– No, eso no es cierto. Si se rinde al miedo nunca lo conquistará, porque se asustará de aprender y no volverá a hacer la prueba. Pero si trata de aprender durante años, en medio de su miedo, terminará conquistándolo porque nunca se habrá abandonado a él en realidad.
– ¿Cómo puede vencer a su tercer enemigo, don Juan?
– Tiene que desafiarlo, con toda intención. Tiene que llegar a darse cuenta de que el poder que aparentemente ha conquistado no es nunca suyo en verdad. Debe tenerse a raya a todas horas, manejando con tiento, y con fe todo lo que ha aprendido. Si puede ver que, sin control sobre sí mismo, la claridad y el poder son peores que los errores, llegará a un punto en el que todo se domina. Entonces sabrá cómo y cuándo usar su poder. Y así habrá vencido a su tercer enemigo.
"El hombre estará, para entonces, al fin de su travesía por el camino del conocimiento, y casi sin advertencia tropezará con su último enemigo: ¡la vejez! Este enemigo es el más cruel de todos, el único al que no se puede vencer por completo; el enemigo al que solamente podrá ahuyentar por un instante.
"Este es el tiempo en que un hombre ya no tiene miedos, ya no tiene claridad impaciente; un tiempo en que todo su poder está bajo control, pero también el tiempo en el que siente un deseo constante de descansar. Si se rinde por entero a su deseo de acostarse y olvidar, si se arrulla en la fatiga, habrá perdido el último asalto, y su enemigo lo reducirá a una débil criatura vieja. Su deseo de retirarse vencerá toda su claridad, su poder y su conocimiento.
"Pero si el hombre se sacude el cansancio y vive su destino hasta el final, puede entonces ser llamado hombre de conocimiento, aunque sea tan sólo por esos momentitos en que logra ahuyentar al último enemigo, el enemigo invencible. Esos momentos de claridad, poder y conocimiento son suficientes."
IV
Don Juan casi nunca hablaba abiertamente de Mescalito. Cada vez que yo lo interrogaba sobre el tema se negaba a contestar, pero siempre decía lo suficiente para crear una impresión de Mescalito: impresión que siempre era antropomórfica. Mescalito era masculino, no sólo por el género gramatical de su nombre, sino también por sus constantes cualidades de ser protector y maestro. Don Juan reafirmaba estas características en formas diversas cada vez que hablábamos.
Domingo, 24 de diciembre, 1961
– La yerba del diablo nunca ha protegido a nadie. Sólo sirve para dar poder. Mescalito, en cambio, es manso, como un niñito.
– Pero dijo usted que Mescalito es a veces aterrador.
– Claro que es aterrador, pero una vez que lo conoces es manso y bondadoso.
– ¿Cómo muestra su bondad?
– Es un protector y un maestro.
– ¿Cómo protege?
– Puedes guardarlo contigo a toda hora y él verá que nada malo te ocurra.
– ¿Cómo puede uno guardarlo consigo a toda hora?
– En una bolsita, amarrada con un cordón debajo del brazo o alrededor del cuello.
– ¿Lo tiene usted consigo?
– No, porque yo tengo un aliado. Pero otra gente si.
– ¿Qué enseña?
– Enseña a vivir como se debe.
– ¿Cómo enseña?
– Enseña las cosas y te dice lo que son.
– ¿Cómo?
– Tendrás que ver por ti mismo.
Martes, 30 de enero, 1962
– ¿Qué ve usted cuando Mescalito lo lleva consigo, don Juan?
– De esas cosas no se platica. No puedo decirte eso.
– ¿Le pasaría algo malo si me dijera?
– Mescalito es un protector, un protector manso y bueno, pero eso no quiere decir que pueda uno burlarse de él. Por ser un protector bueno también puede ser el horror mismo para los que no le gustan.
– No quiero burlarme de él. Sólo quiero saber qué hace hacer o ver a otras personas. Yo le describí a usted todo cuanto Mescalito me hizo ver, don Juan.
– Contigo es diferente, a lo mejor porque no conoces sus modos. Hay que enseñarte sus modos como se enseña a caminar a un niño.
– ¿Cuánto tiempo más hay que enseñarme?
– Hasta que él mismo empiece a tener sentido para ti.
– ¿Y entonces?
– Entonces comprenderás solo. Ya no tendrás que decirme nada.
– ¿Puede usted decirme solamente a dónde lo lleva Mescalito?
– No puedo hablar de eso.
– Nada más quiero saber si hay otro mundo al cual lleva a la gente.
– Hay.
– ¿Es el cielo?
– Te lleva a través del cielo.
– Quiero decir, ¿es el cielo donde está Dios?
– Ya te estás haciendo el pendejo. No sé dónde está Dios.
– ¿Es, Mescalito, Dios el único Dios? ¿O es uno de los dioses?
– Es sólo un protector y un maestro. Es un poder.
– ¿Es un poder dentro de nosotros mismos?
– No. Mescalito no tiene nada que ver con nosotros mismos. Está fuera de nosotros.
– Entonces todo el que ve a Mescalito debe verlo en la misma forma.
– No, de ninguna manera. No es el mismo para todos.
Jueves, 12 de abril, 1962
– ¿Por qué no me dice más sobre Mescalito, don Juan?
– No hay nada que decir.
– Ha de haber miles de cosas que yo debería saber antes de encontrarme de nuevo con él.
– No. A lo mejor para ti no hay nada que debas saber. Como ya te dije, no es el mismo para todos.
– Lo sé, pero de cualquier modo me gustaría saber qué opinan otros acerca de él.
– La opinión de aquellos que se preocupan por hablar de él no vale mucho. Ya verás. Lo más probable es que hables de él hasta cierto punto, y de allí en adelante no vuelvas a mencionarlo.
– ¿Puede usted contarme de sus primeras experiencias?
– ¿Para qué?
– Así sabré cómo portarme con Mescalito.
– Tú ya sabes más que yo, Jugaste de verdad con él. Algún día verás cuán bueno fue contigo el protector. Estoy seguro de que esa primera vez te dijo muchas, muchas cosas, pero estabas sordo y ciego.
Sábado, 14 de abril, 1962
– ¿Toma Mescalito cualquier forma cuando se muestra?
– Sí, cualquier forma.
– Entonces, ¿cuáles son las formas más comunes que usted conoce?
– No hay formas comunes.
– ¿Quiere usted decir, don Juan, que se aparece en cualquier forma hasta a los hombres que lo conocen bien?
– No. Se aparece en cualquier forma a los que apenas lo conocen un poco, pero para quienes lo conocen bien es siempre constante.
– ¿Cómo es constante?
– A veces se les aparece como un hombre, igual que nosotros, o como una luz. Nada más una luz.
– ¿Cambia alguna vez Mescalito su forma permanente con quienes lo conocen bien?
– No que yo sepa.
Viernes, 6 de julio, 1962
Don Juan y yo iniciamos un viaje el sábado 23 de junio, al atardecer. Dijo que íbamos a buscar honguitos en el estado de Chihuahua. Dijo que sería un viaje largo y duro. Tenía razón. Llegamos a un pequeño pueblo minero en el norte de Chihuahua a las 10 p.m. del miércoles 27 de junio. Caminamos desde el sitio donde estacioné el coche, en las afueras del pueblo, hasta la casa de sus amigos, un indio tarahumara y su esposa. Allí dormimos.
A la mañana siguiente, el hombre nos despertó a eso de las cinco. Nos llevó atole y frijoles. Tomó asiento y habló con don Juan mientras comíamos, pero nada dijo sobre nuestro viaje.
Después del desayuno, el hombre puso agua en mi cantimplora y dos panes de dulce en mi mochila. Don Juan me entregó la cantimplora, se colgó la mochila a la espalda con un cordón, agradeció al hombre su cortesía y, volviéndose hacia mi, dijo:
– Es hora de irse.
Anduvimos cosa de kilómetro y medio sobre el camino de tierra. Después cortamos a través de los campos, y en dos horas nos hallamos al pie de los cerros al sur del pueblo. Ascendimos las suaves laderas en dirección suroeste aproximada: Cuando llegamos a las pendientes más abruptas, don Juan cambió de dirección y seguimos hacia el este, sobre un valle alto. Pese a su edad avanzada, don Juan mantenía un paso tan increíblemente rápido que al mediodía yo estaba agotado por completo. Nos sentamos y él abrió el saco de pan.