Isabella podía sentirle rodeándola, sus brazos fuertes, cada músculo tenso, su cuerpo empujando dentro y fuera de ella. Estaba profundamente dentro de ella, el placer aumentó y aumentó hasta que la abrumó, hasta que cada célula de su cuerpo se estiró más allá de lo soportable y se estremeció de placer. Hasta que su cuerpo ya no fue suyo sino de él, para enseñar y tocar como un instrumento hasta que se fragmentó, explotó, se disolvió. Hasta que no hubo parte de ella que no estuviera ardiento y girando fuera de control.

Sintió el cuerpo de él hinchándose, endureciéndose incluso más, la fricción tan intensa que era más de lo que podía soportar. Los envió a ambos rodando por un acantilado y cayendo a través del espacio. Estallaron colores en su mente, látigos de relámpago danzaron en su sangre. Esta vez él se colapsó sobre ella, conduciéndola al suelo, donde yacieron en un enmarañado montón, demasiado exhaustos para moverse. Yacieron todavía por algún tiempo, con los corazones palpitantes, el calor tan intenso que se formaron gotas de sudor entre sus cuerpos, pero ninguno podía encontrar la energía para apartarse del fuego.

El pelo salvaje de Nicolai estaba por todas partes, sus ropas estaban desarregaldas, y sus brazos y piernas estaba enredados. Isabella giró la cabeza.

– ¿Qué me has hecho? No puedo moverme.

– Yo tampoco -dijo él, la satisfacción ronroneaba en su voz-. Ni siquiera si la bestia deseara salir, no podría -Se estiró lo suficiente como para presionar un beso contra su nuca.- Supongo que tendrás que pasar tus noches y días haciendo el amor conmigo.

– Moriremos.

– Es la mejor forma de hacerlo -señaló él. Su mano le acarició las nalgas desnudas, enviando un nuevo relámpago chispeando a través de su cuerpo.

La risa en respuesta de Isabella quedó amortiguada contra la alfombra. Cerró los ojos y descansó, escuchando el firme ritmo del corazón de él. No se había sentido tan en paz, tanta sensación de pertenencia, desde que había estado en su propia casa. Era tan correcto con Nicolai.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó él bruscamente.

– En que mi sitio está aquí contigo. Esto es correcto, como tiene que ser. Soy feliz contigo. -Suspiró suavemente- Hecho de menos a Lucca y mi finca, pero quiero estar aquí contigo. Mi casa era un lugar feliz la mayor parte del tiempo… si podía mantenerme fuera del camino del mio padre -dijo desamparadamente-. Yo le quería, pero él era distante y me desaprovaba. Nunca le parecí valiosa.

La tristeza en su voz se retorció en las entrañas de Nicolai como un cuchillo. Rodó, llevándola con él para poder sentarse contra la pared, acunándola en su regazo, sus brazos protectores.

– Yo creo que eres más valiosa de lo que es posible que él supiera jamás. Tuviste el valor de acudir a mí cuando la mayor parte de los hombres rehusan entrar a este valle -Le besó la coronilla-. Salvaste la vida de tu hermano, Isabella.

– Eso espero. Espero que llegue aquí y se recobre completamente -sus ojos ocultaban sombras-. Pero después tendrá que afrontar lo que nosotros no queremos afrontar. Que hay un león que a cada paso busca derrotarnos.

– No un león -protestó él -La maldición. Un león es simplemente una bestia inteligente, no es necesariamente malvado sino que actua institivamente.

Sus palabras le dijeron a Isabella que se veía a sí mismo en parte bestia. La esperanza que estaba floreciendo en ella uorió calladamente. Un estremecimiento la atravesó.

– Como tu instinto te dirá que me mates.

Él la sostuvo entre sus brazos, acunándola protectoramente, apartándole mechones de pelo de la cara.

– Encontraremos un modo, Isabella. No pierdas la esperanza conmigo. Encontraremos un modo. Te lo prometo. La bestia estuvo cerca esta vez, pero no ganará.

Pensó que estaba equivocado, pero no digo nada. La bestia ya había ganado. Nicolai la aceptaba en su vida, como parte de quién y qué era. Siempre había aceptado su legado, siempre había sabido que tomaría una esposa que le proporcionaría un heredero. Que le proporcionaría a otro guardían para los leones y el valle. Y algo dispararía que el león la matara. Él no creía que sus fuerzas combinadas y el amor pudieran superar a la bestia, la maldición.

Cerró los ojos por un momento y se apoyó contra su calidez. Contra su fuerza. Era la primera vez que se sentía tan cerca de la derrota. Era la primera vez que crecía que marido podría realmente asesinarla.

Al momento deseó alejarse de él, del palazzo donde todas las cosas la conducían de vuelta a él. Necesitaba a su hermano. Necesitaba normalidad. No podía permitir que la desesperación la atrapara.

– Tienes obligaciones, Nicolai, y yo necesito aire fresco. No he visto a mi yegua, y creo que la llevaré a dar un paseo corto.

Él se movió, un hombre poderoso con demasiado conocimiento en sus ojos ámbar.

– Móntarla antes de que se acostumbre al olor de los leones sería peligroso, cara, y necesitarás una escolta cuando desees viajar por estas montañas y valles. Sin embargo, estoy seguro de que tu caballo agradecerá una visita en los establos. Están dentro de los muros exteriores del castello, y deberías estar perfectamente a salvo.

Perfectamente a salvo. Nunca volvería a estar a salvo. Pero estaba cansada de discutir, demasiado cansada para hacer nada más que ponerse cansadamente en pie intentando enderezar sus ropas. No pudo mirarle mientras se ponía en de pie junto al fuego reparando el daño ocasionado a su pelo. Le oyó vestirse, peinando su propio pelo a una semblanza de orden. Cuando sintió que podría dejarse ver sin invitar a la especulación o el comentario, se giró para salir.

Nicolai la cogió en la puerta, temiendo por un instante dejarla abandonar su lado, temiendo perderla. Le enmarcó la cara con las manos y la besó ruidosamente, la besó hasta que ella le devolvió el beso y se combó derrotada contra él. Cuando ella se hubo marchado, se apoyó contra la puerta largo tiempo, con el corazón palpitando de miedo y el aliento estrangulado en la garganta.

Isabella se apresuró a su dormitorio para cambiarse de ropa. Su apariencia todavía revelaba demasiado evidencia de la posesión de Nicolai, aunque temía mostrar más en sus ojos que en su ropa. Cuando estuvo satisfecha de que el atuendo escogido no levantaba sospecha… su traje de equitación… se abrió paso hacia el piso bajo para localizar a Betto. Inmediamente él le dio instrucciones sobre como encontrar los establos. Le ofreció una escolta, que ella cortésmente declinó, deseando algo de tiempo para aclararse la cabeza y las ideas. La tristeza de su sentencia estaba empezando a pesar demasiado sobre sus hombros, y necesitaba espacio para respirar.

Isabella inhaló el fresco y límpido aire, agradeciendo estar al aire libre. Los establos estaban dentro de los muros exteriores pero a alguna distancia del palazzo. Se colocó su capa y se adentró en el camino, pisoteado por numerosos sirvientes y soldados, que conducía hacia la ciudad. Siguió el sendero hasta que este viró alejándose de la dirección deseada. La idea de la ciudad tiraba de ella, pero giró hacia los establos. Había pasado mucho tiempo desde que había visto a su yegua. El camino hacia los establos había sido pisado por muchos pies, pero no era tan amplio o bien trazado como el que conducía a la ciudad, y la nieve parecía caer en sus zapatos sin importar lo cuidadosamente que caminara.

Antes de poder entrar en el largo edificio que alojaba a los caballos, captó un viztazo de hombres guiando a sus corceles de acá para allá a través de los campos. Cada uno de los animales tenía una tela atada alrededor de los ojos y pezuñas. Algunos se apartaban nerviosamente, y otros tiraban de sus cabezas de forma díscola. Los hombres los tranquilizaban, hablándoles quedamente, palmeándoles mientras paseaban de acá para allá y rodeando el campo continuamente.

Intrigada, Isabella se acercó, cuidando de mantenerse bien apartada de la acción. Alguien gritó, ondeando una mano, y señaló hacia un caballo joven que estaba relinchando y resoplando, su cuidador claramente estaba teniendo problemas haciendo frente a sus miedos. Ante las instrucciones gritadas, el soldado tomó un agarre más firme de la brida, tranquilizando al animal, hablándole consoladoramente. Isabella reconoció a Sergio Drannacia dirigiendo las actividades.


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