Kimberly agachó la cabeza y pensó en la pobre muchacha, perdida en medio de un bosque hostil y bajo un sol abrasador, intentando avanzar por aquel terreno irregular con tacones y un vestido de fiesta. Se preguntó sí habría bebido el agua con rapidez, convencida de que pronto la encontrarían… o si la habría racionado desde el principio, temiéndose lo peor.
– ¿Y la segunda pareja? -preguntó, con un hilo de voz.
Mac se encogió de hombros. Sus ojos eran oscuros y sombríos.
– Tampoco sabíamos lo que teníamos que hacer. En el mismo instante en que apareció el primer cadáver en las proximidades de la garganta, todos establecimos la misma conexión: pensamos que a nuestro asesino le gustaba secuestrar muchachas jóvenes y esconderlas en la garganta. Debido a las elevadas temperaturas, la Oficina del Sheriff del condado de Rabun hizo lo lógico y centró todos sus recursos en buscar a su amiga en el parque. Transcurrió una semana entera antes de que empezáramos a pensar que podría no estar allí, pero tampoco lo sabíamos con certeza.
– ¿Cuáles eran las pistas?
– Encontramos muestras de pelusa blanca en la camiseta roja de Josie Anders, barro seco en sus zapatos, cuatro semillas en la cartera y un número de teléfono garabateado en una servilleta de papel que guardaba doblada en el bolsillo delantero.
– ¿La pelusa y las semillas tenían algo que ver con el algodón? -conjeturó Kimberly.
– Tras efectuar un análisis exhaustivo supimos que las semillas eran de algodón, que la pelusa provenía de la semilla de algodón, que el barro mostraba niveles elevados de materia orgánica y que el número de teléfono pertenecía a Lyle Burke, un electricista jubilado de sesenta y cinco años que vivía en Savannah y que nunca había oído hablar de esas muchachas y menos aún del Roxie's Bar, el último local donde fueron vistas con vida.
– El condado de Burke -dijo Kimberly.
Mac asintió.
– En el estado de Georgia, el algodón no es una pista demasiado justa, pues hay noventa y siete condados que se dedican a su cultivo. El hecho de que el asesino nos proporcionara el número de teléfono… Creo que, en cierto modo, consideró que debía dárnoslo para jugar con deportividad, pues ese número nos permitía centrar la búsqueda en un área de doscientas mil hectáreas. Si hubiéramos prestado atención… -Se encogió de hombros-. Sus puños se abrían y cerraban, indicando su frustración.
– ¿Cuándo empezaron a encajar las piezas en su sitio? -preguntó Kimberly.
– Dos meses después de que el cadáver de Kasey Cooper fuera hallado en el campo de algodón. En cuanto recibimos el último informe, establecimos las conexiones pertinentes: oh, tenemos cuatro muchachas que han desaparecido por parejas. En ambos casos, el cadáver de la primera ha aparecido de inmediato junto a una carretera principal. Y en ambos casos, la segunda no ha sido hallada hasta varios meses después, en un área remota y peligrosa. Y en el cuerpo de la primera hemos encontrado pruebas que indicaban la ubicación de la segunda. Oh, quizá si descifráramos más rápido esas pistas, podríamos encontrar a las chicas a tiempo. Oh, sí. Eso tiene sentido. -Mac dejó escapar el aliento. Parecía molesto, pero siguió hablando.
– Decidimos reunir a un grupo de expertos, pero no dimos a conocer esta información al público. Trabajamos entre bambalinas, buscando a los mejores profesionales de Georgia: biólogos, botánicos, geólogos, entomólogos… Les pedimos que pensaran en el asesino y nos dijeran lugares posibles donde podía atacar. Nuestro objetivo era prevenir nuevas muertes…, pero si no lo conseguíamos y volvía a matar, esos expertos podrían examinar las pistas y proporcionarnos respuestas en tiempo real.
– ¿Y qué ocurrió? -preguntó Kimberly.
– Llegó el año 2000 -respondió, con voz triste-. El año que pensábamos que nos habíamos vuelto más listos. Sin embargo, fue un absoluto desastre. Nuestro asesino secuestró a dos parejas más y murieron tres muchachas. -Mac consultó el reloj, sacudió la cabeza para desembarazarse de lo que iba a decir y, para sorpresa de Kimberly, la cogió de la mano-. Pero eso forma parte del pasado y esto es el presente. Si nuestro hombre es el Ecoasesino, no disponemos de demasiado tiempo. El reloj hace tictac. Y necesito que me ayudes.