Aclarándose la garganta, llamó a la dependienta hasta donde estaban.
– Nos llevamos un par de estas.
La dependienta sonrió.
– Adoro cada vez que vienen los amigos de Simi. Ustedes compran como demonios.
Simone le echó un vistazo a Xypher, quien la observó con una mirada culpable. La mujer estaba casi en lo cierto.
En poco tiempo, habían elegido ropa, calzoncillos, y accesorios para el Señor Buenísimo Pero Detestable.
Simone tuvo que contener un quejido cuando entregó su tarjeta de crédito. A pesar de que tenía mucho dinero, no era su estilo gastarlo en compras, especialmente en un invitado temporal. Pero tampoco lo podía tener caminado por ahí desnudo durante tres semanas. Claro que se vería fenomenal, pero los arrestarían a los dos.
Al menos eso fue lo que pensó hasta que se percató de la descuidada expresión de alegría en la cara de Xypher mientras acariciaba la manga de su chaqueta nueva. Era obvio que nunca le habían dado algo igual.
Sip, eso hizo que valiera la pena.
Sonriendo, miró hacia la pared detrás de la cabeza de la dependienta. Una percha de bufandas colgaba allí. Su sonrisa se amplió por una en particular.
– Disculpe, -le dijo a la dependienta,- ¿Puedo ver la bufanda que está detrás del mostrador?
La dependienta cogió la negra con calaveras blancas.
– ¿Esta?
– Sí, por favor.
Tan pronto como la descolgó, Simone la agarró del mostrador, le quitó la etiqueta, y la envolvió alrededor del cuello Xypher.
– ¿Qué estás haciendo?- La sospecha en sus ojos en realidad la quemó.
– Mantendrá tu cuello caliente cuando estemos afuera.
Xypher no habló mientras ella ocultaba los extremos de la bufanda dentro de su chaqueta, luego subió el cierre. Fue un gesto tan tierno que le provocó un dolor extraño en el pecho. No le gustó esa sensación.
– No soy un niño.
Ella se rió.
– Créeme, bebé, que eso no se me ha escapado.
Él la miró reprobatoriamente por sus palabras juguetonas.
– ¿Te estás burlando de mi?
– Sí.
Burlándose… nadie había hecho eso antes. Al menos no juguetonamente. Miró a Jesse.
– Teee-zeeeen, -dijo Jesse, alargando la palabra. -Eso significa… -se detuvo mientras fruncía el ceño. -Bueno, demonios, no sé lo que significa. Es cuando alguien, tu sabes, se burla de ti.
Rechinando sus dientes, Xypher lo golpeó en la parte posterior de su cabeza.
– ¡Ay! Demonios, olvidé que podías hacer eso.
Jesse se acercó más a Simone.
Cuando Xypher comenzó a perseguirlo, Simone se paró en medio de ellos y le entregó las bolsas de ropa.
– Nos vamos y ya, -dijo con un tono exagerado. -Agrádesele a la guapa señorita su ayuda.
La dependienta sonrió.
– No hay de qué. Que tengan buenas noches.
Antes de que Xypher pudiera responder, Simone lo empujó ligeramente hacia la puerta. Él la siguió de mala gana.
¿Acaso estaba loca para interponerse entre ellos dos? No podía imaginar a nadie poniendo su vida en peligro por un fantasma. Especialmente no por uno tan tonto como Jesse.
Simone se detuvo para mirarlos reprobatoriamente.
– Vosotros dos me vais a meter en un gran problema un día de estos. ¿Acaso no podéis comportaros?
Jesse bufó.
– Empezó él.
Simone levantó su mano con frustración.
– ¡No digas ni una palabra más!
Xypher giró y golpeó a Jesse tan fuerte que su cabello comenzó a desvanecerse.
Simone lo agarró del brazo para proteger a Jesse, que ahora estaba gimiendo.
Los ojos de Xypher llamearon, como si estuviera a punto de freírla también.
– Inmunidad diplomática, -dijo ella, alzando el brazalete para recordarle que no podía matarla mientras lo siguiera usando.
– Harías bien en recordar que no durará para siempre.
– Pero va a durar lo suficiente para que dejes en paz a Jesse.
Él gruñó amenazadoramente. Sin embargo y afortunadamente le dio la espalda a Jesse y comenzaron a bajar por la acera.
Aliviada de que tenía a los dos calmados, Simone apenas había dado un paso cuando su teléfono sonó de nuevamente.
– ¿Hola?
– Era Tate.
Tenemos otro homicidio… igual al de Gloria. ¿Puedes traer tu trasero por aquí y echar un vistazo mientras los policías siguen investigando la escena?
– Por supuesto. ¿Dónde estás?
No escuchó su respuesta ya que dos coches de policía pasaron como rayos, dirigiéndose hacia el otro lado del mercado francés. Había una urgencia en ellos que encendió su sexto sentido.
– Oh, espera, déjame adivinar, -dijo después que pasaron.-Estás en North Peters.
– Lo escuchaste, ¿verdad?
– Hasta las profundidades de mi sorda alma. -Vio doblar a los coches. – Creo que estoy sólo a unas cuatro manzanas de ahí. En un momento estoy allí.
No les tomó mucho tiempo cruzar la calle y encontrar a la policía… una pequeña multitud se había reunido para ver, comentar o especular. Simone tomó su cartera del bolsillo trasero para enseñársela al primer oficial que vio. A pesar de que llevaba un bolso, siempre ponía la cartera en su bolsillo trasero un hábito forzado al que tuvo que acostumbrarse después de que le robaran el bolso varios años atrás.
Él arrugó su nariz al ver su identificación.
– De la división carnicera. No los envidio chicos.
Ella le sonrió.
– Está bien, yo tampoco te envidio. Por lo menos la gente que tengo en custodia, no intenta matarme.
– Buen punto. Levantó la cinta para que ella pudiera agacharse y entrar.
– Está conmigo, -dijo antes de que pudiera detener a Xypher.
– Está bien, Ryan, -Tate gritó mientras se dirigía hacia ellos. -Los necesitamos para esto.
– Lo que usted diga, Doc.
Simone retrocedió para presentarlos.
– Tate, éste es Xypher, mi más reciente dilema paranormal.
Riéndose, Tate le ofreció su mano a Xypher.
– Nunca antes había conocido a un Dream -Hunter.
Xypher sacudió su mano.
– Seguro que sí. Sólo que no lo recuerdas, -dijo con un destello maligno en sus ojos.
Tate sacudió la cabeza.
– Eso no es reconfortante.
– Los de mi tipo rara vez lo son. -No le faltaba el siniestro tono a sus palabras.
– Xypher está en el grupo de los “asústalos hasta que se les erice el pelo”, -explicó Simone.
Tate los llevó hacia la víctima, que estaba dentro de una lona negra.
– Me doy cuenta. Y voy a anotar lo conveniente que es permanecer de su lado. Lo último que necesito son más pesadillas en mis sueños.
Simone no podría estar más de acuerdo.
– Creo que Xypher vive por las pesadillas.
Tate sonrió.
– En ese caso, se va a sentir como en casa.
– ¿Por qué?
Tate señaló el cuerpo en el suelo a sus pies.
– Igual que Gloria. Mismas heridas. Mismo MO [4]. No hay sangre. Fue drenada y arrojada. La única diferencia es que ésta luchó contra él.
– Ella debe…
– Él, -la corrigió Tate.
Simone frunció el ceño. Eso cambiaba su idea sobre asesino en serie.
– ¿Él?
Tate abrió la lona para mostrarle un varón de raza caucásica aproximadamente de veinticinco años que estaba acostado boca arriba, mirando inexpresivamente a nada en absoluto. Su rostro estaba contorsionado, congelado por el horror que le había quitado la vida.
Simone hizo una mueca mientras una ola de comprensivo dolor la recorrió. Ésta era la parte que más odiaba de su trabajo. La sensación de ver a alguien tal y como el asesino los había dejado. La enfermiza muerte hacía que su estómago se apretara. Pero lo peor era que ella sabía de primera mano cómo iba a reaccionar la familia ante esta tragedia.
– Tenemos que encontrar a este imbécil y detenerlo, -dijo con los dientes apretados.
– Sí, -estuvo de acuerdo Tate.
Xypher colocó sus bolsas en el suelo antes de acercarse al cuerpo para examinarlo.
– Cuidado, -advirtió Tate. -No toques el cuerpo. No queremos destruir cualquier tipo de evidencia. Tenemos que encontrar al pervertido y llevarlo ante la justicia inmediatamente.