– Se le ha ocurrido que viniendo aquí podría haberse colocado usted misma en la misma posición inaceptable que el tuo fratello? Yo podría estar aliado con Don Rivellio. ¿Que evita que me de la vuelta y le repita sus traicioneras palabras? Seguramente sería más fácil que su propuesta, y me ganaría no solo la gratitud del don, sino que también me debería un favor. El mundo del poder opera sobre intrigas y favores. -Su voz había caído otro octavo, y ella se estremeció apesar de la calidez del fuego. Seguramente nadie había comunicado tanta amenaza con una voz tan suave.

Ella alzó la barbilla desafiante.

– Soy bien consciente del riesgo que estoy corriendo.

– ¿De veras? -Las dos palabras fueron bajas, casi un susurro. Ominoso. Amenazador-. En realidad no creo que tenga ninguna idea -El silencio se extendió entre ellos hasta que Isabella deseó gritar. El halcón sobre el brazo del don la miraba con ojos implacables-. ¿Qué clase de hombre enviaría a su hermana a suplicar por su vida? Él debe haber sabido que estaba arriesgándose usted misma viniendo aquí.

Los dientes de ella tiraron del labio inferior.

– En realidad se enfadaría conmigo si lo supiera. Pero sentí que no tenía elección

– ¿Suplicó tan elocuentemente a Don Rivellio? -Esta vez la voz transportaba alguna otra cosa, algo innombrable, pero que avivó un terrible temor en su corazón. Vio los dientes blancos, como si aél los apretara ante la mera idea de semejante cosa.

– No, no pude obligarme a hacer algo semejante. ¿Va a ayudarme? -No pudo contener la impaciencia en su voz.

– ¿Cuales son sus intenciones si no lo hago? -Al menos no la había despachado inmediatamente.

– Tendría que intentar un rescate yo misma.

Él se movió entonces, dientes blancos brillando hacia ella en la oscuridad. Burlona diversión.

– Ya veo. ¿Y si estoy de acuerdo en ayudarla con este plan para liberar a su culpable fratello, qué gano yo? No tiene tierras que darme. No tiene dinero. Su lealtad hacia el tuo fratello es encomiable, pero dudo que yo produzca la misma en en usted. ¿Cómo tiene intención de recompensarme? ¿O espera que arriesgue mi vida y las vidas de mis soldados por nada?

– Por supuesto que no -La sorprendía que pensara semejante cosa de ella-. Soy una Vernaducci. Nosotros pagamos nuestras deudas. Tengo las joyas de la mia madre. Valen una pequeña fortuna. Y mi montura. Es de buena casta. Y yo misma soy una buena trabajadora. Puede que no crea que le entregaré la misma lealtad, pero a cambio de la vida del mio fratello, trabajaré duro para usted. Huí de nuestra casa, así que no tendré problema en convertirme en una domestici, y sé qué esperar -miró directamente a las sombras del nicho, hundiendo las uñas incluso más profundamente en sus palmas mientra su corazón latía a un ritmo salvaje.

– Yo no llevo joyas, y tengo muchos caballos. También tengo muchas domestici, todas bastante leales y muy capaces de hacer su trabajo.

Los hombros de ella se encorvaron. Se hundió en la silla, luchando desesperadamente por no llorar. Pero continuó mirando hacia el nicho oscurecido, sin querer romper el contacto con su única esperanza.

– ¿Qué más estaría dispuesta a intercambiar por la vida del tuo fratello? -Las palabras fueron suaves-. ¿Cambiaría su vida por la de él?

Al momento se le quedó la boca seca, y su corazón casi se detuvo. Pensó en el sobrenatural grito de agonía que había oído en medio de la noche. El terrible rugido de las bestias. ¿Sacrificaría él mujeres a los leones para algún dios pagano? ¿Presenciaba como seres humanos eran desgarrados en pedazos simplemente por su propio placer pervertido? Ella sabía que eran los que tenían mucho poder los que cometían las peores atrocidades.

– Creo que sabe que haría cualquier cosa para salvarle -respondió ella, de repente muy asustada.

– Una vez dé su aprobación, no podrá retractarse de su palabra -advirtió él.

– ¿Él obtendrá el perdón? -Inclinó la barbilla, haciendo gala de valentía.

– ¿Intercambiará su vida por la del tuo fratello? ¿Tengo su palabra de honor?

Ella se puso en pie rápidamente; no podía quedarse quieta.

– Con gusto -dijo desafiantemente, orgullosamente, en cada centímetro una Vernaducci. Incluso su padre habría estado orgulloso de ella en ese momento.

– ¿Y puedo confiar en la palabra de una mujer? -La voz de él fue suave, casi acariciante, incluso mientras la insultaba con su pregunta.

Los ojos de Isabella relampaguearon hacia él con una pequeña llamarada de genio.

– Mi palabra no se da a la ligera, signore. Le aseguro, que es tan buena como la suya.

– Entonces está hecho. Permanecerá aquí, en mi palazzo, y en el momento en que estemos casados, me aseguraré de que su hermano sea liberado. -Había una sombría finalidad en sus palabras.

Ella jadeó en voz alta, una suave protesta. Esta era la última cosa que había esperado. Sus ojos se abrieron de par en par mientras intentaba ver en el interior del nicho oscurecido. Para verle, para ver su cara. Tenía que verle.

– No creo que sea necesario casarse. Me alegrará bastante permanecer como domestici en su palazzo. -Hizo una reverencia deliberadamente-. Se lo aseguro, signore, soy una buena trabajadora.

– No tengo necesidad de otra domestica. Necesito una esposa. Se casará conmigo. Ha dado su palabra de honor, y no la liberaré de ella. -Ese extraño y bajo gruñido retumbó profundamente en su garganta, y el pájaro en su brazo sacudió las alas nerviosamente, como repentinamente nervioso o dispuesto a atacar. Sus ojos redondos miraban a Isabella tan implacablemente como los ojos entre las sombras. El corazón de Isabella tartamudeó, y se aferró al respaldo de la silla para estabilizarse, pero su mirada se fijó en el nicho, negándose a dejarse intimidar.

– No pedí ser liberada, Don DeMarco. Simplemente intentaba señalar que no esperaba que se casara usted conmigo. No tengo dote, ni tierra, ni nada que aportar al matrimonio. -Debería haber estado encorvada de alivio de que no fuera a alimentar con ella a sus leones, pero en vez de eso estaba más asustada que nunca-. El mio fratello está enfermo. Necesitará cuidados. Debe traérsele aquí inmediatamente para que pueda atenderle hasta recuperar la salud.

– No toleraré interferencias de su hermano. Él no querrá que intercambie usted su vida por la de él. Debe creer que nuestro matrimonio es por mutuo afecto.

Después de todo lo que había pasado, su alivio fue tan tremendo que Isabella temió que pudiera derrumbarse. Podía sentir las lágrimas atascando su garganta y nadando en sus ojos, y dio la espalda al don para mirar fijamente al fuego, esperando que él no notara su debilidad. Esperó hasta que estuvo segura de poder controlar su voz.

– Si salva al mio fratello, no tendré que fingir afecto por usted, Don DeMarco. Así será. Le he dado mi palabra. Por favor haga los preparativos. Cada momento cuenta, cuando la salud de Lucca está decayendo, y Don Rivellio ha ordenado su muerte al final de este ciclo lunar. -Se volvió a hundir en la silla para evitar derrumbarse en un penoso montón en el suelo.

– No haga promesas que no pueda mantener, Signorina Vernaducci. Todavía no ha visto a su novio. -Había una nota siniestra en su voz, una advertencia dura e implacable.

Él se adelantó entonces… ella le sintió moverse en vez de oírle… pero no apartó la mirada del fuego. De repente no quería verle. Quería estar a solas consigo misma para darse tiempo a recuperar fuerza y coraje. Pero sus piernas estaban demasiado temblorosas para conducirla fuera de los aposentos de él. Él entró a zancadas en su campo de visión, alto y musculoso, un varón poderoso y adecuado, alzando el brazo para permitir que el halcón se posara sobre una percha colocada en un nicho lejos del fuego. Y después caminó hacia ella. Mientras se aproximaba Isabella fue consciente de lo silenciosamente, lo rápidamente, lo fluídamente, que se movía.


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