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— El nombre correcto de la residencia imperial cetagandana es jardнn Celestial — dijo Vorob'yev-, pero en toda la galaxia lo conocen como Xanadъ. Enseguida verбn por quй. Duvi, por favor, por la entrada panorбmica.

— Sн, milord — dijo el joven sargento que conducнa. Alterу el programa de control. El auto de la embajada barrayaresa se elevу en el aire y se lanzу hacia un brillante conjunto de torres.

— Despacio, por favor, Duvi. A estas horas de la maсana mi estуmago…

— Sн, milord. — El piloto hizo una mueca de decepciуn y puso el vehнculo a una velocidad mбs sensata. Se elevaron, rodearon un edificio que, segъn calculaba Miles, debнa de tener mбs de mil metros de altura y se elevaron de nuevo. El horizonte desapareciу.

— Uauuu — dejу escapar Ivбn-. Es la mayor cъpula de fuerza que he visto en toda mi vida. No sabнa que se podнan expandir hasta este tamaсo.

— Consume la energнa de toda una planta generadora — dijo Vorob'yev-. Toda la planta dedicada a la cъpula. Y otra planta para el interior.

Una burbuja aplastada y opalescente de seis kilуmetros de ancho reflejaba el sol vespertino de Eta Ceta. Se alzaba en el centro de la ciudad como un enorme huevo en un bol, una perla de valor incalculable. Estaba rodeada por un parque de un kilуmetro de ancho lleno de бrboles y luego por una calle plateada, seguida de otro parque y una calle normal muy transitada. Desde ahн, se abrнan ocho anchas avenidas dispuestas como los radios de una rueda. La cъpula quedaba en el centro de la ciudad. En el centro del universo, fue la impresiуn de Miles. Una impresiуn intencional, buscada.

— El acto de hoy es una especie de ensayo general para la ceremonia que se desarrollarб dentro de una semana y media — siguiу diciendo Vorob'yev-. Asistirб todo el mundo: ghemlores, hautlores, visitantes de la galaxia y demбs. Seguramente se producirбn retrasos de organizaciуn. Eso no tiene importancia… siempre que no sean por culpa nuestra. Me pasй mбs de una semana negociando para conseguirles un rango oficial y un lugar.

— Y consiguiу…? — preguntу Miles.

— Ustedes dos estarбn entre los ghemlores de segundo orden. — Vorob'yev se encogiу de hombros-. Mбs, imposible.

Entre la multitud pero bien situados. El mejor lugar para observar los acontecimientos sin llamar la atenciуn, considerу Miles. Parecнa una buena idea. Los tres, Vorob'yev, Ivбn y йl se habнan puesto los uniformes funerarios de las Casas correspondientes, con galones y condecoraciones en seda negra sobre tela negra. El mбximo de formalidad, porque estarнan frente a la presencia imperial. A Miles le gustaba el uniforme de la Casa Vorkosigan, todos, el original marrуn y plata o la versiуn que usaba en este momento, severa y elegante. Le gustaba porque las botas altas no sуlo le permitнan dejar los hierros sino que se lo exigнan. Pero esa maсana ponerse las botas sobre las quemaduras habнa sido… doloroso. A pesar de que habнa tomado calmantes, seguramente iba a cojear mбs que de costumbre. No me olvido, Yenaro.

Descendieron en espiral hasta una pista de aterrizaje junto a la entrada sur de la cъpula, frente a un estacionamiento lleno de vehнculos. Vorob'yev hizo un gesto para que se retirara el auto de superficie.

— No tenemos escolta, milord? — dijo Miles, con dudas, mirando cуmo se iba la gente de la embajada mientras cambiaba de una mano a otra la larga caja de madera de abeto pulida.

Vorob'yev meneу la cabeza.

— De seguridad, no. Sуlo el emperador cetagandano puede urdir un asesinato dentro del Jardнn Celestial y si йl quisiera eliminarle, lord Vorkosigan, ni un regimiento de guardaespaldas lograrнa sacarlo de ahн con vida.

Unos hombres altos de la Guardia Imperial Cetagandana, enfundados en uniforme formal, los llevaron hacia la puerta cerrada de la cъpula y los desviaron hacia una serie de plataformas flotantes dispuestas como autos abiertos, con asientos de seda blanca, el color del duelo imperial en Cetaganda. Cada uno de los grupos de las embajadas se ubicу en uno de los vehнculos junto a sirvientes de la mбs alta jerarquнa, vestidos de blanco y gris. Aunque, a pesar de su aspecto, tal vez no eran sirvientes. Las plataformas, programadas automбticamente para seguir una ruta predeterminada, arrancaron a paso tranquilo a unos diez centнmetros del suelo, sobre senderos pavimentados de jade blanco que se bifurcaban en un jardнn vasto poblado de arbustos de distintas especies. Aquн y allб, Miles vislumbraba los techos de los pabellones esparcidos por el parque, asomando por detrбs de los бrboles, como espiбndolos. Todos los edificios eran bajos y privados, excepto algunas torres muy elaboradas que surgнan en el centro del cнrculo mбgico, a casi tres kilуmetros de distancia. Aunque en el exterior el sol de la primavera de Eta Ceta brillaba con fuerza, el clima dentro de la cъpula estaba programado para simular una humedad gris, nubosa, apropiada para el luto, un cielo que prometнa lluvia y que sin duda se negarнa a cumplir su promesa.

Finalmente flotaron hacia un extenso pabellуn al oeste de las torres centrales, donde otro sirviente se inclinу cuando bajaron de la plataforma y los condujo hacia el interior, junto con otra docena de delegaciones. Miles mirу a su alrededor, tratando de identificarlas.

Los marilacanos, sн, ahн estaba la cabeza plateada de Bernaux, alguna gente vestida de verde que tal vez procedнa de Jackson, una delegaciуn de Aslund, que incluнa al jefe de Estado — hasta tenнan dos guardias, aunque desarmados los embajadores betaneses ataviados con casacas de brocado pъrpura sobre negro y sarong del mismo color, todos presentes en honor de una mujer muerta que nunca los habrнa recibido cara a cara cuando estaba con vida. Surrealista era una palabra suave en estas circunstancias. Miles sentнa que habнa cruzado la frontera hacia el Paнs de las Maravillas y que cuando emergiera, apenas unas horas mбs tarde, habrнan pasado cien aсos en el exterior. La galaxia entera tuvo que detenerse en el umbral para dejar pasar a la escolta del gobernador hautlord de una satrapнa. Miles reconociу la pintura formal que le cubrнa la cara, anaranjada, verde, con lнneas blancas.

La decoraciуn interior era de una sobriedad sorprendente — de buen gusto, supuso Miles— y se basaba en motivos orgбnicos: arreglos de flores frescas y plantas y pequeсas fuentes, como para llevar el jardнn al interior. Los salones estaban silenciosos, sin ecos, y sin embargo la voz se difundнa fбcilmente: el lugar tenнa una acъstica extraordinaria. Circularon mбs sirvientes del palacio ofreciendo comida y bebida.

Un par de esferas color perla pasaron lentamente por el otro extremo del salуn y Miles parpadeу mirando a las hautladies por primera vez. Mirбndolas… o algo parecido.

Cuando no estaban en sus habitaciones privadas, las hautmujeres se escondнan detrбs de escudos de fuerza personales, que en general utilizaban la energнa de sillas-flotantes, segъn le habнan dicho. Los escudos cambiaban de color segъn el humor o el capricho de sus dueсas, pero en ese dнa todos estarнan teсidos de blanco. La hautlady disfrutaba de una excelente visiуn pero nadie veнa lo que habнa tras el escudo. Nadie podнa tocarlas ni penetrar la barrera con bloqueadores, plasma, fuego de destructor nervioso, armas de proyectiles o explosiones menores. Desde luego, la pantalla tambiйn impedнa disparar hacia el exterior, pero al parecer este detalle no preocupaba a las hautladies. El escudo podнa cortarse en dos con una lanza de implosiуn gravitatoria, suponнa Miles, pero las armas de implosiуn, siempre voluminosas debido a los equipos de energнa, que pesaban varios cientos de kilos, eran estrictamente de campo, nunca de mano.

Dentro de las burbujas, las hautmujeres podнan estar vestidas de cualquier forma. Hacнan trampa alguna vez? Se ponнan cualquier pingajo y zapatillas cуmodas aunque la ocasiуn fuera muy formal? Iban desnudas a las fiestas del Jardнn? Quiйn podнa decirlo?

Se acercу un hombre alto, mayor, con el traje blanco que se reservaba a los haut y ghemlores. Tenнa los rasgos austeros, la piel casi transparente, con arrugas muy finas. Tenнa que ser el equivalente cetagandano de un mayordomo imperial, aunque con un tнtulo mucho mбs rimbombante: despuйs de recoger las credenciales de manos de Vorob'yev, les dio instrucciones exactas sobre el lugar y los tiempos de procesiуn. La actitud del hombre revelaba sus prejuicios: por ejemplo, la seguridad de que si repetнa las instrucciones en tono firme y las exponнa con tranquilidad y sencillez, habrнa alguna posibilidad de que la ceremonia no quedara interrumpida por faltas o errores graves debidos a la extrema torpeza de los bбrbaros extranjeros.

El hombre mirу la caja pulida con la nariz aguileсa.

— Este es su regalo, lord Vorkosigan?

Miles consiguiу destrabar la caja y abrirla sin que se le cayera. En el interior, en un nido de terciopelo negro, habнa una antigua espada niquelada.

— El emperador Gregor Vorbarra ha elegido este regalo de su colecciуn privada para honrar a su emperatriz. Es la espada que llevу su antepasado Dorca Vorbarra el justo en la Primera Guerra Cetagandana. — Una de las muchas espadas de Dorca Vorbarra… pero no hacнa falta entrar en detalles-. Un artefacto histуrico de valor incalculable e irreemplazable. Aquн estб la documentaciуn que acredita sus orнgenes e historia.

— Ah. — Las cejas blancas y pobladas del mayordomo se alzaron en un gesto inconsciente. Tomу el paquete, sellado con la marca personal de Gregor, con mucho mбs respeto-. Por favor, exprese el agradecimiento de mi amo imperial al suyo. — Les dirigiу una leve inclinaciуn y se retirу.

— ЎBueno, bueno! Eso sн que funcionу — dijo Vorob'yev con satisfacciуn.

— Mбs vale que funcione, diablos — gruсу Miles-. Estos cetagandanos me rompen el corazуn. — Le entregу la caja a Ivбn para que la llevara un rato.

Aparentemente, seguнa sin pasar nada… retrasos en la organizaciуn, supuso Miles. Se alejу de Ivбn y Vorob'yev en busca de un trago caliente. Estaba a punto de coger algo que emitнa vapor y que, segъn esperaba, no producirнa efectos demasiado sedantes. Justo cuando extendнa la mano hacia una bandeja que, pasaba, una voz tranquila entonу junto a йl:

— Lord Vorkosigan?

Miles se volviу y casi dejу escapar un suspiro. Un… una… mujer… no, un hombre… de baja estatura y rasgos andrуginos y ancianos. Estaba de pie a su lado, ataviado con la ropa gris y blanca del personal de servicio de Xanadъ. Tenнa la cabeza calva como un huevo y era completamente lampiсo. Ni siquiera tenнa cejas.


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