– Pero, señor Selb, eso no se lo revelamos a él. El problema era completamente otro. Él intentó chantajearnos sin rodeos. Nunca conseguimos saber si realmente se traía algo entre manos, pero organizó un buen jaleo.
– ¿Con las viejas historias?
– Sí, con las viejas historias. Con la amenaza de dirigirse a la prensa, a la competencia, a los sindicatos, a Inspección de Trabajo, a la Oficina Federal Antimonopolio. Sabe usted, es duro decir algo así, yo también siento que Mischkey acabara así, al mismo tiempo me alegra haberme quitado de encima el problema.
Danckelmann entró sin llamar.
– Ah, señor Selb. Ya he hablado hoy de usted. ¿Qué anda haciendo todavía con ese asunto sobre Mischkey? Pero si su caso está ya cerrado hace tiempo… Ande, no me alborote el corral.
Como en la conversación con Thomas, también con Danckelmann me movía sobre una delgada capa de hielo. Preguntas demasiado directas podían romperlo. Pero quien no se expone al peligro perece en él.
– ¿Le ha llamado Gremlich?
Danckelmann no contestó a mi pregunta.
– En serio, señor Selb, deje de una vez esta historia. No nos parece que merezca la pena.
– Para mí mis casos están cerrados sólo cuando lo se todo. ¿Sabía usted, por ejemplo, que Mischkey se estuvo paseando otra vez por su sistema?
Thomas escuchaba con atención y me miraba extrañado. Ya estaba lamentando haberme ofrecido un puesto de docente. Danckelmann se dominó y su voz adquirió un tono forzado.
– Tiene usted una curiosa idea sobre lo que es un contrato. Se acaba cuando quien le contrató ya no necesita sus servicios. Y el señor Mischkey ya no pasea por ninguna parte. Así que le pido que por favor…
Ni en sueños hubiera imaginado oír algo así, y no tenía interés en seguir la escalada. Una palabra indebida más y Danckelmann se acordaría de mi pase especial.
– Tiene usted toda la razón, por supuesto, señor Danckelmann. Por otra parte, seguro que a usted también le pasa que en asuntos de seguridad su actividad no siempre puede mantenerse dentro de los estrechos límites de un contrato. Pero no se preocupe, como independiente no me puedo permitir comprometerme demasiado sin contrato.
Danckelmann abandonó la habitación reconciliado sólo a medias. Thomas esperó impaciente a que me fuera. Pero yo todavía tenía una sorpresa para él.
– Para volver otra vez a ello, señor Thomas, acepto gustoso el puesto de docente. Voy a redactar un currículum.
– Le agradezco su interés, señor Selb. Después de todo, tan lejos no estamos.
Abandoné el recinto de seguridad y me encontré de nuevo en el patio con Aristóteles, Schwarz, Mendeléiev y Kekulé. En el lado norte del patio lucía un cansado sol otoñal. Me senté en el escalón superior de una pequeña escalera que llevaba a una puerta cegada. Tenía de sobras para reflexionar.
16. EL MÁS VIVO DESEO DE PAPÁ
Cada vez encajaban más piezas del rompecabezas. Pero no formaban una imagen verosímil.
Ahora entendía lo que era la carpeta de Mischkey: la colección de lo que había de emplear contra la RCW. Una colección miserable. Muy alta tuvo que ser su jugada de póquer para impresionar a Danckelmann y Thomas como parece que hizo. Pero ¿qué quería conseguir o impedir con ello? La RCW había mantenido en secreto su voluntad de no proceder contra él con la policía, los tribunales y la cárcel. ¿Por qué quisieron ejercer presión? ¿Qué pretendían hacer con Mischkey, y contra qué se defendía él con sus débiles alusiones y amenazas?
Pensé en Gremlich. Había conseguido dinero, esa mañana había mostrado reacciones extrañas y yo estaba bastante seguro de que había informado a Danckelmann. ¿Era Gremlich el hombre de la RCW en el RZZ? ¿Habían destinado a Mischkey para esa función? ¿No llamamos a la policía y a cambio usted se preocupa de que nuestros datos de emisiones permanezcan siempre limpios? Tener un hombre así era muy valioso. El sistema de supervisión perdería su importancia y la producción ya no podría verse afectada.
Pero todo esto no explicaba de forma verosímil que se asesinara a Mischkey. ¿Gremlich como asesino que quiere hacer el negocio con la RCW y que para ello no podía hacer uso de Mischkey? ¿O el material de Mischkey poseía un contenido explosivo que yo no había sabido ver y que había provocado una reacción mortal de la RCW? Pero en tal caso Danckelmann y Thomas, a quienes difícilmente podría habérseles escapado una acción de este tipo, no habrían hablado tan abiertamente sobre el conflicto con Mischkey. Y Gremlich desde luego producía mejor impresión con la chaqueta de cuero que con el traje safari, pero ni siquiera con borsalino podría imaginármelo como asesino. ¿Sería simplemente que estaba buscando en la dirección equivocada? Fred pudo haber golpeado a Mischkey para la RCW, pero también lo pudo haber encargado cualquier otro, y para éste también podía haberlo matado. Qué sabía yo de los enredos en que se había metido Mischkey con sus maneras de impostor. Tenía que hablar otra vez con Fred.
Me despedí de Aristóteles. De nuevo ejercían su hechizo los patios de la vieja fábrica. Pasé por el arco al patio siguiente, cuyas paredes brillaban en el rojo otoñal de la viña rusa. No vi a Richard jugando a la pelota por ninguna parte. Pulsé el timbre de la vivienda de servicio de los Schmalz. La mujer mayor que ya conocía de vista abrió la puerta. Iba de luto.
– ¿La señora Schmalz? Buenos días, mi nombre es Selb.
– Buenos días, señor Selb. ¿Va a ir usted desde aquí con nosotros al entierro? Mis hijos van a recogerme ahora.
Media hora después me encontraba en el crematorio del Cementerio Central de Ludwigshafen. La familia Schmalz me había incorporado al duelo por Schmalz senior como la cosa más natural del mundo, y no quise decir que sólo por casualidad había caído en los preparativos del entierro. Había ido en coche al cementerio con la señora Schmalz, el joven matrimonio Schmalz y el hijo Richard, contento por la gabardina azul oscuro y el traje de tono discreto que llevaba ese día. Por el camino me enteré de que Schmalz senior había sucumbido a un infarto.
– Tenía tan buen aspecto cuando lo vi hace pocas semanas…
La viuda sollozó. Mi amigo el sibilante me habló de las circunstancias que le llevaron a la muerte.
– Papá todavía tenía mucho que hacer después de haberse jubilado. Tenía un taller en el viejo hangar junto al Rin. Allí tuvo un descuido hace poco. La herida de la mano no era profunda, pero el doctor pensaba que también había sufrido un derrame cerebral. Después de eso papá sentía siempre un cosquilleo en la parte izquierda del cuerpo, se sentía muy mal y se quedó en la cama. Y luego, hace cuatro días, el infarto.
En el cementerio, la RCW estaba ampliamente representada. Danckelmann pronunció una alocución: «Su vida fue la seguridad de la empresa, y la seguridad de la empresa fue su vida.» En el curso de su intervención leyó una despedida personal de Korten. El presidente del Club de ajedrez de la RCW, en cuya segunda agrupación había jugado Schmalz senior en la tercera mesa, pidió la bendición de Caissa para el finado. La orquesta de la RCW tocó Yo tenía un camarada. Schmalz, conmovido, me cuchicheó: «El más vivo deseo de papá.» Luego el ataúd, cubierto de flores, se deslizó en el horno crematorio.
No me pude escapar del café y el pastel del ceremonial del entierro. Pero pude evitar sentarme al lado de Danckelmann o de Thomas, aunque Schmalz junior me había adjudicado ese puesto de honor. Tomé asiento junto al presidente del club de ajedrez de la RCW, y estuvimos charlando sobre el campeonato mundial entre Kárpov y Kaspárov. Con el coñac que siguió empezamos una partida a ciegas. En la jugada treinta y tres perdí la visión de conjunto. Empezamos a hablar del finado.
– Schmalz era un jugador ordenado. Aunque empezó tarde con ello. Y de él se podía uno fiar en la asociación. No dejó pasar un entrenamiento ni un torneo.