, he visto eso. Es cosa buena.
Asentí.
— Bien, cada miércoles proporcionamos las predicciones quincenales; eso nos da un margen de seguridad. Y las predicciones a noventa días se emiten una vez al mes. Para hacer algo más necesitaríamos mayor personal técnico cuyo gasto no podemos sufragar todavía. Ted tiene a una brigada muy pequeña trabajando sólo en investigaciones, claro.
— Claro.
— No creas que se ha encerrado en alguna torre de marfil, papá. Cada vez que tuvimos dificultades con las predicciones, abandonó la investigación para ayudar a aclarar las cosas. Y ha pasado mucho tiempo mostrando a posibles clientes de qué modo podemos servirles. Es nuestro equipo estelar, todo en un solo hombre.
— Parece como si estuvieseis en muy buena forma — mi padre parecía casi feliz.
— Seguimos a flote. Hemos firmado contrato con cuatro nuevos clientes, además de las empresas Thornton, y hay otras tres compañías con las que celebramos conversaciones para firmar el contrato.
— Bueno, Ya has levantado la compañía. Tus amigos se ganan el sueldo. Posees la experiencia de un año, y te has divertido. Ahora quiero que vuelvas a casa, hijo. Te necesito aquí.
— ¿A casa? — me levanté de la silla y me agarré con fuerza al escritorio, empleando ambas manos -. Pero yo nunca…
Thornton Pacific es tu compañía, Jeremy, no este negocio del tiempo.
— ¡No puedes esperar que me marche de aquí!
— Claro que puedo contestó con firmeza -. Quiero que vuelvas a tu casa, donde tienes tu sitio.
— Ahora no puedo marcharme.
— ¡Querrás decir que no quieres!
— ¿Me estás ordenando que vuelva a casa?
— Es eso lo que deseas que haga?
Para entonces ya estaba sentado en el borde de mi silla. Mi padre y yo nos mirábamos fulminantes.
— Escucha, papá. El primer Jeremy Thorn invirtió su dinero en los navíos "clipper" cuando todos sus consejeros y amigos respaldaban el canal del Erie. El abuelo, Jeremy II, metió a la familia en el negocio de los aviones. Tú mismo te fuiste a Hawai y entraste en el negocio submarino. Está bien… sigo la costumbre de la familia. Me quedo aquí y lo que busco es el control del tiempo.
— Pero eso es imposible.
— También lo eran los aviones y los dragados en el fondo del mar.
-¡ Está bien! — gritó -. Sé un estúpido tozudo. ¡Pero no creas que podrás venir corriendo a casa buscando seguridad cuando se deshinche el globo de tus sueños! Te quedas solo, así que no me pidas ni ayuda ni consejo.
— ¿Es el mismo discursito que te hizo el abuelo antes de que te fueras a Hawai?
Cortó la comunicación. La pantalla quedó negra. Ya estaba solo.
¡Y me gustó!. Jamás había trabajado de verdad antes de empezar Eolo; nunca realmente hundí mis dientes en un trabajo que otros no hubieran hecho antes. Ahora laboraba día y noche. Pasaba la mayor parte del tiempo en el despacho, mucho más que en mi cuarto del hotel. Me olvidé de la TV y de navegar, e incluso de visitar Thornton. Pero no creo que me hubiese divertido tanto jamás, por lo menos la diversión que me proporcionaba construir algo que valiese la pena, como lo que realicé al poner Eolo en el buen camino.
Una noche, bien tarde, una semana después de la explosión de mi padre, Ted asomó la cabeza en mi despacho.
— ¿Aun trabajando?
Alcé la vista del contrato que Intentaba leer.