– Algunos de tus instructores están preocupados por ti, Kimberly. Tu curriculum es impecable, en los exámenes siempre obtienes una puntuación superior al noventa por ciento y pareces tener cierta habilidad con las armas de fuego.

– ¿Pero? -preguntó ella, apretando los dientes.

– Pero también cuenta la actitud. Kimberly, ya llevas nueve semanas aquí y no tienes ningún amigo, ningún aliado ni ningún compañero. No ofreces nada a tus compañeros ni recibes nada de ellos. Eres una isla, pero el cumplimiento de la ley es, en última instancia, un sistema humano. Sin conexiones, sin amigos y sin apoyo, ¿cuan lejos crees que podrás llegar? ¿Cuan efectiva crees que podrás ser?

– Trabajaré en ello -replicó. Su corazón palpitaba con fuerza.

– Kimberly… -dijo él, adoptando ahora un tono amable. Ella arrugó aún más el ceño. Era fácil desviar la cólera, pero la amabilidad era peligrosa-. Ya sabes que eres muy joven.

– Pero cada día crezco un poco más -barbotó.

– Puede que este no sea el momento más adecuado para que te unas al FBI…

– Ningún momento será mejor que el presente.

– Creo que si te concedieras unos años más, si dejaras más espacio entre el presente y lo que le ocurrió a tu familia…

– ¿Estás diciendo que debo olvidarme de mi madre y mi hermana?

– No estoy diciendo eso.

– ¿Quieres que finja ser una simple contable que solo busca un poco de emoción en su vida?

– Kimberly…

– ¡He encontrado un cadáver! ¿De qué va todo esto? ¡Encuentro una desgracia en el porche principal de la Academia y de pronto pretenden echarme de una patada!

– ¡Basta! -Su tono fue tan severo que Kimberly optó por callar. Y en cuanto fue consciente de lo que acababa de decir, sus mejillas se sonrojaron. Apartó rápidamente la mirada.

– Ahora me gustaría regresar a clase -murmuró Kimberly-. Prometo que no diré nada. Valoro el trabajo que realiza el NCIS y no haré nada que ponga en peligro la investigación.

– Kimberly… -replicó su supervisor, con tono frustrado. Por un momento Kimberly pensó que iba a decir algo más, pero entonces sacudió la cabeza-. Tienes muy mal aspecto. Has perdido peso y es evidente que hace semanas que no duermes. ¿Por qué no vas a tu habitación y descansas un poco? Aprovecha esta oportunidad para recuperarte. No es ninguna vergüenza bajar un poco el ritmo, ¿sabes? Eres una de las estudiantes más jóvenes que hemos tenido en la Academia. Aunque no lo hagas ahora, siempre podrás hacerlo más adelante.

Kimberly no respondió, pues estaba demasiado ocupada intentando esbozar una amarga sonrisa. Había oído aquellas palabras con anterioridad. También por parte de un hombre mayor, un mentor, un hombre al que solía considerar su amigo. Dos días más tarde, aquel hombre le había apuntado a la cabeza con un arma.

– Por favor, no dejes escapar ni una sola lágrima. No puedes llorar.

– Hablaremos de nuevo dentro de unos días -dijo Watson, rompiendo el silencio en el que se había sumido la sala-. Puedes irte.

Kimberly abandonó el despacho y se dirigió hacia el vestíbulo. Mientras pasaba por delante de los diferentes grupos de estudiantes vestidos de azul, advirtió que los susurros ya habían comenzado. ¿Estarían hablando de su hermana y su madre? ¿O acaso de su legendario padre? ¿O quizá de lo que había ocurrido en el bosque, del cadáver y el hecho de que, de todos los estudiantes, fuera ella quien lo hubiera encontrado? Los ojos le escocían y se apretó las sienes con las manos. No estaba dispuesta a ceder a la autocompasión.

Kimberly cruzó las puertas del vestíbulo y fue recibida por un sol abrasador, Al instante, perlas de sudor adornaron su frente y la camiseta se aferró a su piel.

No regresó a su cuarto, pues quería terminar de analizar la escena antes de que el NCIS hablara con ella. Suponía que transcurriría una hora antes de que alguien fuera en su búsqueda.

Y una hora era más que suficiente.

Kimberly echó a andar en línea recta hacia el bosque.



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