– No lo sé. No me lo parece. Mi instinto me dice que esto empezó con Kenny, Moogey y Spiro y que, por alguna razón, otra persona se mezcló en el asunto y lo echó a perder. Creo que alguien se lo quitó a Kenny, Moogey y Spiro e hizo que se peleasen. Y probablemente no sea alguien de Braddock, porque están vendiendo las armas a cuentagotas en Nueva Jersey y en Filadelfia.

– Tendría que ser un amigo de uno de ellos. Alguien en quien confían… como una novieta.

– Puede ser alguien que se enteró por azar. Alguien que escuchó una conversación.

– Como Louie Moon.

– Como Louie Moon.

– Y tendría que ser alguien que tuviera acceso a la llave del depósito donde guardan los féretros. Como Louie Moon.

– Tal vez haya mucha gente con la que Spiro habló que tuvo acceso a la llave. Desde la mujer que hace la limpieza hasta Clara. Y otro tanto puede decirse de Moogey. El que Spiro te haya asegurado que aparte de él nadie tenía la llave no significa que sea necesariamente cierto. Lo más probable es que los tres tuviesen una.

– En ese caso, ¿qué ocurrió con la de Moogey? ¿La han encontrado? ¿Estaba en su llavero cuando lo asesinaron?

– No encontraron su llavero. Se dio por supuesto que dejó las llaves en el taller y que tarde o temprano aparecerían. En ese momento no parecía importante. Sus padres llegaron con una copia de la llave del coche y se lo llevaron.

– Ahora que los ataúdes han aparecido puedo hostigar a Spiro. Creo que regresaré y lo presionaré. Y quiero hablar con Louie Moon. ¿Crees que podrás no meterte en líos por un rato?

– No te preocupes por mí. Estoy bien. Iré de compras. A ver si encuentro un vestido que haga juego con los zapatos color cereza.

Morelli apretó la boca.

– Mientes. Vas a seguir husmeando por ahí, ¿verdad?

– Vaya, eso me ha ofendido. Creí que te excitaría un vestido a juego con los zapatos. Un vestido corto y ceñido con lentejuelas.

– Te conozco y sé que no vas a ir de compras.

– Que me parta un rayo si no es verdad. Voy a ir de compras. Te lo juro.

Morelli esbozó una sonrisa escéptica.

– Serías capaz de mentirle al Papa.

Estuve a punto de persignarme.

– Casi nunca miento.

Sólo cuando era absolutamente necesario. Y en las ocasiones en que decir la verdad no parecía oportuno.

Observé a Morelli alejarse en su coche y me dirigí hacia la oficina de Vinnie para conseguir unas direcciones.


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