– El poder está bien para ti, ahora. -Eres joven. No eres indio. Acaso la yerba del diablo sea buena en tus manos. Parece que te gustó. Te hizo sentirte fuerte. Yo mismo sentí todo eso. Y sin embargo no me gustó.

– ¿Puede decirme por qué, don Juan?

– ¡No me gusta su poder! Ya no sirve de nada. En otros tiempos, como aquellos de los que mi benefactor me contaba, había razón para buscar poder. Los hombres realizaban hazañas fenomenales, eran admirados por su fuerza y temidos y respetados por su saber. Mi benefactor me contaba historias de hazañas verdaderamente fenomenales que se realizaron hace mucho, mucho. Pero ahora nosotros, los indios, ya no buscamos ese poder. Hoy en día, los indios usan la yerba para darse friegas. Usan las hojas y las flores para otras cosas; hasta dicen que les curan los granos. Pero no buscan su poder: un poder que actúa como un imán, más potente y más peligroso de manejar cuanto más se ahonda la raíz en la tierra. Cuando uno llega a los cuatro metros -dicen que algunos han llegado- encuentra el sitio del poder permanente, poder sin fin. Muy pocos seres humanos han hecho esto en el pasado, y nadie lo hace hoy.

Te lo digo, nosotros los indios ya no necesitamos el poder de la yerba del diablo. Creo que poco a poco hemos perdido el interés, y ahora el poder ya no importa. Yo mismo no lo busco, y sin embargo una vez, cuando tenía tu edad, también sentía por dentro su hinchazón. Me sentía como tú te sentiste hoy, sólo que quinientas veces más fuerte. Maté a un hombre con un solo golpe de mi brazo. Podía aventar peñascos, peñascos enormes que ni veinte hombres podían mover. Una vez salté tan alto que tronché las copas de los árboles más altos. ¡Pero todo eso fue de balde! Lo único que hacía era asustar a los indios: nada más a los indios. Los demás, que no sabían nada de eso, no lo creían. Veían un indio loco, o bien algo que se movía en las copas de los árboles.

Estuvimos callados largo tiempo. Yo necesitaba decir algo.

– Era distinto cuando había gente en el mundo -prosiguió-, gente que sabia que, un hombre podía convertirse en león de montaña o en pájaro, o que un hombre podía volar así nomás. Por eso ya no uso la yerba del diablo. ¿Para qué? ¿Para asustar a los indios?

Y lo vi triste, y una honda simpatía me llenó. Quise decirle algo, aunque fuera una perogrullada,

– Tal vez, don Juan, ése sea el destino de todos los hombres que quieren saber.

– Tal vez -dijo suavemente.

Jueves, 23 de noviembre, 1961

Al llegar en el auto, no vi a don Juan sentado en su zaguán. Eso me pareció extraño. Lo llamé en voz alta y su nuera salió de la casa.

– Está adentro -dijo.

Resultó que don Juan se había dislocado el tobillo varias semanas antes. Había hecho su propio enyesado remojando tiras de tela en una papilla de cacto y hueso molido. Las tiras, atadas estrechamente en torno del tobillo, habían formado al secarse un molde ligero, ajustado. Tenía la dureza del yeso, pero no su amplitud de volumen.

– ¿Cómo pasó? -pregunté.

La nuera, una yucateca, que lo estaba atendiendo, me contestó,

– Fue un accidente. ¡Se cayó y casi se rompe el pie!

Don Juan rió y esperó que la mujer saliera de la casa antes de responder.

– ¡Qué accidente ni qué nada! Tengo cerca una enemiga. ¡ La Catalina! Me empujó en un momento de debilidad y yo caí.

– ¿Por qué hizo eso ella?

– Porque quería matarme, por eso.

– ¿Estuvo aquí con usted?

– ¡Sí!

– ¿Por qué la dejó entrar?

– Yo no la dejé. Ella entró volando,

– ¡Cómo dice!

– Es chanate. Y muy buena para eso. Me cogió desprevenido. Ha estado tratando de acabarme desde hace mucho. Esta vez anduvo muy cerca.

– ¿Dijo usted que es un chanate? Digo, ¿es la Catalina un pájaro?

– Ahí vas otra vez con tus preguntas. ¡Es un chanate! Igual que yo soy un cuervo. ¿Soy un hombre o un pájaro?

Soy un hombre que sabe cómo volverse pájaro. Pero hablando otra vez de la Catalina: ¡es una bruja del demonio! Su intención de matarme es tan fuerte que a duras penas logré quitármela de encima. El chanate se metió hasta mi casa y no pude detenerlo.

– ¿Puede usted convertirse en pájaro, don Juan?

– ¡Sí! Pero eso es algo que veremos después.

– ¿Por qué quiere matarlo?

– Oh, hay un viejo problema entre nosotros. Se pasó de la raya, y ahora parece que tendré que acabar con ella antes de que ella acabe conmigo.

– ¿Va usted a usar brujería? -pregunté con gran expectación.

– No seas tonto. Ninguna brujería trabajaría contra ella. ¡Tengo otros planes! Algún día te los diré.

– ¿Puede su aliado protegerlo de ella?

– ¡No! El humito nada más me dice qué hacer. Luego yo debo protegerme solo.

– ¿Y Mescalito? ¿Puede protegerlo de ella?

– ¡No! Mescalito es un maestro, no un poder que se use por motivos personales.

– ¿Y la yerba del diablo?

– Ya te dije que debo protegerme solo, siguiendo las indicaciones de mi aliado el humito. Y hasta donde yo sé, el humito puede hacer cualquier cosa. Si quieres saber de lo que sea, el humo te dice. Y no sólo te da conocimiento, sino también los medios para proseguir. Es el aliado más maravilloso que un hombre pueda tener.

– ¿Es el humito el mejor aliado posible para todo el mundo?

– Todos nosotros no somos iguales. Muchos le tienen miedo y no lo tocan, ni siquiera se le acercan. El humito es como todo lo demás; no se hizo para todos nosotros.

– ¿Qué clase de humo es, don Juan?

– ¡El humo de los adivinos!

había en su voz una reverencia perceptible; un estado de ánimo que yo nunca había notado anteriormente,

– Empezaré por decirte exactamente lo que me dijo mi benefactor cuando empezó a enseñarme acerca de él. Aunque en ese entonces, igual que tú ahora, yo no tenía modo de entender. "La yerba del diablo es para los que quieren poder. El humito es para los que quieren observar y ver." Y en mi opinión, el humito no tiene rival, Una vez que un hombre entra en su campo, todos los otros poderes están a su disposición. ¡Es magnífico! Y por supuesto, requiere una vida entera. Años nada más para familiarizarse con sus dos partes vitales: la pipa y la mezcla de fumar. La pipa me la dio mi benefactor, y después de tantos años de acariciarla se ha vuelto mía. Se ha hecho a mis manos. Pasarla a tus manos, por ejemplo, será una verdadera faena para mí, y una gran hazaña para ti, ¡si salimos con bien! La pipa sentirá la tensión de que alguien más la manosee, y si alguno de nosotros comete un error no habrá manera de evitar que la pipa se parta sola por su propia fuerza o se escape de nuestras manos para romperse, aunque se caiga en un montón de paja. Si eso llega a suceder, será el fin de los dos. Sobre todo el mío. El humito se volvería contra mí en formas increíbles.

– ¿Cómo podría volverse contra usted si es su aliado?

Mi pregunta pareció alterar el curso de sus pensamientos. Pasó largo rato sin hablar.

La dificultad de los ingredientes -prosiguió de súbito- hace a la mezcla de fumar una de las sustancias más peligrosas que conozco. Nadie puede prepararla sin que le enseñen. ¡Es veneno mortal para cualquiera que no sea el protegido del humito! La pipa y la mezcla deben tratarse con extremo cuidado. Y el hombre que trata de aprender debe prepararse llevando una vida dura, tranquila. Los efectos son tan terribles que sólo un hombre fuerte puede soportar la más pequeña fumada. Al principio todo es aterrador y confuso, pero cada fumada define más las cosas. ¡Y de pronto el mundo se abre de nuevo! ¡Increíble! Cuando esto sucede, el humito se ha hecho aliado de uno y le resolverá cualquier problema permitiéndole entrar en mundos inconcebibles.

"Esta es la mayor propiedad del humito, su mayor don. Y lleva a cabo su función sin dañar en lo más mínimo. ¡Yo llamo al humito un verdadero aliado!"

Como de costumbre, estábamos sentados frente a su casa, donde el suelo de tierra está siempre limpio y bien apisonado. Don Juan se levantó de pronto y entró en la casa. Tras unos momentos regresó con un bulto angosto y volvió a sentarse.


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