– Ella es así. Todos los Winter son así. Si le hubiera pasado algo por mi culpa…

– No ha pasado nada.

– ¿Tú no lo reconoces por la descripción?

– No.

En ese caso, quizá su atacante no tuviera nada que ver con la investigación que había llevado a Rook a New Hampshire. O Rook no lo había identificado todavía. O mentía, pero ella no creía que fuera un buen mentiroso.

– Sé que lo he visto antes, pero no puedo recordar dónde ni quién es. Quizá lo haya visto en una cola del supermercado.

– A ti te reconoció.

– No llevo mucho tiempo en Washington. Lo más probable es que me conozca de aquí.

– Te llamó agente Stewart.

– Mi cambio de carrera ha sido tema de conversación por aquí durante meses. «La profesora de universidad que empieza a entrenarse como marshal».

Rook le pasó un brazo por los hombros.

– Hoy lo has hecho muy bien, Mac.

– Me han apuñalado.

– También le has quitado el cuchillo.

– Ha sido mi entrenamiento. Si llega a atacar a Carine o a Bernadette… -se interrumpió-. La próxima vez que vaya a nadar pienso llevar vaqueros y deportivas.

– No es tan divertido como tu bikini rosa.

– Rook, que tenga veinte puntos en el costado no significa que no pueda clavarte el codo en el estómago -lo amenazó ella.

Pero apreciaba su sentido del humor y se apoyó en él de camino a los sillones situados ante la chimenea abierta de Bernadette. Aunque la hubiera dejado y fuera una serpiente, al menos podía ser su amigo.

– La policía tiene el bikini y la toalla. Están buscando pruebas. ¿Te imaginas si tengo que declarar en un juicio y enseñar la toalla de delfines rosas y el bikini? No sobreviviré a la vergüenza.

– Te creo.

– Eres de gran ayuda.

Él sonrió.

– Bienvenida al mundo de los agentes de la ley. Nadie te criticará por lo que has hecho hoy. Si a mí me hubiera sorprendido un lunático con un cuchillo estando en bañador…

– ¡Ah, Rook! No necesito esa imagen en mi cabeza.

– ¿No? ¿Qué clase de bañador estás imaginando?

– Amplio, de cuadros verdes y largo hasta las rodillas.

– Precioso.

Pero no era verdad. El bañador que imaginaba Mackenzie le sentaba perfectamente y no tenía nada de feo. Pero no se regodeó en la imagen.

– Tengo suerte de que no haya alcanzado ningún órgano importante. Me pondré bien enseguida. Cicatrizo rápido.

– ¿Y las próximas veinticuatro horas?

– Tengo que mantener la venda seca y no puedo hacer volteretas. ¿Por qué?

En ese momento llegó la camioneta de Gus al camino, lo que evitó a Rook tener que contestar.

Carine saltó del asiento del acompañante y saludó con la mano.

– Venimos a tostar malvaviscos.

Pero había un tono extraño en su voz y Mackenzie miró a Rook.

– ¿Qué ocurre?

– Ahora te lo iba a contar -repuso éste-. Gus Winter y su equipo han encontrado a la andarina perdida. Tu instinto era acertado. La han apuñalado.

– ¿Muerta?

Rook negó con la cabeza.

– El médico dice que se recuperará del todo. Tiene suerte de que la encontraran cuando lo hicieron. Una noche al aire libre no le habría hecho ningún bien.

Mackenzie visualizó el cuchillo, pero se obligó a borrar esa imagen de su mente.

– ¿El atacante encaja con la descripción del hombre que se lanzó sobre mí?

Rook asintió.

– Ella dice que parecía loco.

– Un senderista loco que apuñala mujeres en las montañas -Mackenzie reprimió un suspiro de frustración-. No tenía que haberlo dejado escapar.

– Lo cual nos lleva a las próximas veinticuatro horas.

– ¿Qué?

– Carine y su hijito se quedan esta noche en casa de su tío en el pueblo. Ella necesita tiempo para recuperarse. Tú eres bienvenida allí.

– No pienso quedarme en casa de Gus.

Rook sonrió.

– Eso fue lo que dijo él que dirías.

– Me quedo aquí.

– Estás drogada. En cuanto te metas en la cama, te quedarás dormida.

– Eso espero.

– ¿Y si vuelve ese hombre? Y no lo digo para convencerte de que no te quedes aquí. Tienes otra opción.

– ¿Cuál? -ella lo observó-. ¿Por qué tengo la impresión de haberme dejado arrinconar?

– Porque es así.

– ¿Te vas a quedar aquí esta noche?

Él sonrió.

– Ése es el plan.

A Mackenzie sólo se le ocurrió pensar que, con Rook bajo su techo, casi era mejor que tuviera veinte puntos en el costado.

Diez

Gus Winter pinchó un malvavisco grueso con uno de los palos afilados que conservaba Bernadette en su chimenea de piedra exterior, se lo pasó a Mackenzie y se acomodó en un viejo sillón de orejeras. Gus había hecho el fuego con la sensación de que ese ritual sencillo era lo que necesitaba para poner en perspectiva los sucesos del día.

Mackenzie se echó hacia delante y sostuvo su malvavisco sobre las llamas con cuidado de no acercarlo mucho. Le gustaba el centro blando y el exterior crujiente, lo cual requería un cierto grado de paciencia y saber hacer.

– Beanie ha ayudado a mucha gente a lo largo de los años -dijo-. Yo no he sido la única.

– Ni mucho menos. Y tú eres vecina. Ella ha ayudado también a desconocidos -Gus tomó otro palo-. ¿Insinúas que el pirado de hoy puede ser alguien al que ha ayudado?

– Yo no insinúo nada. Sólo es una especulación. Todos especulamos.

Pensó en Rook, que debía estar en la casa o quizá fuera con otros agentes del FBI, pero que, en todo caso, no estaba en el fuego tostando malvaviscos.

– El ataque a la senderista de esta mañana sugiere que ese hombre no estaba aquí por Beanie. La cerradura del cobertizo no estaba rota. Seguramente ella no se molestó en cerrar.

– ¿Y él aprovechó la coyuntura y se metió allí a esconderse o planeó hacerlo? -preguntó Gus.

– Tal vez. Carine se dejó la puerta abierta cuando subió con Harry por el sendero. Si ese hombre hubiera buscado un lugar para descansar o robar, habría preferido la casa.

– Tal vez no tuviera ocasión. No sabemos cuánto tiempo estuvo aquí. Puede que saliera del bosque cuando tú estabas en el agua.

– Pues menos mal que no salió de debajo de una cama en plena noche.

Gus pinchó dos malvaviscos en su palo y los acercó al fuego.

– Ese agente del FBI, Rook… ¿cuál es su historia?

– No sé. Apareció de pronto.

– Aja. ¿Amigo tuyo?

– Conocido.

– ¿Quiénes?

Mackenzie sabía que Gus empezaba a impacientarse. Lo cual era comprensible.

– Bueno, cuando lo conocí, creí que era un burócrata de Washington.

– Pero no lo es.

– Es evidente que no.

– Dejas que te llame Mac. La última vez que te llamé Mac, me dijiste con mucha firmeza que te llamabas Mackenzie.

– A Rook le dije lo mismo.

Los malvaviscos de Gus se prendieron fuego. Dejó que ardieran unos segundos y los apagó soplando.

– ¿Algo personal entre vosotros?

Ella no vaciló.

– No.

– No lleváis un caso juntos ni nada por el estilo, ¿verdad?

– No.

– O sea que sí hay algo entre vosotros.

Mackenzie mordió el malvavisco para ver si estaba en su punto. Gus siguió quemando los suyos.

– ¿Nate conoce a Rook?

– No sé. ¿Por qué no le preguntas?

– Te lo pregunto a ti.

El malvavisco estaba perfecto y ella se lo metió entero en la boca y disfrutó de su dulzor. Se recostó en el sillón y consideró si tenía energía para tostar otro.

– Nate se ha portado muy bien conmigo desde que me fui a Washington -dijo-. Es tan respetado que dudo de que nada de lo que yo pueda hacer tenga un impacto en él.

– Eso no es lo que te he preguntado.

Ella suspiró.

– Lo sé. Vale. Rook y yo hemos salido unas cuantas veces. Se acabó. Fin de la historia.

– ¿Y cómo se las ha arreglado para aparecer aquí unos minutos después de que te apuñalaran?

– No lo sé -Mackenzie dejó su pincho en la hierba-. ¿Has hablado con Beanie?


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