Barney y yo preparamos una fiesta sorpresa para Ted y Tuli cuando oficialmente recibieron su diploma. Alquilé la sala de banquetes del hotel en donde yo me alojaba; mientras, Barney discretamente invitó a quienes conocían a Ted… que resultaron ser la mayor parte de personal de Climatología y en apariencia todo el MIT.
La fiesta fue un éxito. Fue la única vez que vi jamás -a Tuli asombrado. Más tarde yo me incluí en el mismo aspecto. Fue cuando me enteré de que Ted prometió empleo en Eolo a prácticamente todos los asistentes a la fiesta.
— Se necesitó un entero fin de semana para recuperarnos. El lunes por la mañana Ted se reunió conmigo y con Paul Cook, jefe de personal de Eolo, en mi despacho del Laboratorio. Era un cuartito modesto: una ventana que daba al aeropuerto y a los muelles, un sencillo escritorio de madera, un diván, unas cuantas sillas y algunos cuadros.
— Debe ser duro vivir tan cerca de la naturaleza — observó Ted mientras se dejaba caer en el diván -. Muebles daneses. ¿Importados o nacionales?
— Vinieron de Suecia — contesté -. Y los cuadros son originales que me gustaban. Pero, si te molestan, los descolgamos y haremos que pinten las paredes con el gris aséptico de Climatología.
Pareció horrorizarse.
— ¡Hasta la pintura abstracta es mejor que eso!.
— Ahora que está resuelto lo de la decoración — dijo Paul, colocando un montón de papeles sobre mi escritorio, ¿qué les parece si nos ponemos a trabajar?
Al jefe de personal podía considerársele como el "viejo" de nuestro equipo… bien adentrado en la treintena. Era un tipo regordete, calvo, de mandíbula cuadrada y expresivo.
— Estas solicitudes de empleo — dijo, son de gente que pretende ser amiga de usted, Ted. ¿Recuerda haber prometido a todos puestos en la empresa?
Ted alzó precavido una ceja.
— Quizá me precipité un poco. Pero en ese montón de nombres hay personas condenadamente buenas.
— De acuerdo — dije -. Pero no queremos sólo buenas personas… sino las mejores. Y una en cada especialidad, por lo menos de momento.
— Sé exactamente lo que quiero — dijo Ted, ahora serio. Nada de esfuerzos. Tendré preparado el personal técnico dentro de una semana.
Paul parecía aliviado.
— Bien — dijo. En dos semanas me gustaría que empezáramos a proporcionar a los clientes las primeras predicciones.
— Se puede hacer — contestó Ted.
— Y hablando de clientes, seria bastante importante que consigamos tantos como podamos. No podemos fiarnos sólo de Thornton.
— Eso no es tarea técnica — repuso Ted -. Estoy aquí para poner en marcha las predicciones y luego investigar. Conseguir clientes es tu especialidad en el negocio.
Tuve que asentir.
— Está bien. Empezaré a introducirme entre los comerciantes.
Espero que le guste volar — me dijo Paul -. Va a pasar mucho tiempo en aviones a reacción.
Ver las nubes desde el suelo no es nada comparado con estar arriba en su propio dominio, volando entre ellas. Despegar en una puesta de sol y entrar en un denso banco de estratos que yacen espesos y grises en lo alto, ascender dentro de ellos y v cómo el mundo desaparece de la vista y luego salir a un cielo de un rojo flameante con una alfombra real profunda, de suave púrpura que se extiende hacia el sol poniente… no hay nada en la Tierra que pueda compararse a eso. Muy altos en un reactor, el cielo es siempre claro, no importa el clima de debajo, excepto por algún retazo ocasional de helados cirros que queden aún más arriba. El sol brilla allí todo el día, el cielo es siempre de un azul cristal. Muy abajo, gruesas masas de cúmulos pasan volando, arrojando sombras amistosas al suelo inferior, sus hinchadas cumbres atusadas por invisibles dedos de peluquero. Senderos y cinturones de nubes marchan cruzando la superficie de la Tierra y, algunas veces, gigantescas tormentas bloquean todo lo que hay debajo y convierten el panorama en una Antártica de relucientes picachos blancos y de valles brumosos. Volando a través de las nubes, el avión brinca y se estremece bajo las poderosas corrientes del viento, mientras que sus crestas azotan las ventanillas y una cortina de vapor se cierra y abre y luego vuelve a cerrarse para esconder incluso las alas de toda vista. Impresionantes tronadas se oyen con estrépito ominoso, salpicando la oscuridad con relámpagos. Luego aterriza el avión, de regreso al reino del hombre, hecho de lluvia y de gris, de vuelta hacia los cielos mutables, de regreso al mundo del tiempo.
El verano fue largo y brillante. El sol apareció día tras días. Hacia más fresco que de ordinario, pero todavía la playa y los lugares de recreo en la montaña hicieron gran negocio. En ningún fin de semana llovió. De hecho, excepto unos cuantos frentes tormentosos, apenas hubo precipitación digna de mencionarse en Nueva Inglaterra. Nadie se quejó, salvo los agricultores. Había demasiada sequía, las cosechas languidecían. Pero todos en las ciudades sabían que las lluvias de otoño resolverían el problema. Los propietarios de casas suburbanas regaban sus céspedes para mantenerlos verdes y hablaban de plantas de agua salada que harían disminuir las escaseces de agua hasta convertirlas en una cosa del pasado.
Pero, a pesar de las plantas desalinizadoras, el rincón noreste del país se vio abrumado por la sequía.
Y yo también.
En todo el verano, no importa donde viajase y lo duro que tuviera que trabajar, no pude encontrar ni un solo cliente nuevo para las predicciones del tiempo a largo plazo de Investigaciones Eolo.
Parece estupendo en el papel — dijo el gerente de una empresa conservera -, y con certeza nos interesarían las predicciones si pudieran ayudarnos a decir exactamente cuándo plantar cada cultivo y qué lluvia podría esperarse. Pero si este plan nos diese alguna información equivocada, podríamos estropear toda la cosecha anual. Además, ¿si es tan buena, por qué no utiliza la idea el Departamento de Meteorología?
Otro hombre de negocios fue más crudo.
— No trato con gente que no conozco. Tengo amistad con el personal Climatológico del Gobierno. Ni le conozco a usted, ni a sus ideas.
En Kansas City, el presidente de una cadena internacional de hoteles, me dijo:
— Parece estupendo, en verdad que sí, como un sueño hecho realidad. Pero esos buitres del consejo de administración no lo creerán. Jamás querrán ser los primeros en intentar algo nuevo.
Y el investigador en jefe de una compañía petrolera rezongó:
— ¡Paparruchas!. El plan nunca resultaría. ¡Y lo sé por que soy un experto geólogo!
— ¿Y qué tiene que ver la geología? — estalló Ted cuando le conté el caso.
Yo me había desplomado en el sillón de mi despacho, mirando con tristeza por la ventana hacia el cielo gris de Septiembre. Ted paseaba, cruzando infinitamente la alfombra.
— ¿No les enseñaste las predicciones que hemos estado proporcionando a Thornton?
Asintiendo, respondí:
— No les convencieron. Es un trabajo de predicciones de sólo doce semanas… y afirman que hemos tenido suerte o… que les estamos engañando, redactando las predicciones después de ver las del Departamento de Metereologia.
— ¿Qué? — se puso rígido, los — ojos llameantes -. ¿Quién dijo eso?
— Un par de individuos. No con tantas palabras, pero el significado quedó bastante claro.
Ted gruñó algo para si.
— No les culpes a ellos. La culpa es mía. No logré convencerles.
Ted siguió paseando y murmurando unos cuantos minutos más. Yo permanecí alicaído en mi silla. Acababa de regresar de un vuelo a través de la nación y no habla dormido más de seis horas en los anteriores dos días.
— Escucha — dijo, colocando una silla junto a mi escritorio -. Quizá no has hablado con el personal apropiado. En vez de apuntar a los presidentes de compañía y jefes de investigación, deberías hablar con los ingenieros operantes y con los jefes de grupo… los individuos que utilizarán nuestras predicciones si los altos jefes las adquieren. Esos camisas almidonadas de lo alto saben lo que es imposible; nadie puede convencerlos de una sentada. Pero llega hasta los gerentes de planta o científicos de investigación o ingenieros. Invítalos a venir aquí, al laboratorio; págales el viaje, si es preciso. Déjales que pasen u nos cuantos días aquí, aprendiendo lo que hacemos y cómo lo conseguimos. Entonces estarán a nuestro lado.