Declan estaba repantingado en el sofá con sus tejanos raídos y una camiseta de South Park, dando furiosas caladas a un cigarrillo mientras Meredith invadía su espacio vital y le advertía sobre los peligros de fumar.

– ¿De verdad? No lo sabía -dijo Declan, mostrando preocupación e interés mientras apagaba el cigarrillo. El rostro de Meredith irradió satisfacción, hasta que Declan le guiñó el ojo a Holly, alcanzó la cajetilla y acto seguido encendió otro pitillo-. Cuéntame más, por favor, me muero por saberlo todo.

Meredith le miró indignada.

Ciara estaba escondida detrás del sofá arrojando palomitas de maíz al cogote del pobre Timothy, que permanecía de pie de cara a la pared en un rincón y tenía demasiado miedo como para volverse. Abbey estaba inmovilizada contra el suelo, sometida a las despóticas órdenes de Emily, la sobrinita de cinco años, una muñeca de expresión malvada. Hizo señas a Holly y movió los labios en silencio, articulando la palabra «socorro».

– Hola, Ciara. -Holly se acercó a su hermana, que se puso de pie de un salto y le dio un gran abrazo, estrechándola con un poco más de fuerza de la habitual-. Bonito pelo.

– ¿Te gusta?

– Sí, el rosa te sienta como anillo al dedo. Ciara se mostró complacida.

– Eso es lo que he intentado decirles -aseguró, entornando los ojos para mirar a Richard y Meredith-. Eh, ¿cómo está mi hermana mayor? -preguntó Ciara en voz baja, frotando el brazo de Holly afectuosamente.

– Bueno, ya puedes imaginarlo. -Holly esbozó una sonrisa-. Voy tirando.

– Jack está en la cocina ayudando a tu madre a preparar la cena, si es que le estás buscando, Holly -anunció Abbey, abriendo desorbitadamente los ojos y pidiendo de nuevo «socorro» en silencio.

Holly miró a Abbey y arqueó las cejas.

– ¿De verdad? Vaya, ¿no es estupendo que le esté echando una mano a mamá?

– Vamos, Holly, no me digas que no sabes lo mucho que le gusta a Jack cocinar. Le encanta, es algo de lo que nunca se cansa -dijo Abbey con sarcasmo.

El padre de Holly rió entre dientes, lo cual interrumpió a Richard. -¿Qué te hace tanta gracia, padre?

Frank se movió nerviosamente en el asiento.

– Me parece sorprendente que todo eso ocurra dentro de uno de esos tubitos de ensayo -dijo Frank con fingido interés.

Richard exhaló un suspiro de desaprobación ante la estupidez de su padre. -Sí, claro, pero debes comprender que te hablo de cosas minúsculas, padre. Resulta bastante fascinante. Los organismos se combinan con… -Y siguió con la perorata mientras su padre volvía a arrellanarse en el sillón, esforzándose por no mirar a Holly.

Holly entró de puntillas en la cocina, donde encontró a su hermano sentado a la mesa con los pies apoyados en una silla, masticando algo.

– ¡Ajá, ahí está, el gran chef en carne y hueso! -exclamó Holly. Jack sonrió y se levantó de la silla.

– Y aquí llega mi hermana favorita. -Arrugó la nariz-. Veo que a ti también te han enredado para asistir al evento. -Se acercó a ella y tendió los brazos para darle uno de sus grandes abrazos de oso-. ¿Cómo estás? -le preguntó al oído.

– Muy bien, gracias. -Holly sonrió con tristeza y le besó en la mejilla antes de volverse hacia su madre-. Querida madre, he venido a ofrecerte mis servicios en este momento tan extremadamente estresante de tu vida -dijo Holly, depositando un beso en la mejilla colorada de su madre.

– Vaya, ¿no soy la mujer más afortunada del mundo al tener unos hijos tan bien dispuestos como vosotros dos? -preguntó Elizabeth con sarcasmo-, Bueno, ya puedes ir escurriendo esas patatas que hay ahí.

– Mamá, háblanos de cuando eras una niña durante la hambruna y no había ni patatas para comer -dijo Jack, con exagerado acento irlandés. Elizabeth le golpeó juguetonamente la cabeza con un trapo.

– Oye, eso pasó muchos años antes de mi época, hijo.

– Pero ¿serás coqueta?

– Pero ¿serás grosero? -intervino Holly.

– ¿Queréis dejar de marearme? -pidió su madre, y se echó a reír. Holly se reunió con su hermano en la mesa.

– Espero que no os dé por tramar ninguna diablura esta noche. Me gustaría que, para variar, hoy nuestra casa fuese zona neutral.

– Mamá, me asombra que te haya pasado esa idea por la cabeza -contestó Jack, guiñándole el ojo a Holly.

– Perfecto -dijo la mujer con escepticismo-. Bueno, lo siento, chicos, pero aquí ya no hay nada más que hacer. La cena estará lista dentro de un momento.

– Vaya -se lamentó Holly.

Elizabeth se sentó con sus hijos a la mesa y los tres miraron hacia la puerta, pensando exactamente lo mismo.

– ¡No, Abbey! -protestó Emily, gritando-. No estás haciendo lo que te he dicho. -Y rompió a llorar.

Acto seguido se oyó una gran carcajada de Richard. Sin duda acababa de contar un chiste, ya que era el único que se reía.

– Aunque supongo que no estará de más que nos quedemos aquí a vigilar el punto de cocción -agregó Elizabeth.

– Todo el mundo a la mesa. La cena ya está lista -anunció Elizabeth, y todos se dirigieron al comedor.

Se produjo un momento un tanto incómodo, como cuando en una fiesta de cumpleaños infantil todos se apresuran a sentarse al lado de sus mejores amigos. Finalmente, Holly se dio por satisfecha con su sitio en la mesa y se sentó con su madre a la izquierda, en una cabecera de la mesa, y Jack a su derecha. Abbey se sentó con cara de pocos amigos entre Jack y Richard. Jack tendría que hacer las paces con ella cuando regresaran a casa. Declan se situó delante de Holly, y a su lado quedó el asiento vacío donde debería haber estado Thimothy luego Emily y Meredith, y por último Ciara. Por desgracia, al padre de Holly le tocó ocupar la otra cabecera de la mesa, entre Richard y Ciara, aunque teniendo en cuenta su talante sosegado era el mejor preparado para mediar entre ellos.

Todos soltaron exclamaciones de entusiasmo cuando Elizabeth llevó las bandejas de comida y los aromas llenaron la estancia. A Holly le encantaban la, habilidades culinarias de su madre, quien siempre se atrevía a experimentar con nuevos sabores y recetas, rasgo que no había heredado ninguna de sus hijas.

– Eh, el pobre Timmy se estará muriendo de hambre en ese rincón -dijo Ciara a Richard-. Supongo que con el rato que lleva ahí ya habrá cumplido su condena.

Sabía de sobra que pisaba terreno resbaladizo, pero le encantaba correr ese peligro y, además, disfrutaba como una loca incordiando a Richard. Al fin Y al cabo, tenía que recuperar el tiempo perdido, pues había estado un año fuera.

– Ciara, es muy importante que Timothy sepa cuándo ha hecho algo malo-explicó Richard.

– Sí, ya, pero ¿no bastaría con que se lo dijeras?

El resto de la familia tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a reír.

– Es preciso que sepa que sus actos le acarrearán graves consecuencias para que no los repita-insistió Richard.

– Ah, bueno -dijo Ciara, alzando la voz-. Pero se está perdiendo toda esta comida tan rica. Mmmm… -agregó, relamiéndose.

– Basta, Ciara -la interrumpió bruscamente Elizabeth.

– O tendrás que ponerte de cara a la pared -concluyó Jack con impostada severidad.

La mesa en pleno estalló en carcajadas, con la excepción de Richard y Meredith, por supuesto.

– A ver, Ciara, cuéntanos tus aventuras en Australia -se apresuró a sugerir Frank.

– Oh, ha sido alucinante, papá-dijo Ciara con un brillo intenso en la mirada-. No dudaría en recomendar a cualquiera un viaje a ese país. -No obstante, el vuelo es espantosamente largo -intervino Richard.

– Sí que lo es, pero merece la pena con creces -replicó Ciara.

– ¿Te has hecho más tatuajes? -preguntó Holly.

– Sí, mira. -Ciara se levantó de la mesa y se bajó los pantalones, mostrando la mariposa que llevaba en el trasero.

Su madre, su padre, Richard y Meredith protestaron indignados mientras los demás no podían parar de reír. La situación se prolongó un buen rato. Finalmente, cuando Clara se hubo disculpado y Meredith dejó de tapar los ojos de Emily con una mano, la mesa recobró la calma.

– Esas cosas son repugnantes -opinó Richard con acritud.

– A mí las mariposas me parecen bonitas, papá -dijo Emily con inocencia.

– Sí, algunas mariposas son bonitas, Emily, pero me estoy refiriendo a los tatuajes. Pueden causarte toda clase de enfermedades y problemas.

La sonrisa de Emily se desvaneció.

– Oye, no me hice esto precisamente en un antro inmundo compartiendo agujas con traficantes de drogas, ¿sabes? Era un sitio perfectamente limpio -se excusó Ciara.

– Vaya, si eso no es un oxímoron es que nunca he oído uno -soltó Mered¡th.

– ¿Has estado en alguno últimamente, Meredith? -preguntó Clara con una contundencia un tanto excesiva.

– Bueno, yo… no -farfulló su cuñada-. No, nunca he estado en un sitio de ésos, gracias, pero estoy segura de que son así. -Se volvió hacia Emily-. Son lugares sucios y horribles, Emily, a los que sólo va gente peligrosa.

– ¿Tía Ciara es peligrosa, mamá?

– Sólo para las niñitas pelirrojas de cinco años -dijo Clara, masticando a dos carrillos.

Emily se quedó perpleja.

– Richard, cariño, ¿crees que Timmy quizá querría venir a comer algo ahora? -preguntó educadamente Elizabeth.

– Se llama Timothy -puntualizó Meredith.

– Sí, madre, creo que estaría bien que viniera -dijo Richard.

Muy disgustado, Timothy entró lentamente en el comedor con la cabeza gacha y, en silencio, ocupó su sitio al lado de Declan. El corazón de Holly saltó en defensa de su sobrino. Qué crueldad tratar así a un niño, qué crueldad impedirle ser un niño… De pronto sus compasivos pensamientos se esfumaron al notar que el pequeño le arreaba una patada en la espinilla por debajo de la mesa. Deberían haberlo dejado un rato más de cara a la pared.


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