Capítulo 7

Quántico, Virginia

10:03

Temperatura: 30 grados

– Una vez más, Kimberly: ¿por qué abandonaste la ruta de la carrera de entrenamiento?

– Me detuve porque tenía agujetas en el costado. Empecé a caminar intentando que se me pasaran y… no me di cuenta de lo mucho que me había alejado.

– ¿Fue entonces cuando viste el cuerpo?

– No -contestó, sin parpadear-. Advertí que un poco más adelante había algo y me acerqué para ver qué era. Entonces… bueno, ya sabes el resto.

Tras mirarla durante unos instantes con el ceño fruncido, Mark Watson, el supervisor de su clase, se recostó en el asiento. Kimberly se encontraba en su reluciente y enorme despacho, sentada enfrente de él. El sol de la mañana se filtraba por las ventanas y una mariposa monarca de color naranja revolotea al otro lado del cristal. Era un día demasiado hermoso para estar hablando de muerte.

Al oír el grito de Kimberly, dos de sus compañeros habían acudido a todo correr. Antes de que llegaran, ella ya se había inclinado sobre la joven y le estaba tomando el pulso. No lo encontró, por supuesto, pero tampoco lo había esperado, pues sus grandes y vidriosos ojos marrones no eran la única señal que anunciaba que la muchacha estaba muerta. También lo sugería el modo en que su boca había sido cosida con un hilo negro y grueso, que había sellado sus pálidos labios en una imitación macabra de la muñeca Raggedy Ann. Quienquiera que lo hubiera hecho se había asegurado de que la joven no iba a gritar.

Uno de sus compañeros no tardó demasiado en vomitar, pero Kimberly mantuvo la compostura.

Alguien había ido en busca de Watson que, tras ver el grotesco hallazgo, se había puesto en contacto con la policía del FBI y el NCIS, el Servicio de Investigación Criminal Naval. Al parecer, una muerte en los terrenos de la Academia no era competencia del FBI, sino del NCIS, pues esta unidad era la encargada de proteger y servir a los marines.

Kimberly y sus compañeros de clase se habían visto obligados a abandonar la escena cuando los marines, ataviados con sus trajes de camuflaje de color verde oscuro, y otros agentes especiales más sofisticados, vestidos con camisas blancas, habían acudido al lugar en el que descansaba el cadáver. En estos momentos había varios equipos trabajando en el bosque: los investigadores forenses fotografiaban, bosquejaban y analizaban la escena; el médico forense examinaba el cadáver en busca de pistas, y otros oficiales guardaban y etiquetaban las pruebas que encontraban.

Pero Kimberly estaba sentada en un despacho, lo más lejos posible de la escena del crimen que su bienintencionado supervisor había podido llevarla. Estaba tan nerviosa que le temblaba una de las rodillas, así que cruzó los tobillos por debajo del asiento.

– ¿Qué pasará ahora? -preguntó, en voz baja.

– No lo sé. -El hombre guardó silencio unos instantes-. Te seré franco, Kimberly. Es la primera vez que nos encontramos en una situación como esta.

– Eso es bueno -murmuró.

Watson esbozó una pequeña sonrisa.

– Hace algunos años ocurrió una tragedia. Un estudiante de la Academia Nacional perdió la vida durante las prácticas de tiro. Era relativamente joven, así que su muerte dio pie a todo tipo de especulaciones. Sin embargo, el médico forense dictaminó que había muerto por un ataque de corazón fulminante. Siguió tratándose de una tragedia, pero teniendo en cuenta la cantidad de gente que pasa por aquí cada año, la conmoción fue menor. Lo que acaba de ocurrir, en cambio… estas instalaciones dependen en gran medida de las buenas relaciones con las comunidades vecinas, así que cuando corra la noticia de que ha aparecido muerta una joven de la zona…

– ¿Cómo saben que es de la zona?

– Por la sencilla regla de las probabilidades. Parece demasiado joven para trabajar aquí y, si estuviera en el FBI o en los marines, alguno de sus compañeros la habría reconocido. Por lo tanto, tiene que ser una persona ajena al complejo.

– Podría ser la novia de alguien -se aventuró Kimberly-. El hecho de que su boca… Quizá respondió mal a su novio demasiadas veces.

– Es posible. -Watson le dedicó una mirada inquisitiva, de modo que Kimberly se apresuró a añadir:

– Pero tú no lo crees.

– ¿Por qué no voy a creerlo?

– Porque no hay signos de violencia. Si se tratara de un conflicto doméstico, de un crimen pasional, su cuerpo mostraría señales de maltrato: heridas, cortes, arañazos… Sin embargo, no tiene ni un solo rasguño en los brazos ni en las piernas. Salvo en la boca, por supuesto.

– Quizá solo la golpeó allí donde nadie pudiera verlo.

– Quizá -su tono era vacilante-. Pero eso tampoco explica que decidiera deshacerse del cadáver en una base de los marines.

– ¿Por qué crees que alguien se deshizo del cuerpo? -preguntó Watson, frunciendo el ceño.

– Porque la escena no ha sido alterada en modo alguno -respondió Kimberly al instante-. De hecho, ni siquiera había huellas en el suelo hasta que encontré el cadáver. -Frunció el ceño y le dedicó una mirada enigmática-. ¿Crees que estaba viva cuando la trajeron a este lugar? No es sencillo acceder a la base. Anoche, cuando los vi por última vez, los marines estaban operando en condición Bravo, lo que significa que todas las entradas estaban vigiladas y los visitantes debían mostrar sus identificaciones para poder entrar. No todo el mundo puede acceder a los terrenos de la Academia, ni vivo ni muerto.

– No creo que sea el momento de…

– Sin embargo, eso tampoco tiene sentido -prosiguió Kimberly, arrugando aún más el ceño-. Si la muchacha hubiera estado viva, tendría que haber solicitado un pase de seguridad… y es más difícil conseguir dos que solo uno. Por lo tanto, es probable que ya estuviera muerta. Quizá viajaba en el maletero de un coche. Nunca he visto que los guardias inspeccionen los vehículos, de modo que es posible que la escondieran en uno. Por supuesto, esta teoría implica que el asesino se deshizo deliberadamente del cadáver en los terrenos del FBI. -Sacudió la cabeza con brusquedad-. Y eso no tiene ningún sentido. Si vivieras aquí y asesinaras a alguien, aunque fuera de forma accidental, lo último que harías sería dejar su cuerpo en el bosque. Más bien, te asegurarías de sacarlo lo más rápido posible de la base y llevártelo bien lejos. Dejar el cadáver aquí es una verdadera estupidez.

– No creo que sea el momento de hacer conjeturas -dijo Watson, con voz calmada.

– ¿Crees que intenta expresar su opinión personal contra la Academia? -preguntó Kimberly-. ¿O quizá contra los marines?

Ante aquel comentario, las cejas de Watson cobraron vida. Era evidente que Kimberly había rebasado alguna línea, pues la expresión de su rostro indicaba que aquella conversación había llegado definitivamente a su fin. El inspector se inclinó sobre la mesa y le dijo:

– Escúchame bien. De ahora en adelante, el NCIS se ocupará de esta investigación. ¿Sabes algo sobre el Servicio de Investigación Criminal Naval?

– No…

– Pues deberías. El NCIS cuenta con más de ochocientos agentes especiales, listos para ser enviados a cualquier lugar del mundo en cualquier momento. Esos agentes han trabajado en casos de asesinato, violación, maltrato doméstico, fraude, narcotráfico, extorsión, terrorismo y demás. Cuentan con una unidad que se encarga de investigar casos abiertos, tienen sus propios expertos forenses y poseen sus propios laboratorios criminalistas. ¡Por el amor de Dios! Fueron ellos quienes se encargaron de la investigación del bombardeo del USS Coley, por lo tanto, es evidente que sabrán ocuparse de un cadáver que ha aparecido en una base de los marines. ¿Queda claro?

– No pretendía decir…

– Todavía te estás formando, Kimberly. No eres una agente especial, sino una nueva agente. No olvides esa diferencia.

– Sí señor -replicó, enderezando la espalda y alzando la barbilla. Sus ojos llameaban ante aquella inesperada reprimenda.

Entonces, la voz de su supervisor se suavizó.

– Por supuesto, el NCIS querrá hacerte algunas preguntas -añadió-. Y por supuesto, tú las responderás lo mejor que sepas, pues es muy importante que las agencias que trabajan para el cumplimiento de la ley cooperen entre sí. Sin embargo, a partir de ese momento todo acabará, Kimberly. Quedarás fuera de la foto, regresarás a clase y, aunque no creo que sea necesario decirlo, te mantendrás tan callada como un ratón de iglesia.

– ¿Sin hacer preguntas y sin hablar? -preguntó ella, con sequedad.

Watson no intentó sonreír.

– Son muchas las ocasiones en las que un agente del FBI tiene que hacer gala de una absoluta discreción. Un agente que carezca de prudencia no puede dedicarse a este trabajo.

La expresión de Kimberly desfalleció y sus ojos se posaron en la moqueta. Watson la miraba con un semblante tan severo que casi resultaba amenazador. Kimberly había encontrado el cadáver por accidente y, sin embargo, aquel hombre la trataba como si fuera una creadora de conflictos, como si fuera la culpable de que la Academia tuviera que enfrentarse ahora a este problema. Sabía que el curso de acción más seguro era hacer exactamente lo que le había dicho: levantarse, sellar sus labios y mantenerse alejada del caso.

Pero a Kimberly nunca se le había dado bien moverse sobre seguro.

Levantó la mirada y miró a su supervisor a los ojos.

– Me gustaría que el NCIS me permitiera colaborar en la investigación.

– ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?

– Tengo cierta experiencia en estos asuntos…

– ¡No sabes nada de estos asuntos! No confundas lo personal con lo profesional…

– ¿Por qué no? Una muerte violenta es una muerte violenta. Ayudé a mi padre cuando mi madre fue asesinada y dentro de siete semanas me convertiré en una verdadera agente del FBI. ¿Qué daño puede hacer que empiece un poco antes de tiempo? Al fin y al cabo, fui yo quien encontró el cadáver. -Advirtió que, sin darse cuenta, había adoptado un tono posesivo. Acababa de dar un paso en falso, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás.

El rostro de Watson se había ensombrecido de un modo peligroso. Si antes le había parecido severo, ahora le resultaba intimidante.

– Kimberly… seamos francos. ¿Qué tal crees que lo estás haciendo en la Academia?

– Persevero.

– ¿Y crees que ese es el objetivo de un nuevo agente?

– Algunos días.

Su interlocutor esbozó una sombría sonrisa y apoyó la barbilla en sus manos.


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