Morelli sonrió con picardía.
– A mí me parece bastante mona. Es el look a lo Monty Hall.
Yo aún tenía el sobre en la mano. Lo dejé sobre la mesa del vestíbulo y me quité la rebeca.
– ¡Annie Hall! -exclamé, indignada.
La abuela Mazur cogió el sobre y lo examinó.
– Correo expreso. Debe de ser importante. Al parecer hay una caja dentro. Según esto, el remitente es R. Klein, de la Quinta Avenida de Nueva York. Qué pena que no sea para mí. No me molestaría recibir correo expreso.
Hasta ese momento no había pensado mucho en el sobre. No conocía a nadie llamado R. Klein y no había pedido nada de Nueva York. Le quité el sobre a la abuela y despegué la solapa. Contenía un cajita de cartón cerrada con cinta adhesiva. Saqué la cajita y la sopesé. Era bastante ligera.
– Huele raro -comentó la abuela-. Como un insecticida. O puede que sea uno de esos nuevos perfumes.
Arranqué la cinta, abrí la caja e inhalé hondo. Dentro de la caja había un pene, cuidadosamente cortado de raíz, perfectamente embalsamado y prendido a un cuadrado de poliuretano con un imperdible.
Todos clavaron la mirada en el pene, mudos de horror.
La abuela Mazur fue la primera en hablar, y lo hizo con un deje de nostalgia.
– Hacía mucho tiempo que no veía uno.
Mi madre empezó a gritar y levantó las manos.
– ¡Sácalo de mi casa! ¿Qué está pasando con este mundo? ¿Qué dirá la gente?
Mi padre apareció procedente de la sala para ver a qué se debía tanto escándalo.
– ¿Qué pasa? -preguntó.
– Es un pene -le informó la abuela-. Stephanie lo ha recibido por correo. Y es uno de los buenos.
Mi padre se echó hacia atrás.
– Jesús, José y María!
– ¿Quién haría algo así? -exclamó mi madre-. ¿No será uno de esos penes de goma?
– A mí no me parece que sea de goma -declaró la abuela Mazur-. Me parece un pene de verdad, sólo que está un poco descolorido. No recordaba que fuesen de ese color.
– ¡Esto es una locura! -dijo mi madre, indignada-. ¿Qué clase de persona enviaría su pene?
La abuela Mazur miró el sobre.
– Según el remitente, un tal Klein. Siempre pensé que era un apellido judío, pero a mí no me parece un pene judío.
Todos miramos a la abuela Mazur.
– No es que sepa mucho de eso. Puede que haya visto el pene de un judío en un National Geographic.
Morelli me quitó la caja y la tapó. Ambos sabíamos el nombre de la persona a quien pertenecía el pene: Joe Loosey.
– Creo que aceptaré su invitación a cenar para otro día. Me temo que éste es un asunto para la policía. -Morelli cogió mi bolso de la mesa del vestíbulo y me lo colgó del hombro-. Stephanie también tiene que venir, para hacer su declaración.
– Es por ese trabajo como cazadora de fugitivos -dijo mi madre-. Conoces a gente de la peor calaña. ¿Por qué no te consigues un trabajo como el que tiene tu prima Christine? Nadie le manda cosas por correo.
– Christine trabaja en una fábrica de vitaminas. Se pasa el día asegurándose de que el aparato que mete el algodón en los frascos funcione como es debido.
– Se gana bien la vida.
Me abroché la rebeca.
– Yo también me gano bien la vida… a veces.