– Me gustaría saber quién fue la mujer.
– ¿Te refieres a la modelo? Feuerbach la quiso mucho; Nanna, la mujer de un zapatero romano. Dejó el tabaco por ella. Luego los abandonó a él y a su marido, por un inglés.
Fuimos a la salida y vimos que todavía llovía.
– ¿Cuál es el próximo paso que vas a dar? -preguntó Judith.
– Mañana quiero hablar con Gremlich, el colega de Peter Mischkey en el Centro Regional de Cálculo, y también otra vez con algunas personas de la RCW
– ¿Hay algo que yo pueda hacer?
– Si se me ocurre algo te lo diré. ¿Está Firner al corriente de lo tuyo con Peter Mischkey y de que me has contratado?
– Yo no le he dicho nada. Pero, mirándolo bien, ¿por qué no me ha dicho él nada de la implicación de Peter en nuestro asunto de los ordenadores? Al principio siempre me mantenía al corriente.
– ¿Y no te enteraste en absoluto de que cerré el caso?
– Sí, un informe tuyo pasó por mi mesa. Pero todo era muy técnico.
– Sólo te ha llegado la primera parte. Me gustaría saber por qué. ¿Crees que podrás enterarte?
Prometió que lo intentaría. Había dejado de llover, anocheció y se encendieron las primeras luces. La lluvia había traído consigo el hedor de la RCW De camino al coche no hablamos. Los andares de Judith reflejaban cansancio. Al despedirnos vi también el profundo cansancio de sus ojos.
Advirtió mi mirada.
– No tengo buen aspecto estos últimos días, ¿eh?
– No, deberías irte.
– En los últimos años siempre he pasado las vacaciones con Peter. Nos conocimos en el Club Mediterranée, ¿sabes? Ahora deberíamos estar en Sicilia, a finales de otoño siempre íbamos al sur. -Empezó a llorar.
Le pasé el brazo por los hombros. No supe decirle nada. Lloró hasta agotarse.
15. EL PORTERO TODAVÍA ME RECORDABA
Gremlich estaba casi irreconocible. Había cambiado el traje safari por un pantalón de franela y una chaqueta de cuero, llevaba el pelo corto, en el labio superior lucía un bigotito a lo Menjou cuidadosamente recortado, y con el nuevo look mostraba una seguridad recién adquirida.
– Buenos días, señor Selb. ¿O tengo que llamarle Selk? ¿Qué le trae por aquí?
¿Qué debía pensar yo de aquello? Mischkey no le habría hablado de mí. ¿Quién, entonces? Alguien de la RCW ¿Una casualidad?
– Qué bien que esté enterado. Eso me facilitará la labor. Tengo que ver los archivos que Mischkey llevaba aquí. ¿Me hace el favor de enseñármelos?
– ¿Cómo? No entiendo. Aquí ya no hay archivos de Peter. -Su mirada era de irritación, de desconfianza-. ¿A qué ha venido en realidad?
– Tendrá que adivinarlo. ¿Así que ha borrado los archivos? Quizá sea mejor así. Pero dígame lo que piensa de esto. -Saqué de la cartera las hojas de impresora que había encontrado en la carpeta de Mischkey.
Se las puso delante en la mesa y las estuvo examinando un buen rato.
– ¿De dónde la ha sacado? Tienen cinco semanas, y han sido impresas en esta casa, pero no tienen nada que ver con lo que hacemos aquí. -Sacudió pensativo la cabeza-. Me gustaría quedármelas. -Miró el reloj-. Ahora tengo que ir a una reunión.
– En otra ocasión paso por aquí gustosamente y se las dejo. Ahora me las tengo que llevar.
Me las dio, pero tuve la impresión de arrancárselas. Metí en mi cartera el material prohibido, evidentemente explosivo.
– ¿Quién se ha hecho cargo de las tareas de Mischkey?
Gremlich me miró francamente alarmado. Se incorporó.
– No entiendo, señor Selb… Ya continuaremos la conversación en otra ocasión. De verdad, ahora tengo que ir a la reunión. -Me acompañó a la puerta.
Salí de la casa, vi la cabina telefónica de la Ebertplatz e inmediatamente llamé a Hemmelskopf.
– ¿Tenéis en el Servicio de Información Crediticia algo sobre un tal Jörg Gremlich?
– Gremlich… Gremlich… Si tenemos algo sobre él, lo veré inmediatamente en pantalla. Un momento… Aquí está, Gremlich, Jörg, nacido el diecinueve de noviembre de 1948, casado, dos hijos, residente en Heidelberg, en la Furtwänglerstrasse, tiene un Escort rojo, matrícula HD-S 735. Tuvo deudas, pero parece que ha logrado salir. Sólo hace dos semanas que ha saldado el crédito que tenía con el Bank für Gemeinwirtschaft. Eran unos cuarenta mil marcos.
Le di las gracias. Pero esto no bastó a Hemmelskopf.
– Mi mujer sigue esperando la dragontea que le prometiste en primavera. ¿Cuándo te pasas por nuestra casa?
Puse a Gremlich en la lista de los sospechosos. Hay dos hombres que están relacionados; uno de ellos encuentra la muerte y el otro dinero, y el que consigue dinero sabe todavía demasiado; no tenía ninguna teoría, pero aquello me olía mal.
La RCW nunca me había pedido que devolviera el pase. Gracias él encontré aparcamiento sin dificultad. El portero todavía me recordaba y se llevó la mano a la gorra. Fui al centro de cálculo y conseguí dar con Tausendmilch sin caer en las manos de Oelmüller. Me hubiera sido desagradable explicarle qué hacía allí. Tausendmilch estuvo despierto, diligente y de entendimiento rápido, como siempre. Silbó entre dientes.
– Éstos son archivos nuestros. Curiosamente mezclados. Y la copia no es nuestra. Pensaba que ahora nos dejarían tranquilos. ¿Quiere que intente averiguar de dónde es la copia?
– Déjelo. Pero ¿puede decirme qué tipo de archivos son?
Tausendmilch se puso frente a una pantalla y dijo:
– Tengo que pasar algunas páginas… -Esperé pacientemente-. Aquí tenemos por un lado las bajas por enfermedad de primavera y verano de 1978, luego nuestros registros de inventos y derechos de explotación, que se remontan hasta antes de 1945, y aquí está…, no puedo abrirlo, pero las abreviaturas podrían corresponder a otras empresas químicas. -Desconectó el aparato-. Me gustaría expresarle mi más sincero agradecimiento. Firner me llamó a su despacho y me dijo que usted me mencionó elogiosamente en su informe y que tiene pensado algo para mí.
Dejé tras de mí un hombre feliz. Por un momento imaginé cómo Tausendmilch, en cuya mano derecha había visto el anillo de casado, llegaría a casa esa tarde y le contaría el éxito de hoy a su bonita esposa, que le estaría esperando con un martini y que a su manera trabajaba por el ascenso del marido.
En seguridad fui a ver a Thomas. En una pared de su despacho colgaba un proyecto semiacabado del plan de estudios de la diplomatura en Seguridad.
– Precisamente tenía que hacer en la fábrica y quería hablar con usted sobre su amistosa oferta de una cátedra. ¿A qué se debe tal honor?
– Me ha impresionado la forma como ha resuelto nuestro problema de seguridad de los archivos. Nosotros, los de la fábrica, no hemos podido sino aprender de usted, especialmente Oelmüller. Aparte de eso, para el plan de estudios es imprescindible contar con una persona independiente procedente del área de la seguridad.
– ¿Y cuál es el programa de estudios?
– Desde la práctica hasta la ética del oficio de detective. Con ejercicios y examen final, si no es mucho trabajo para usted. Sería para empezar en el semestre de invierno.
– Ahí veo un problema, señor Thomas. Tal y como usted lo tiene pensado, y es la única forma que yo también veo con sentido, sólo puedo formar a los jóvenes estudiantes remitiéndome estrictamente a mi experiencia. Pero piense usted sólo en este caso de la fábrica del que hemos hablado ahora mismo. Incluso aunque no dé ningún nombre y me esfuerce por disfrazar algunos datos, cualquiera sabrá de inmediato de qué va el asunto.
Thomas no entendió.
– ¿Se refiere usted al director Moster, de coordinación de exportación? Pero si no…
– Me ha dicho Firner que mi caso le ha producido más contrariedades.
– Sí, todo resultó luego en cierto modo desagradable por lo de Mischkey.
– ¿Debí haberle tratado con más dureza?
– Estaba bastante reticente cuando nos lo envió usted.
– Después de todo lo que he oído decir a Firner, en la fábrica desde luego se le trató con guantes de seda. No se habló de policía ni de juicios ni de cárcel, eso invita a la reticencia.