– Vamos, Ciara, cuéntanos más. ¿Hiciste alguna maravillosa locura de las tuyas? ¿Alguna aventura? -quiso saber Holly.

– ¡Pues claro! Lo más impresionante fue mi salto de puenting. Bueno, en realidad hice unos cuantos. Tengo una foto. Se llevó la mano al bolsillo trasero y todos apartaron la vista por si tenía intención de mostrarles más partes de su anatomía. Afortunadamente, se lintitó a sacar la cartera. Hizo circular la foto por la mesa y siguió hablando. -El primero que hice fue desde un viaducto encima de un río y llegué a tocar el agua con la cabeza al caer…

– Oh, Ciara, eso parece muy peligroso -dijo su madre, tapándose la cara con las manos.

– Qué va, no tuvo nada de peligroso -la tranquilizó Ciara.

Cuando la fotografía llegó a Holly, ésta y Jack se echaron a reír. Ciara colgaba boca abajo de una cuerda, el rostro contraído en pleno grito de puro terror. El pelo (que entonces llevaba teñido de azul) le salía disparado en todas direcciones, como si la hubiesen electrocutado.

– Estás muy atractiva, Ciara. Mamá, tienes que enmarcarla y ponerla encima de la chimenea-bromeó Holly.

– ¡Eso! -Los ojos de Ciara se iluminaron al oír la propuesta-. Es una idea estupenda.

– Por supuesto, querida, quitaré la de tu primera comunión y la sustituiré por ésta -ironizó Elizabeth.

– La verdad es que no sé cuál de las dos da más miedo -dijo Declan.

– Holly, ¿qué vas a hacer para tu cumpleaños? -preguntó Abbey, inclinándose hacia ella. Estaba claro que ansiaba librarse de la conversación que mantenía con Richard.

– ¡Oh, es verdad! -exclamó Ciara-. ¡Vas a cumplir treinta dentro de pocas semanas!

– No pienso hacer nada importante -advirtió Holly a todos-. No quiero ninguna fiesta sorpresa ni nada por el estilo, por favor.

– ¿Qué? Pero tienes que celebrarlo…

– No, no tiene que celebrarlo si no tiene ganas de hacerlo -intervino su padre, guiñándole el ojo a Holly en señal de apoyo.

– Gracias, papá. Como mucho, saldré con unas amigas a bailar.

Richard chasqueó la lengua en señal de desaprobación cuando le llegó la foto y se la pasó a su padre, que rió entre dientes al ver el aspecto de Ciara. -Sí, estoy de acuerdo contigo, Holly -terció Richard-. Esas celebraciones de cumpleaños siempre acaban siendo un tanto vergonzosas. Adultos hechos y derechos portándose como niños, bailando la conga y bebiendo más de la cuenta. Tienes toda la razón.

– Bueno, el caso es que en realidad me gustan bastante esas fiestas, Richard -replicó Holly-. Lo que pasa es que este año no estoy de humor para celebraciones, eso es todo.

Tras unos segundos de silencio, Ciara dijo: -Una velada entre amigas, pues.

– ¿Puedo seguiros con la cámara? -preguntó Declan.

– ¿Para qué?

– Para tener unas secuencias de clubes y todo eso en clase.

– Bueno, si va a servirte de algo… pero que sepas que no vamos a ir a ningún sitio moderno de los que te gustan a ti.

– No, me da igual adónde vay… ¡Ay! -exclamó Declan, y fulminó a Timothy con la mirada.

Timmy le sacó la lengua y la conversación prosiguió. Cuando hubieron dado buena cuenta del segundo plato, Ciara abandonó el comedor y regresó con una gran bolsa.

– ¡Regalos! -anunció.

Timmy y Emily gritaron con entusiasmo. Holly esperó que Ciara se hubiese acordado de traerles algo.

Su padre recibió un bumerán multicolor que fingió arrojar a su esposa; Richard una camiseta con el mapa de Australia que enseguida extendió sobre la mesa para enseñar geografía a Timmy y Emily; Meredith no tuvo regalo, cosa que tuvo su gracia; Jack y Declan recibieron sendas camisetas con ilustraciones obscenas y una leyenda que rezaba ‹~He estado en el monte»; la madre de Holly se quedó encantada con un compendio de antiguas recetas aborígenes, y la propia Holly se emocionó con su trampa para sueños hecha con palitos y plumas de vivos colores.

– Para que todos tus sueños se hagan realidad -le susurró Ciara al oído antes de darle un beso en la mejilla.

Por suerte, Ciara había traído caramelos para Timmy y Emily, aunque guardaban un extraño parecido con los que vendían en la tienda de la esquina. Éstos les fueron bruscamente arrebatados por Richard y Meredith, alegando que iban a cariarles los dientes.

– Pues entonces devolvédmelos, que a mí no me da miedo la caries exigió Ciara.

Timmy y Emily miraron con tristeza los regalos de los demás y Richard los reprendió de inmediato por no concentrarse en el mapa de Australia. Timmy le hizo un puchero a Holly y de nuevo un sentimiento de afecto le llenó el corazón. En la medida en que los críos siguieran portándose de modo que merecieran el severo trato del que eran objeto, a Holly le resultaría más fácil aguantarlo. De hecho, quizás hasta le habría gustado ver cómo les daban una buena azotaina.

– Muy bien, más vale que vayamos tirando, Richard, o los niños caerán dormidos encima de la mesa anunció Meredith, aunque los pequeños estaban bien despiertos y no paraban de dar patadas a Holly y Declan por debajo de la mesa.

– Un momento, antes de que todos desaparezcáis -dijo el padre de Holly, levantando la voz por encima de las conversaciones. Se hizo el silencio-. Me gustaría proponer un brindis por nuestra guapa hija Ciara, ya que ésta es su cena de bienvenida. -Sonrió a su hija, complacida al convertirse en el centro de atención-. Te hemos echado de menos, cariño, y nos alegramos de que hayas vuelto a casa sana y salva -concluyó Frank, y alzó su copa¡Por Ciara!

– ¡Por Ciara! -repitieron todos, y apuraron el contenido de las copas.

En cuanto la puerta se cerró tras Richard y Meredith, los demás fueron marchándose uno tras otro. Holly salió al aire frío y caminó sola hasta el coche. Sus padres habían salido a despedirla con la mano desde la puerta, pero aun así se sentía muy sola. Normalmente se marchaba de las cenas en compañía de Gerry y, cuando no lo hacía con él, sabía que lo encontraría en casa. Mas no sería así esta noche, ni la noche siguiente ni ninguna otra.


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