El roce de su mirada fue casi tan potente como el toque de los dedos de ella. Si era posible, su cuerpo se endureció aún más.

– ¿Tienes miedo de venir conmigo? -preguntó suavemente, gentilmente, con un dejo de vulnerabilidad en su tono. ¿Qué importaba la decencia cuando había semejante pena profunda en los ojos de ella? ¿Cuando ella se encorvaba de cansancio? Cuando parecía tan sexy que su cuerpo estaba ardiendo en llamas.

Fue esa ligera interrupción, ese simple indicio de una nota indefensa en su voz, eso lo cambió todo para Isabella. Él parecía alto y enormemente fuerte,con poderes casi ilimitados, pero temía que ella pudiera no desearle con su terrible legado. ¿Que mujer cuerda lo haría? La estaba seduciendo con su voz. Con sus ardientes ojos. Con la oscura intensidad de sus emociones, con su soledad y su increíble valor al encarar sus pesadas responsabilidades. ¿Quién le amaría sino ella? ¿Quién aliviaría el dolor en las profundidades de sus ojos si no ella? La mirada de Isabella vagó deliberadamente sobre su cuerpo, posándose por un momento en la gruesa evidencia de su excitación bajo los calzones. ¿Quién aliviaría el sufrimiento de su cuerpo cuando ninguna otra mujer podría encontrar el valor de mirarle y ver más allá de los estragos de una antigua maldición?

Isabella alzó la barbilla, con los ojos fijos en los de él. Podía pasar toda una vida mirándole a los ojos. Se permitió a sí misma ser hipnotizada, cautivada.

– En absoluto, signore. ¿Por qué tendría miedo de usted? Una Vernaducci es más fuerte que cualquier maldición.

Se enderezó, después inclinó la cabeza a un lado para capturar su largo pelo entre las manos. Le llevó unos momentos escurrir la humedad de la gruesa masa. Mantuvo la mirada fija en él, necesitando su fuerza, necesitando su reacción. Isabella avanzó lentamente hacia los escalones, el agua la acarició a cada centímetro del camino. Se deslizaba sobre su piel, sedosa y húmeda, tocando sus pechos y su estómago hasta que le dolió de deseo. Deliberadamente, provocativamente, arrastró los pies y emergió lentamente, avanzando hacia él a través del vapor y los remolinos de agua.

Nicolai supo que había cometido un terrible error en el momento en que ella dio el primer paso hacia él. Su visión hizo que se le debilitara las rodillas y el corazón le martilleara. Su erección era gruesa, pulsante de dolor. Se sentía pesado por el deseo, pero no importaba. Nada importaría hasta que examinara cada centímetro de su piel para asegurarse de que ningún daño le había sobrevenido.

Su corazón se había detenido cuando le informaron del accidente. Su garganta se había cerrado, y por un terrible momento no pudo respirar. No pudo pensar. La bestia se había alzado inesperadamente haciendo que deseara matar. Mutilar, desgarrar y destruirlo todo. A todo el mundo. La pura intensidad de sus emociones le había aterrorizado.

La empujó hacia él, aplastándola contra su cuerpo, enterrando la cara en la húmeda masa de su pelo. Ella le empapó la ropas, pero no le importó. La sostuvo firmemente, intentando calmar su salvaje corazón, intentando volver a respirar. Cuando el temblor cesó y se sintió más firme, Nicolai la mantuvo a una distancia prudencial y comenzó una lenta inspección de su cuerpo. Muy gentilmente le dio la vuelta y empujó la larga cuerda de su pelo sobre su hombro para exponer su espalda. Las marcas de garras estaban empezando a sanar. Sus manos se movieron sobre ella reverentemente, necesitando sentir su suave piel. La sostuvo por los hombros mientras se inclinaba para saborearla. Su lengua encontró las furiosas y crudas marcas de valor y lamieron las gotas de agua.

Isabella se mordió el labio inferior y cerró los ojos contra las sensaciones que su boca estaba creando mientras perezosamente él seguía el contorno de su espalda hacia sus nalgas. Unas manos le acunaron el trasero, amasaron su carne, después se curvaron sobre sus caderas para deslizarse hacia arriba por su estrecho torso. Empujó su espalda contra él. Ella podía sentir su dura erección presionaron con fuerza contra su piel desnuda, solo sus calzones los separaban.

– Isabella -respiro su nombre suavemente en el hueco de su hombro. Sus dientes le mordisquearon el cuello gentilmente mientras con las manos tomaba el peso de sus pechos, y los pulgares le acariciaban los pezones-. Voy a hacerte mía. No puedo detenerme esta vez-. Le besó el arañazo de la sien. Su lengua se arremolinó sobre las heridas punzantes de los hombros, dejando atrás un dulce dolor-. Tengo que tenerte.

– Ya soy tuya -susurró ella, sabiendo que era cierto. Su lugar estaba con Nicolai DeMarco.

Volvió la cara hacia él, deseando ver su expresión. Las manos masculinas le enmarcaron la cara, e inclinó la cabeza hacia ella. Su boca quedó suave y flexible, abriéndose a él para que pudiera acaricia su lengua, ardiente y rápida, y Nicolai se encontró devastando su boca cuando lo que quería era ir despacio. Se obligó a sí mismo a domar su beso, a evitar devorarla. Cuando alzó la cabeza, ella le contemplaba, aturdida, tan confiada que sintió cayó de rodillas ante un gemidos, sus brazos le envolvieron la cintura, descansando su cara marcada contra el estómago. Allí donde su hijo crecería. La idea le trajo otra oleada de amor, abrumadoramente intensa. Su mente estaba rugiendo de deseo por ella, por la necesidad de enterrar su cuerpo profundamente en el de ella y emerger juntos. La deseaba tanto que temblaba de deseo. Sus manos se deslizaron hacia arriba por la curva de las pantorrillas, las rodillas, encontrando sus muslos.

Se le escapó un sonido. Estaba temblando.

– No creo que pueda hacer esto.

– Tengo que tener más -le susurró él, y deslizó una mano entre los muslos, acariciando y rozando. Su suave gemido le tensó todo el cuerpo. Empujó su palma firmemente contra el ardiente núcleo de ella, sintiéndolo humedecido, y sonrió, complacido con la evidencia de su excitación. Se inclinó hacia ella y la saboreó, su lengua acarició allí donde sus manos habían estado, decidido a que le deseara, le aceptaría, no sentiría nada más que placer.

– ¿Qué estás haciendo? -jadeó, sus manos le amasarone el pelo. Tenía miedo de que las piernas le fallaran, pero no quería que parara. Nunca.

La lengua acarició de nuevo

– Sabes a miel caliente -murmuró él mientras se permitía ser indulgente, sujetándola mientras se alimentaba, adorando la forma en que se aferraba a él y su cuerpo se tensaba y temblaba-. Podría pasarme la vida saboreándote -susurró, frotando su boca sobre el estómago antes de subir-. Te llevará a mis habitaciones.- La cogió en brazos haciendo que sus pechos se rozaron contra su pecho. Isabella le envolvió los brazos alrededor del cuello.

– Mi habitación, por favor, Nicolai. Estaremos a salvo allí. No tendré miedo. -A penas podía respirar de deseo, y cuando él inclinó la cabeza para lamerle el pezón con la lengua, sintió otra ola de calor húmedo rezumando en invitación entre sus piernas.

No estaba seguro de poder aguantar, pero no iba a tomar la inocencia de Isabella sobre los azulejos como un joven caliente y egoísta. Mientras se abría paso a través del pasadizo oculto, dejó de besarla varias veces. Una vez, justo fuera del dormitorio, permitió que sus pies tocaran el suelo mientras la presionaba contra una pared y tomaba su boca, sus manos vagando sobre el cuerpo de ella.

Isabella encontró su boca un maravilloso misterio, un lugar de erótica belleza. Esta la lanzó a otro tiempo y lugar, donde su cuerpo ardía deliciosamente y le anhelaba, anhelaba la sensación y sabor de él. Nunca tendría suficiente de sus besos, nunca conseguiría suficiente de su cuerpo. Atrevidamente deslizó las manos bajo su túnica para encontrar los músculos del pecho. Su piel estaba caliente. No pudo resistirse a frotar la mano sobre el gran bulto de sus calzones.

Nicolai casi explotó. Volvió en si con la boca en sus pechos y sus dedos profundamente dentro del cuerpo de ella. Estaba intentando arrancarse los calzones, y la frustración le trajo de vuelva a la realidad. Tomó aliento, la respiró, y una vez más la acunó. Le estaba ofreciendo a sí misma sin reservas, un regalo que estaba decidido a atesorar.


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